El origen de la calma, por Nuno Cobre

26/06/2012 | Bitácora africana

OCURRE A VECES. Andas en medio de una carretera africana, dirigiéndote a cualquier parte y una pregunta cae sobre tu cerebro en forma de guillotina y cubierta por una capa que debe ser negra, con algunas manchas grises. Un tanto borrosa. ¿Por qué la calma? ¿Era yo desierto? ¿Por qué el sosiego? Creo recordar. Creo haber hablado ya de la naturaleza como fenómeno decisivo, como Diosa dotadora de oxígeno y paz. Creo haberme referido ya al verde, a las palmeras, y a los mangos, creciendo para ofrecerte unas manos templadas que se posan sobre tus hombros cada mañana. Desde que la mañana es mañana.

Creo habértelo dicho ya, tal vez un miércoles: puedo ver a los árboles. Vivo con ellos y lo cierto es que me hallo lejos de los antipáticos rascacielos (todo el frío ahora) apenas veo anuncios televisivos (¿te dije alguna vez que eran agentes dobles?) digamos que no me relaciono con la presión de la oferta constante. No la veo. No la puedo ver. Quizás un martes o un viernes te llegué a decir que tal vez había dilucidado uno de los orígenes fundamentales de tanta frustración oculta en el llamado mundo civilizado. Son ellas. Son ellos. La televisión, Internet y todo ese entramado de oferta y demanda que engloba el llamado sistema (oh no, lo voy a decir) capitalista. El mundo de la oferta y la demanda.

Estoy seguro de que fue en Noviembre cuando te susurré aquello de que tanto espectáculo mediático provocaba el surgimiento de falsas ilusiones, más confusión, ansiedad y ese meneíto (ahí, ahí) del sistema nervioso. Las prisas. La presión. La obligación de interpretar un rol, un papel. El teatro. Así es. Y así resulta que nada más aterrizar el avión (un avión) en el mundo guay lo ves: una oferta. Una posibilidad. Una obligación. ¿Se puede decir vete a tomar por culo en este blog? Ya sabes, anuncios ofreciéndote una vida maravillosa (reírnos los domingos, muertos de risa un lunes por la mañana) a la que sólo puedes acceder comprando el producto en cuestión ¿Era yo desierto?.

Ellas son maravillosas. Me refiero a la buenorra despampanante o al guaperas de turno anunciando ese champú o esos cereales. Y tú, cubierto por la niebla desde el día de tu nacimiento, te lo crees y compras el coche, el ordenador que habla, el último ¡phone, abres una cuenta bancaria con bajo TAE y otras ilusiones del mundo de los rascacielos y las cabinas telefónicas. Seguramente fue ayer (tan lejos ya) cuando me dio por reírme, explotarme de risa casi, al leer en el “mundo civilizado” todas esas apelaciones a la unidad y al pluralismo, tales como “tu Banco”, “el partido de todos”, “pensamos en ti”, “un asunto de todos” y saber a ciencia cierta que esas soflamas sólo pretenden beneficiar a tres capullos, los que se llevarán los billetes, el poder. El status. “Entre todos”. Desconfía de la llamada a la unión, creo haberte dicho.

Allá, en el “mundo civilizado”, todo es exhibicionismo y espectáculo. Mantener la figura. Me encanta el mundo occidental, el mundo civilizado por otro lado. Toda esa falsedad me fascina. Todas esas luces, todos esos carteles me apasionan. Tragarse la Gran Vía de Madrid, Oxford Street, la Quinta avenida. Todo eso me interesa. Pero para ello necesito estar solo. Quiero participar de esta fiesta tan bella. Aparecer, figurar, ser alguien, ser famoso se convierte en una obsesión para muchos bípedos que confunden éxito con protagonismo mediático. ¿Te hablé de las utopías? Porque ese sobre exhibicionismo mi hermano, no es más que otra utopía. Porque todo se mueve. Porque el escenario se transforma a cada momento, y quien era portada lustrosa de un diario digital a la 13.10 pm, ya ha sido reemplazado a la 13.21 pm. Que viene, que viene.

