El negocio del cambio climático

14/12/2007 | Opinión

Piensa sobre el cambio climático el tiempo suficiente y pronto te darás cuenta de que es bastante más que nuestras bombillas lo que vamos a tener que cambiar. Algunos colegas han argumentado, como los delegados que se han reunido en Bali para negociar un acuerdo global para evitar esta catástrofe, que hará falta una puesta a punto más fundamental. Madeleine Bunting sugirió la vuelta al racionamiento de los tiempos de guerra, para poner freno a este híper-consumismo que es insostenible.

Uno podría ir más allá, argumentando que no es sólo un consumismo excesivo sino la naturaleza misma del capitalismo lo que resulta incompatible con la supervivencia del planeta. Ya que el capitalismo requiere un constante crecimiento económico, pero los recursos naturales de la tierra son finitos.

De esto se sacan dos posibles consecuencias políticas. En un escenario veríamos la reapertura del debate ideológico que ha permanecido prácticamente latente durante dos décadas.

Desde la caída del muro de Berlín en 1989, la suposición que ha prevalecido es que el capitalismo no tiene rival serio. Pero ahora, armados con un alegato, no sólo para combatir la grotesca desigualdad, sino también para salvar el único hogar de la raza humana, los progresistas pueden empezar de nuevo a presentar argumentos contundentes contra el capitalismo.

El otro escenario es que el capitalismo podría contraatacar y convertirse en la salvación de la tierra.

Esa es la impresión que los capitalistas quieren proteger, La pasada semana, la Confederación de Industria Británica, CBI, sacó un informe que prometía hacer “lo que haga falta” para participar en la reducción de emisiones de carbono. Días después, los directores ejecutivos de 150 corporaciones globales emitieron un comunicado pre-Bali pidiendo un marco exhaustivo vinculante de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Su mensaje a los líderes mundiales: ¡Diríjannos, por favor!

El CBI está hablando públicamente de manera correcta. Sus signatarios se jactan de ello, pero lo cierto es que prometen recortar las emisiones colectivas de carbono de 370 millones de toneladas a un millón a lo largo de los tres próximos años. Algunos en el mundo de los negocios ya se están dando cuenta de que se arriesgan a perder más si se quedan inactivos, que lo que pueda costar la acción contra el cambio climático.

Y los más listos comprenden que se puede ganar dinero. El Banco Mundial calcula que el dinero que vale el carbono, alcanza al menos 30.000 millones de dólares. Así es como funciona. El 1 de enero de 2005, la Unión Europea puso un tope sobre la cantidad de carbono que cada compañía tenía permitido emitir. Si la compañía A obtiene un permiso para lanzar al cielo 1.000 toneladas, pero emite la mitad de eso, puede vender el derecho de emisión de 500 toneladas que le sobran a la compañía B, que de lo contrario se pasaría de la cantidad de emisión permitida. De esta manera las compañías tienen un interés financiero directo en mantener bajas sus emisiones, para no tener que pagar los créditos derivados del incumplimiento del tope.

Aunque en la práctica, parece que las compañías europeas prefieren pagar por sus pecados a cambiar sus métodos. Hablé con James Cameron, co-fundador de ‘Capital del Cambio Climático’, que saca muchas más ventaja del plan de la ONU que Europa. Cameron, se pondría en contacto, cuenta, con una compañía de cemento de China y les ofrecería invertir millones en una nueva planta más verde. A cambio, una vez verificado, la ONU dará a la compañía de cemento créditos por la cantidad de carbono ahorrada, créditos que entonces podrá vender al mercado internacional. Las ganancias se dividirán entre la compañía China y la de Cameron.

Salvo que, ¿no es esto robar a Pedro para dárselo a Pablo, reducir la emisión de carbono en Beijing sólo para poder seguir produciéndola en Birmingham? No, responde Cameron. La reducción de emisión de carbono en China es más eficiente, ya que cuesta mucho menos que una reducción equivalente en Europa. Los proyectos de esta compañía pretenden eliminar 70 millones de toneladas de gases invernadero, equivalente a la emisión total de CO2 de Dinamarca.

Puede que la mayor contribución del capitalismo sea aquello que mejor se le da: la innovación. Ahora, algunos diseñadores avispados están no sólo eliminando desechos y envases, sino pensando en el consumo de una manera totalmente diferente. ¿Qué pasaría si no comprásemos ningún producto, sino simplemente servicios? iTunes vende música, pero no un objeto físico, y eso ahorra material y transporte. Electrolux está probando un nuevo concepto de lavandería en Suecia, alquilar en lugar de vender, lavadoras a los clientes, dando así un incentivo a las compañías para prolongar la vida de cada máquina.

Clare Brass, que acaba de lanzar la Fundación Semilla para “el medioambiente social empresa + diseño”, quiere cambiar “el modo en que contactamos con la infraestructura de energía”. El carbono es invisible y incoloro, y la electricidad también lo es, no lo vemos cuando lo usamos. Eso es por lo que Brass es una gran admiradora de Wattson, un sencillo y pequeño aparato que muestra el uso de energía de la casa en libras y peniques y que cuanto más se gasta más brilla en rojo.

Por sí solas, ninguna de estas ideas será suficiente. Y está claro que alguno de los esfuerzos que encabezan la lucha del capital global cruje de tantas contradicciones. Pero algunos esfuerzos hechos por las empresas, junto con los Gobiernos, seguro que son mejor que nada. La alternativa es esperar a una revolución política, y una resolución global, que puede llegar demasiado tarde, o no llegar nunca.

Jonathan Freedland

Sacado del Mail & Guardian en 12 de diciembre de 2007

[Fundación Sur]

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