El miedo a decir que no o cuando las apariencias engañan, y mucho, Por José Carlos Rodríguez Soto

27/10/2008 | Bitácora africana

Una de las cosas que me llamaron la atención en Uganda desde el primer día que puse el pie, allá por agosto de 1984, fue la facilidad con que todo el mundo respondía invariablemente y con una gran sonrisa «no problem» ante cualquier pregunta, propuesta o petición. Con frecuencia ocurría a continuación que cuando llegaba el momento de la verdad uno descubría con sorpresa que la persona en cuestión no movía un dedo para llevar a la práctica lo que yo pensaba que habíamos acordado, ya que en realidad no podía estar más en desacuerdo. Este miedo a desagradar o contradecir al interlocutor, que lleva a menudo a situaciones entre lo cómico y lo frustrante es uno de los choques culturales a los que cualquier occidental se enfrenta más a menudo en África.

Es muy posible que la experiencia que está a la base de esta aparente contradicción sea la percepción de la vida como algo duro. En África se muere antes de tiempo, se come menos, se tiene menos dinero y cuando menos se piensa viene una epidemia, una guerra o cualquier otro desastre. En estas circunstancias, una de las pocas fuentes de seguridad para cualquier hijo de vecino es llevarse bien con los demás, los cuales llegado el caso podrán ayudar en lo que puedan. Con los vecinos, los compañeros de trabajo, y no digamos con los parientes, hay que tener siempre buenas relaciones cueste lo que cueste, y nadie va a tirar esto por la borda con un desacuerdo que podría tener consecuencias imprevisibles.

Pero puede que haya más. En el mundo occidental estamos acostumbrados a poner la vida en compartimentos aislados, y para nosotros es perfectamente posible expresar nuestro desacuerdo con una persona y al mismo tiempo aceptarla y quererla. En África no. En África, decir un «no» a una petición suele ser interpretado como un rechazar a la persona, lo cual es muy grave. Por eso, incluso cuando se tiene la intención de no aceptar una propuesta hay que empezar por escuchar hasta el final, e incluso empezar por responder de una forma suave, sin ir muy directamente al grano, dando vueltas al asunto, lo cual puede hacernos llegar a la conclusión equivocada de que la persona con la que hablamos está de acuerdo con nosotros.

Esto ocurre en todos los ámbitos, desde las relaciones internacionales hasta el trapicheo diario del mercado. Y puede dar origen a situaciones como éstas.

El presidente del país africano A visita el país africano B, y allí es recibido por el presidente de éste último. Ambos declaran a la prensa que sus relaciones son excelentes y basadas en el respeto y el mutuo entendimiento, que continuarán abriendo nuevos campos de cooperación mutua, que animan a sus ciudadanos para que comercien en el país vecino y que ambas naciones y sus respectivos gobiernos, más que amigos, son hermanos. Pasan apenas unos días y en la frontera entre ambos países la policía del país A impide el paso a camiones del país B, empiezan a discutir, golpean y detienen a los comerciantes y se incautan de su mercancía. Al final se descubre que la policía del país A tenía órdenes de su ministerio de poner las cosas difíciles a los comerciantes del «país hermano», ya que sus productos les hacen una competencia demasiado peligrosa.

El líder del partido de la oposición pide permiso al ministerio del Interior para convocar una manifestación en contra de la política del partido en el poder. El ministro responde públicamente que «en nuestro país, en contra de lo que dicen algunos malintencionados, hay libertad de expresión, por lo que nuestros hermanos de la oposición son libres de manifestar sus puntos de vista, que el gobierno entiende y aprecia positivamente de forma patriótica, etcétera, etcétera». Llega el día de la manifestación y los asistentes se encuentran con el lugar tomado por la policía antidisturbios, reforzada por unidades del ejército. El jefe de la policía dice que a él no le han dicho que la manifestación está autorizada, los políticos de la oposición se cabrean y aquello acaba a palos con varios heridos en el hospital.

Un grupo de cristianos de cualquier parroquia acude a ver a su obispo, y muy respetuosamente le cuentan que están muy preocupados porque han oído que van a trasladar a su párroco, que apenas llevaba dos años con ellos y lo estaba haciendo muy bien. El obispo les responde diciendo que aprecia muchísimo su espíritu apostólico y sus grandes esfuerzos por trabajar con empeño por su parroquia, de la que le consta que va a las mil maravillas y de que su señor párroco es un sacerdote extraordinario que goza de todo su apoyo. A continuación les comenta que por lo que a él se refiere no ha oído nada de que la diócesis tenga planes de trasladarle. La conversación continúa por similares derroteros de intercambio de cumplidos y flores y los cristianos se marchan después de besarle el anillo y pedir su bendición. A las dos semanas cambian a su párroco sin explicaciones, y santas pascuas.

La señora Kiwanuka se dirige al mercado de su pueblo, donde se encuentra con el señor Sekitoleko, propietario de un kiosco donde venden materiales de construcción. La buena mujer explica al comerciante que está construyendo una casita en su poblado y que, tras ahorrar poco a poco, ha reunido un dinerillo para comprarse tres sacos de cemento. El buen señor le dice que sabe positivamente que ella es una mujer de fiar y muy trabajadora, y que él está esperando un pedido que hizo hace una semana de sacos de cemento que llegarán de la capital en cualquier día de estos, tiene muchas peticiones, pero la señora Kiwanuka puede estar segura de que le guardará sus tres sacos de cemento sin ningún problema. A los dos días vuelve la vecina al kiosco del señor Sekitoleko, el cual ha salido a ver a un cliente, y se entera de que los sacos llegaron ayer y que ya los ha vendido todos.

Estas son algunas de las escenas cotidianas que uno se encuentra, y cuyo curso se explican por este miedo a decir «no». No les cuento doscientas o trescientas más porque no tengo espacio, pero no sería por falta de experiencia. Si viven ustedes en África, ánimo y que no decaiga, que si consigue uno asumir y superar este pequeño malentendido en su vida cotidiana, y tomárselo con algo de humor, les aseguro que por el resto, sus gentes son de lo más afectuoso y humano que existe y estarán ustedes encantados de vivir allí.

Autor

  • Rodríguez Soto, José Carlos

    (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

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