El premio a Denis Mukwege

4/12/2014 | Opinión

El premio SAJAROV, otorgado por el Parlamento europeo al doctor congoleño Denis Mukwege por su labor en el hospital de PANZI (Kivu-Sur, RD Congo) en la reparación/reconstrucción de miles de mujeres congoleñas víctimas de violaciones masivas, ha servido para hacer VISIBLES no sólo la tragedia, la humillación, el terrible sufrimiento, de miles de mujeres congoleñas, sino también la situación – que tristemente perdura – de millones de congoleños del este del Congo que desde hace más de 15 años viven en permanente inseguridad, víctimas de conflictos armados, silenciados/ignorados, que no parecen tener solución.

1) La maldición de la riqueza.

El este de la RDC, los dos Kivu (Norte – cuya capital es Goma- y Sur – cuya capital es Bukavu) son dos provincias congoleñas cuyo subsuelo alberga importantes riquezas mineras. Desde octubre de 1996 hasta 2003 fueron territorios ocupados y explotados, sin que la comunidad internacional reaccionara, por los países vecinos Uganda y Ruanda, países que, además de devastar las zonas ocupadas, hasta pugnaron entre ellos por el control y hegemonía en esta región de los Grandes Lagos de África. En 2003, la presencia directa militar de estos países en el este del Congo, en pleno proceso de democratización y reconstrucción del Estado congoleño, disminuyó notablemente; no así las redes clientelares económicas y explotadoras de los recursos naturales de la zona. Uganda y sobre todo Ruanda han seguido siendo grandes exportadores de minerales inexistentes en su subsuelo, en connivencia y complicidad con redes mafiosas de contrabando, de entidades financieras, de compañías transnacionales, que hacen llevar los productos del saqueo del Congo hasta los países desarrollados y/o emergentes; las élites ugandesas y ruandesas, no sus ciudadanos, han sido los principales beneficiarios del expolio congoleño. No son pocos los congoleños de los Kivu e Ituri que opinan que su riqueza ha sido la fuente de sus desagracias.

2) La ausencia del Estado y la proliferación de grupos armados

En 2003 comenzó el proceso transición congoleña hacia un Estado democrático que superara los terribles años de la dictadura de Mobutu y de las varias guerras “de liberación” de 1996 y 1998. Las elecciones de 2006 y de 2011, más allá de su discutible limpieza, han logrado que el Congo disponga de Instituciones que van asentando la autoridad del Estado en todo el inmenso territorio. Algo que NO sucede en amplias zonas de los Kivu: la autoridad de Estado – ejército, policía, administración, justicia – está ausente sobre todo en territorios del interior. Este vacío lo ocupan numerosísimos grupos armados – que se organizan en principio por razones “políticas” en defensa de intereses étnicos o de comunidades concretas, pero que han ido derivando en muchas ocasiones en prácticas de bandidaje y terror puro y simple. Estas zonas del interior se van vaciando de habitantes, acosados, asesinados, o quedan secuestrados por los grupos armados, dueños de territorios y, sobre todo, de las minas de minerales, cuya explotación, comercialización ilegal y contrabando, controlan. Ello les permite financiar su actividad armada, comprar armas, pagar a reclutas jóvenes que encuentran “un modo de vida” enrolándose en estos grupos. En la explotación y comercialización ilegales de los recursos naturales han estado involucrados incluso elementos del ejército regular congoleño y de las fuerzas de la misión de la ONU, desplegadas para desactivar la actividad de los señores de la guerra.

No cabe la menor duda de que la existencia de estos grupos armados (se habla de más de 50) es fomentada, ciertamente por la pobreza endémica e intereses locales, pero también, y sobre todo, por el apoyo directo de dirigentes e intereses ruandeses, para los que es vital (económicamente y políticamente) la persistencia de la inestabilidad en el este del Congo. Esta injerencia de Ruanda, y de Uganda en menor medida, a la hora de crear, alimentar, apoyar logísticamente y militarmente a algunos “movimientos rebeldes” especialmente desestabilizadores está ampliamente documentada por informes de la ONU.

