El reto de la unidad africana, Por José Naranjo

24/05/2013 | Bitácora africana

Tafari Makonnen tuvo que ser alguien muy especial. Último emperador de Etiopía bajo el nombre de Haile Selassie I, convertido en una especie de dios por el movimiento rastafari (así se le conocía, Ras Tafari, antes de ser coronado) y, al mismo tiempo, gran luchador contra el colonialismo y la esclavitud en África. Lo que poca gente sabe es que, además de todo eso, fue el gran anfitrión de la cumbre de jefes de estado de Adís Abeba que, el 25 de mayo de 1963, creaba la Organización para la Unidad Africana (OUA), organismo precursor de la actual Unión Africana (UA), de la que se convirtió en su primer presidente. Quizás el retrato literario más conocido de Haile Selassie sea el que trazó el periodista polaco Riszard Kapucinski en su famoso libro El emperador, pero su impulso y sus ideas, la creencia de que los recién nacidos países africanos debían unirse y cooperar, contribuyeron de manera decisiva a construir la África que hoy conocemos.

No fue el único, desde luego. Si algo no faltaba en la cumbre de 1963, de la que mañana se cumple medio siglo, era panafricanismo y líderes africanos convencidos de la necesidad de caminar juntos. Entre ellos destacaban dos corrientes. Por un lado, la liderada por Kwame Nkrumah, el presidente de Ghana, que apostaba por la integración, por el federalismo, por la creación de. los Estados Unidos de África, ideología que recoge en su libro África debe unirse, traducido hace tres años al español por Casa África. Por otro lado, una corriente que apostaba por la cooperación entre estados, pero no por una mayor integración, en lugar de los Estados Unidos de África preconizaba una África de los Estados, liderada por los presidentes de Senegal, Léopold Sédar Senghor, y Costa de Marfil, Félix Houphouët-Boigny, ambos muy francófilos.

La cumbre se celebró entre el 22 y el 26 de mayo de 1963 en la capital etíope. Participaban treinta jefes de Estado de países africanos que, en muchos casos, acababan de conquistar su independencia. Sólo faltaron dos estados a la cita, Marruecos, porque al rey Hassan II disgustaba la presencia en la cumbre de Mauritania, territorio sobre el que tenía aspiraciones anexionistas, y Togo, donde meses antes había tenido lugar un golpe de estado y el asesinato del primer presidente del país, Sylvanus Olympio, por lo que fue vetado por la mayoría de los países. Además, seis territorios aún colonizados mandaron observadores: Angola, Kenia, Mozambique, Nyasalandia (la actual Malaui), Rodesia del Sur (actual Zimbabue) y Suazilandia, que hasta cinco años después no alcanzó su independencia.

Fue así cómo la nació la OUA, a la que meses después se unieron los ya citados Marruecos y Togo llegando a la cifra de 32 países. Su carta fundacional fue redactada por el presidente de Malí, Modibo Keita, y el propio Sylvanus Olimpio antes de ser asesinado. En ella había varias ideas clave. En primer lugar, hay una condena explícita del colonialismo y se expresa el apoyo de la OUA a las luchas de emancipación de los pueblos africanos. En aquel entonces una buena parte del continente no era aún independiente, sobre todo las provincias portuguesas y casi toda el África austral. En los años siguientes, todos los nuevos países que iban surgiendo se sumaron a la OUA hasta llegar a contar en 2002, el año de su desaparición para dejar paso a la Unión Africana, con 54 miembros (todos los países salvo Marruecos, que retiró en 1984 en protesta por la inclusión de la República Árabe Saharaui Democrática).

Sin embargo, además de las descolonizaciones pendientes, en 1963 había otro gran problema que sacudía a África: las tensiones fronterizas y territoriales estos estados recién nacidos. Entre Guinea y Costa de Marfil, entre Marruecos y Mauritania, entre Ghana y Togo, entre Senegal y Malí, entre Congo Brazzaville y Gabón, entre Marruecos y Argelia… Para poner fin a esta agitación, la carta fundacional de la OUA estableció el respeto a las fronteras heredadas de la época colonial. Asimismo, un tercer principio básico de la OUA desde sus inicios, principio que fue objeto de una de sus primeras resoluciones, fue la lucha contra toda forma de racismo y en especial contra el apartheid que imperaba en Sudáfrica y en la actual Namibia, entonces provincia sudafricana.

En definitiva, apoyo a las luchas de liberación en África, respeto a las fronteras heredadas de la época colonial, combate frontal contra el apartheid, pero al mismo tiempo respeto a la soberanía nacional de cada uno de los miembros con el compromiso de no injerencia en los asuntos internos. Este último punto pone de relieve hasta qué punto las tesis de Senghor y Houphouët-Boigny (una África de estados que cooperan entre sí) se impusieron frente a las de Nkrumah y el presidente guineano Sékou Touré (unos Estados Unidos de África federados que caminan hacia un gobierno continental). En todo caso, tal y como dijo Haile Selassie tras la cumbre, “acabamos de emprender una obra en común”. Y era cierto. Por primera vez, los líderes africanos de toda la África entonces libre se sentaban en torno a una mesa para sentar unas bases de colaboración y crear una estructura que les representara en el mundo. Una obra que llega hasta nuestros días.