Y es que. Hay más gente. Dinero. Todos queremos participar en la rueda famosa que rota a una velocidad de vértigo. Todo por el show. Más frío. Un ron más. Una cajetilla de cigarros, por favor, no no esa no, quiero lights. La confusión es rápida, el corazón late y se actúa: todos somos felices, todos nos lo montamos guay del paraguay y lo colgamos en Facebook. Otra vida. Sí, quizá era ya verano cuando te hablé de esto. Entonces fue cuando te comenté que cada ente, cada institución, cada organismo, cada empresa, cada loquefuera, ya sea un concesionario de coches, una marca de aire acondicionado o un Cola Cao te vende una vida como marco referencial. La vida de ellos es la que te venden, no la tuya. Y puestos a vender, se ofrecen valores y costumbres estudiadas que nos obligan a identificarnos con el tipo que conduce ese deportivo al que debemos imitar. Y compramos. Pero. Nunca se acaba la cadena compradora. Una vez tienes el coche, ¡te lo dije! resulta que te falta el canal satélite, y así, buceando, buceando en el océano del consumismo. Infinito mar éste. Y luego queremos compañía. Alguien al lado. Es normal, tanto frío.

África. Rojo, azul y violeta. En este continente no se reproducen las mencionadas tendencias materialistas de manera tan pronunciada. Muy lejos del mundo civilizado. Y ya te lo dije un poco borracho: no porque los africanos no quieran vivir bajo unos parámetros ultra capitalistas (la mayoría lo firmarían ahora mismo) sino porque simplemente aún no fluye la moneda en este enorme continente como se desliza en el llamado mundo occidental. También aquí hay coches, muchos coches: un tráfico molesto y embotellado como el europeo o el newyorkino. Pero ya te confesé que aquí te dejan más en paz. No te caen como piedras molestas, esos enormes anuncios de sonrisa Colgate, esa televisión machacona, ese Internet persistente. Y hete aquí como la “pobreza” ayuda indirectamente a ahuyentar a la empresa y por ende a la presión consumista que hace estragos en el mundo civilizado. Por eso las risas. Muchas risas. ¿Te dije eso de que era imposible destruir el brillo? Es muy fuerte el tío. Acaba siempre apareciendo.

A lo que me refería también aquel Lunes de carnaval, era a la sensación familiar que te envuelve por aquí. La conozco, lo conozco, la conozco, lo conozco. Te acabaré conociendo, te acabaré viendo en algún lado, en el Dets, en el Blue Tiger, en el cocktail, en una casa, en un cuarto. En plus, no molesta encontrarse por todos lados con caras conocidas en África. Ya sean blancos o negros ¿Te llegué a decir por qué me agobiaba esto mismo en Europa? ¿Era yo desierto? Si es que hasta casi te alegras al verlos a todas y todos en todos los sitios. De esta ciudad. De este país. Claro que hay sectas y estúpidos, vacíos, hielo, y la sal, pero digamos que no se alcanza un estadio de aislamiento decisivo. No llega a entrar el frío. Es así. ¿Ya te hablé de las manos templadas que se posan sobre tus hombros cada mañana?

Y no tengo más que decir. Basta. Básicamente esas son las razones, ese es el origen de la calma. Una cuestión comercial, una cuestión atmosférica, una cuestión de caracteres. Sí, ya sé: se puede ser feliz en el llamado mundo civilizado. Sé que a pesar de que la mayoría mienta para que no se le acuse de haberse descolgado del “tren guay”, la gente no es tan tonta y tampoco le venden un gato por una liebre. Y aprendemos. Aprendemos a utilizar nuestros recursos mentales y la experiencia vital para arreglárnoslas en un ambiente cambiante, glacial y extraordinario. Por eso nos montamos la barbacoa y por eso damos un paso al frente. Creo que todo esto ya lo habíamos hablado, tal vez en Navidades.

Original en : Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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