Las comunidades de los Kivu han quedado muy dislocadas. Los Kivu están sembrados de grandes campos de desplazados internos, en condiciones de enorme precariedad. A pesar de que se han iniciado últimamente procesos y planes de pacificación y de reintegración de miembros de los grupos armados (Desarme, Desmovilización Reintegración), persiste la incertidumbre y la inseguridad. Miles de desplazados, fuera de sus lugares de origen, dudan en retornar a sus tierras y propiedades, que quizás estén ocupadas por otros. Las ciudades (Goma, Bukavu, Uvira) han visto su población multiplicada enormemente por la afluencia de gentes que han huido de los medios rurales buscando un refugio en centros urbanos.

3) La labor del doctor Mukwege y el premio

La labor del doctor Mukwege debe ser vista en este contexto. Él se ha enfrentado a una de las más terribles consecuencias de la realidad descrita someramente en los puntos anteriores. Porque, no solo han sido las tierras ricas en minerales el terreno de combate por su control y aprovechamiento; como él mismo ha afirmado en su discurso, a lo largo de estos años interminables, “el cuerpo de la mujer – niña, joven, adulta, anciana – ha sido el campo de batalla”. La violación de mujeres, la violencia sexual, ha sido un arma de guerra, junto a las balas y a los machetes. No se debería olvidar que esas miles y miles de mujeres no sólo han quedado traumatizadas física y psíquicamente, sino que en muchos casos han quedado excluidas de sus propias comunidades y estigmatizadas. Es evidente que la labor reparadora del doctor es un factor decisivo para el bienestar y equilibrio de esas mujeres. Convendría, sin embargo, que esos responsables europeos del Parlamento que le han otorgado el premio fueran mucho más allá de este reconocimiento a una labor tan meritoria. Que se peguntaran por las causas de tanta violencia, por el silencio que las instituciones y poderes europeos han mantenido sobre la tragedia congoleña, por la complicidad de países europeos en la tragedia mirando a otro lado ante violaciones flagrantes del derecho internacional por parte de Ruanda y Uganda, por la inoperancia de las fuerzas de la ONU, presentes en la zona con miles de soldados y con recursos costosísimos, pero incapaces de proteger a la sociedad civil inocente e inerme. Que se preguntaran y, sobre todo, respondieran con políticas firmes en favor de la paz, de la cooperación y del desarrollo. La reconstrucción de un precioso territorio como el Kivu, machacado, expoliado, y de una sociedad sufriente desde hace tantos años demanda un compromiso decidido por parte de Europa. Sólo así tendría sentido un premio – por otra parte tan merecido – al doctor Denis Mukwege.

Ramón Arozarena*

Ramón Arozarena es Catedrático de Francés, jubilado. Cooperante con su mujer en Ruanda, como profesores de la Escuela Normal de Rwaza, de 1969 a 1973. Coordinador de la red de escuelas primarias en los campos de refugiados ruandeses de Goma (Mugunga, Kibumba, Kahindo y Katale), en 1995, con un programa de Caritas Internacional. Observador – integrado en las organizaciones de la sociedad civil congoleña – de las elecciones presidenciales y legislativas de la República Democrática del Congo, en Bukavu y en Bunia, en julio y octubre de 2006. Socio de las ONGDs Nakupenda-Áfrika, Medicus Mundi Navarra y colaborador de los Comités de Solidaridad con África Negra (UMOYA). Ha traducido al castellano varios libros relativos a la situación en Ruanda. Ha escrito y/o traducido para CIDAF (Ahora Fundación Sur) algunos cuadernos monográficos sobre los países de la región de los Grandes Lagos. Parlamentario por Euskadiko Ezkerra entre 1987-1991, en el Parlamento de Navarra.

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