El camino, claro está, no ha estado exento de dificultades. A la OUA se le acusa de debilidad a la hora de defender los Derechos Humanos de los africanos o de laxitud en el momento de plantarse frente a regímenes claramente antidemocráticos, incluso colaboración y respaldo a reconocidos dictadores. Pero su punto fuerte fue, sin duda, su contribución a la descolonización casi completa de África a través de su apoyo a los movimientos de emancipación. A finales de los años setenta, un incómodo affaire enfrentó a la OUA y al Gobierno español de Adolfo Suárez cuando el Comité de Liberación de la organización panafricana confirmó la africanidad de las Islas Canarias y dio aval a las ansias independentistas del Movimiento por la Autodeterminación y la Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), llegando a incluir a Canarias como territorio susceptible de obtener la independencia.

La pugna que en 1963 protagonizaron los padres fundadores entre federalistas y soberanistas se ha mantenido intacta con el paso de los años. En 1991, el Tratado de Abuya marca un hito al acordar la creación de un mercado económico común para el año 2025, algo que en la actualidad parece tan lejano como entonces. La integración política tampoco ha vivido avances significativos. Quien recoge la bandera de Nkrumah y Touré es el líder libio Muammar Gadafi, que logra que en el año 1999 se firme la llamada Declaración de Syrte para la creación de la Unión Africana, institución que viene a reemplazar a la OUA tres años más tarde, en 2002. Desde el primer momento, al menos sobre el papel, la UA intentó cubrir los déficits de su antecesora, con una especial dedicación a la promoción de la democracia, los Derechos Humanos y el desarrollo continental.

El funcionamiento de la UA se sustenta sobre un Parlamento Panafricano, la Conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno, el Consejo Ejecutivo y la Comisión, además de numerosas comisiones e instituciones derivadas. En los últimos años, tras la caída de Gadafi, la UA se ha convertido en el escenario de una pugna sorda entre dos de las naciones con más peso en África, Nigeria y Sudáfrica, a cuenta del nombramiento del presidente de la citada Comisión. Esta batalla fue ganada finalmente por Sudáfrica, que logró colocar a Nkosazana Dlamini-Zuma en el cargo en sustitución del gabonés Jean Ping.

Hace dos años tuve la oportunidad de entrevistar a Samia Nkrumah, la hija de Kwame Nkrumah, quien me dijo que la lucha de su padre por crear una África más unida, en la que no existan las fronteras ni las barreras a la circulación de bienes y personas, sigue tan vigente como entonces. Como dijo su padre en la conferencia inaugural de la OUA “si nosotros conseguimos erigir en África el ejemplo de un continente unido con una política y un objetivo comunes, habremos realizado la mejor contribución posible a esa paz que hoy anhelan todos los hombres y mujeres”. Dichas hace cincuenta años, cuando la Unión Europea, por ejemplo, no era más que un embrión de lo que hoy es, las palabras de Kwame Nkrumah suenan aún como un reto para los africanos de toda condición. Pero lo que está claro es que el camino sólo se puede recorrer andando.

Video: La Primera cumbre de la OUA

Original en : Blogs de El País- África no es un país

Autor

  • Naranjo, José

    José Naranjo Noble nació en Telde (Gran Canaria) el 23 de noviembre de 1971. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid en 1994, ha seguido profesionalmente el fenómeno de la inmigración africana hacia Canarias, tanto desde la óptica de las Islas como desde los países de origen y tránsito de los irregulares. Así, para elaborar sus reportajes, publicados en diversos medios de comunicación, ha viajado por el sur de Marruecos, el Sahara, Argelia, Malí, Senegal, Gambia, Cabo Verde y Mauritania, donde ha recogido los testimonios de centenares de personas. Por este trabajo le fueron concedidos los premios Antonio Mompeón Motos de Periodismo 2006 y el Premio Derechos Humanos del Consejo General de la Abogacía Española 2007, en este caso junto al también periodista Nicolás Castellano.

    Buena parte de su trabajo está recogido en los libros Cayucos (Editorial Debate, 2006), con el que fue finalista del Premio Debate, y en Los invisibles de Kolda (Editorial Península, 2009). Además, es coautor de los libros Inmigración en Canarias. Procesos y estrategias (Fundación Pedro García Cabrera, 2008) y Las migraciones en el mundo. Desafíos y esperanzas (Icaria, 2009).

    Es redacror de la revista digital de información sobre África Guinguinbali donde tiene su blog Los Invisibles , que reproduciremos en Bitácora Africana

Más artículos de Naranjo, José
Africana nº 220: África Hoy

Africana nº 220: África Hoy

  El informe que presentamos pretende ser la foto real de África hoy. Un reto complicado. El autor del mismo, el P. Bartolomé Burgos,...