El revelador entierro de Mzee Otim, por Alberto Eisman

10/04/2013 | Bitácora africana

Después de una breve enfermedad falleció Mzee (título honorífico que se da a una persona mayor) Otim y su entierro fue una buena ocasión para que se reuniera tanto su clan como su nutrida parentela.

Como ocurre en muchas culturas poligámicas, no era secreto en absoluto que Otim había tenido dos esposas de las cuales había engendrado nueve hijos, que en este caso fueron los encargados de organizar la logística de los ritos funerarios y el obligado banquete que se ofrece a los asistentes al duelo.

Cual no sería la sorpresa de estos hijos, al ver que llegaban al lugar del funeral personas completamente desconocidas y procedentes de puntos muy lejanos de la geografía ugandesa y tomaban sus puestos en las tiendas que se habían erigido para la ocasión.

Una vez que se han hecho las oraciones de rigor, se ha cantado y se ha ensalzado la figura del finado, el ataúd es bajado a la tumba, la cual casi indefectiblemente se encuentra en el las zonas adyacentes a la casa ancestral de la familia y es sepultado entre cánticos y sollozos. Llevados a cabo estos ritos, se da paso a los discursos y a la presentación de los asistentes.

Pues bien, algunas de las desconocidas personas se presentan y, para sorpresa de todos, algunos de ellos se declaran hijos del difunto. La mayor es una señora de 45 años, y un hombre algo más joven se presenta como médico, y la lista comienza a engordar. De pueblos desconocidos aparecen personas que dan testimonio de cómo nacieron y cómo recibieron un nombre característico y particular dado por Otim, el cual comienza a aparecer ante propios y extraños como una bragueta inquieta.

La parentela “oficial” no se sabe para dónde mirar. Esto es todo una cascada de sorpresas no todas agradables y llega un momento en el que los nuevos vástagos tienen que demostrar fehacientemente que tenían una relación regular con el padre. Se recurre a los números registrados en su teléfono móvil y da la casualidad que Mzee tiene en su agenda todos y cada uno de los números, por lo cual estaba en contacto con la parte clandestina de la familia… y tirando del hilo se sabe que durante años ha estado disimuladamente pagando estudios, alimentación y otros gastos de varios de sus descendientes a costa de las necesidades de su familia legítima.

El sabor que dejan estas chocantes nuevas entre el respetable es agridulce. Por un lado es causa de alegría saber que el clan cuenta con nuevos miembros (los hijos de alguien pertenecen siempre al clan del padre) e incluso se les ofrece que se establezcan en la zona y reciban incluso un trocito de tierra para cultivar pero por otro los “legítimos” les hacen a sus homólogos espurios reproches como por ejemplo acerca de dónde estaban ellos cuando el Mzee estaban ingresado en el hospital y hacía falta dinero para su tratamiento, sus medicinas y la factura del hospital, máxime si había entre la descendencia un flamante médico. Muchas preguntas quedan sin respuesta y se pone cara de circunstancia. Una de las paradojas más grandes de África es el hecho de que en los funerales de una persona se suele ser más generoso que durante la enfermedad y la agonía de la misma. Posiblemente, por una fracción de lo que se paga en un acto social funerario, la persona podría haber accedido a mejores medicinas o un tratamiento más eficaz.

Por lo menos, en este caso no ha llegado la sangre al río ni ha habido disputas (que podría haberlas fácilmente, sobre todo si el difunto le sobran perras o tierras) y cada mochuelo se vuelve a su olivo. Una de sus hijas me comenta “yo respetaba a mi padre, pero a partir de hoy siento que le habré perdido más el respeto ¿por qué nos ocultó todo? ¿por qué vivió vidas paralelas?” La familia africana es bastante flexible y llega hasta el extremo de acoger incluso los “pecadillos” de sus miembros más díscolos, pero acepta de mal grado la mentira y la hipocresía y es perfectamente comprensible que al final de esta ceremonia más de uno se vaya con un regustillo amargo porque – por desgracia – la realidad no coincide con la imagen que uno se había hecho de la gente. Al final, la verdad – para bien y y para mal – sale a relucir, y aunque escueza, hay que vivir con ella.

Original en : En Clave de Äfrica

Autor

  • Eisman, Alberto

    Alberto Eisman Torres. Jaén, 1966. Licenciado en Teología (Innsbruck, Austria) y máster universitario en Políticas de Desarrollo (Universidad del País Vasco). Lleva en África desde 1996. Primero estudió árabe clásico en El Cairo y luego árabe dialectal sudanés en Jartúm, capital de Sudán. Trabajó en diferentes regiones del Sudán como Misionero Comboniano hasta el 2002.

    Del 2003 al 2008 ha sido Director de País de Intermón Oxfam para Sudán, donde se ha encargado de la coordinación de proyectos y de la gestión de las oficinas de Intermón Oxfam en Nairobi y Wau (Sur de Sudán). Es un amante de los medios de comunicación social, durante cinco años ha sido colaborador semanal de Radio Exterior de España en su programa "África Hoy" y escribe también artículos de opinión y análisis en revistas españolas (Mundo Negro, Vida Nueva) y de África Oriental. Actualmente es director de Radio-Wa, una radio comunitaria auspiciada por la Iglesia Católica y ubicada en Lira (Norte de Uganda).

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