El precio de la muerte en Guinea Ecuatorial, por Juan Tomás Ávila Laurel

8/05/2012 | Bitácora africana

Volvemos al teclado del ordenador para llamar la atención sobre un tema recurrente, un viejo tema que por su gravedad nunca deberá ser postergado en nuestra andadura en pos de nuestra libertad.

Hace poco hablábamos de los derechos humanos y estuvimos a punto de decir que en 6 meses han muerto 3 extranjeros en Guinea a manos de los efectivos del Ejército. De esas muertes que ocurren cuando una patrulla de dos o tres militares dan el alto un coche, ellos se acercan con parsimonia, miran dentro y hablan en fang para que todos los extranjeros se delaten. Que el que no lo ha vivido sepa que es el modus acercandi habitual, para no decir operandi. Se acercan y cuando huelen a extranjero, lo mandan bajar y lo llevan a un apartado para que muestre todos sus papeles. Tenemos que decir que los qué más sufren de estos abusos son de raza negra, porque los blancos no viajan en según qué coches.

Miran los papeles, y si no hay nada que mirar, creen que tienen derecho a abortar el viaje del extranjero y retenerlo ahí hasta que… También ocurre que si el extranjero no se deja abusar, el militar desenfunda la pistola y dispara sobre él, como si se pudiera decir que entre gente mínimamente civilizada la falta de papeles puede considerarse un delito. Pero de estos abusos con resultado de muerte no sólo son víctimas los extranjeros de raza negra, sino alguno de otra raza, como aquella cooperante española que dejó su vida en algún lugar de Río Muni. Además, más de un guineano ha perdido la vida porque sus paisanos armados han entendido que cruzar una barrera sin parar para sufrir los abusos es un grave delito.

¿Sabe alguien de lo que estamos hablando? Del hecho de que los ciudadanos guineanos y quienes los visitan pueden ser emboscados en tiempo de paz, y perder la vida sin que nadie levante ninguna ceja para mostrar su contrariedad. Embarcados en la ponderación de la magnitud de este tema supimos que quedamos cortos, porque ASODEGUE ya sabe que «Desde 2011 hasta hoy, 15 africanos originarios de Senegal, de Malí y de Burkina han sido asesinados por elementos de la seguridad ecuatoguineana», ha indicado a APA el cónsul de Malí en Malabo que ha recalcado que se trata de una «carnicería». No utilizaremos la misma palabra que el cónsul de Malí, pero si ya creíamos que tres muertos en seis meses era una salvajada, pensad lo que es que 15 personas hayan perdido la vida en sólo un año. ¿No es un dato que clama a todos los cielos y que nos pide que nos centremos en él dejando otros asuntos de menor urgencia?

Y es que precisamente estos días oímos rumores de quiénes se reúnen en un sitio que no es ciudad para confeccionar otros órganos de gestión de la política nacional. Incluso hablan de reformar la Constitución para adecuarla a los deseos del dictador reinante, pues está claro que de esto se trata. Y esto lo decimos porque entre la reforma de la Constitución y parar la sangría, que es la consecuencia de la barbaridad que cometen los salvajes que andan armados por todo el territorio, ¿hay algo que hay que atender antes? ¿Los asesinatos impunes que se cometen en suelo guineano conocerán su fin tras las reformas y la creación de otros órganos del Estado tras los cuales están todos los políticos que viven en Guinea? No parece ser que el sentido común y la trayectoria conocida nos puedan hacer creer que sí.

Sobre el silencio que hay tras el hecho de que en un país que depende totalmente del extranjero para que haya un mínimo de bienestar haya tantas muertes nos gustaría saber qué harían no solamente si las víctimas fueran suyas sino que si los que dispararan fueran hermanos, hijos o familiares suyos. ¿No tendrían nada que decir si sus hijos tuvieran esta capacidad de matar y lo ejercieran con esta aterradora regularidad? ¿No sentirían que segar la vida del prójimo, aunque fuera extranjero de raza negra, es una barrera que un familiar querido no puede sobrepasar?

Hoy mismo hemos informado a Amnistía Internacional de lo que ninguna persona sensible debe dejar pasar, al margen de lo que quiera hacer son sus convicciones particulares. En el recuento de las desgracias guineanas tenemos constantemente que consignar las contradicciones. Hace poco, miles de guineanos salieron a la calle y acabaron vociferando delante de la embajada de Francia en protesta por el decomiso y la emisión de orden de búsqueda contra el hijo más conocido del dictador presidente que desgobierna el país. Si Guinea no fuera un país de esa gente que lo parasita, hombres y mujeres que no quieren tener corazón, podríamos decir que sería más comprensible que la misma cantidad de gente hubiera salido a la calle cuando se produjo la primera muerte en manos de hombres jóvenes armados. Y que siguieran saliendo cuando las sucesivas muertes no fueron de extranjeros a los que aborrecen, sino personas de su familia a los que no quisieron ver morir. Pero haciendo justicia a su humanidad carcomida, hacen lo contrario de lo que de ellos se espera, clamando por un manirroto que los desprecia soberanamente.

Nuestro profundo interés por la suerte de tanta gente joven obligada a elegir la maldad como forma de vida es antiguo, y ya circula por ahí una carta en la que casi rezamos por ellos a cualquier Dios que nos quiera oír. Con el pensamiento en esta preocupación antigua, decimos para todos los que nos lean que cuando la Providencia quiera que pongamos nuestros pies en Guinea lo haremos decididos a no dejarnos amedrentar por ningún efectivo armado ni someternos a los que sojuzgan los derechos de los ciudadanos. Sí, diré en Guinea que no me someteré a las exacciones de los que están apostados en las barreras y no pasaré por la humillación de que unos agentes israelíes husmeen mi equipaje en ningún aeropuerto, porque sé que, con la excusa de impedir la entrada de drogas, ejercen la represión y siembran el miedo entre los guineanos. Iré a la dependencia que corresponda y dejaré dicho que por creer que es un abuso inaceptable, no volveré a someterme a las humillaciones de ningún cuerpo armado, y que dispongan lo que crean conveniente.

El profundo enraizamiento de estas prácticas nos hace pesar que llevamos las de perder, pero asumiremos el destino y que les aproveche a los hombres y mujeres guineanos que se callan por un coche importado o por un trabajo que les permita sentarse en un bar con una chica adolescente y enfundado en un traje importado de segunda mano. La mención de estos artículos es para poner en evidencia la brutal dependencia que tiene Guinea del extranjero, a quien mata sin conocer todavía las razones.

Original en: FronteraD

Autor

  • Ávila laurel , Juan Tomás

    Juan Tomás Ávila Laurel, escritor ecuatoguineano nacido en 1966 en Malabo, de origen anobonés, actualmente reside en Barcelona. Su obra se caracteriza por un compromiso crítico con la realidad social y política de su país y con las desigualdades económicas. Estas preocupaciones se traducen en una profunda conciencia histórica, sobre Guinea Ecuatorial en particular y sobre África en general. Tiene más de una docena de libros publicados y otros de inminente publicación, entre ellos las novelas y libros de relatos cortos La carga, El desmayo de Judas, Nadie tiene buena fama en este país y Cuentos crudos. Cuenta también con obras de tipo ensayístico, libros de poemas y obras de teatro.

    En Bitácora Africana incorporamos el Blog "Malabo" que el escritor realiza para la revista digital FronteraD. Desde CIDAF-UCM agradecemos a la dirección de FronteraD y a Juan Tomás Ávila Laurel la oportunidad de poder contar en nuestra Portal del Conocimiento sobre África con esta colaboración.

    @Avilalaurel

    FronteraD - @fronterad

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