El manual para déspotas

28/07/2008 | Opinión

Robert Gabriel Mugabe y Morgan Richard Tsvangirai se han dado la mano. Mugabe intentó levantar la mano de Tsvangirai por encima del hombro, para que se uniera a la suya en un triunfante puño doble, un gesto reminiscente del momento en que levantó las manos de Joshua Nkomo, gesto con el que mató la oposición política en Zimbabue durante doce largos años.

Tsvangirai podría haber tenido en mente también en Joshua Nkomo, en ese momento, porque parecía que se resistió al gesto, su mano permaneció por debajo del nivel de los hombros, y Mugabe tuvo que conformarse con un apretón de manos de soslayo y una sonrisa forzada. Mugabe sonrió. Tsvangirai sonrió. Arthur Guseni Oliver Mutambara sonrió. Thabo Myuyelwa Mbeki sonrió. Todos ellos sonrieron y estaban felices juntos.

Es surrealista, esta orgía de sonrisas, este repentino destello cegador de dentaduras: hace apenas un mes que las imágenes de campos de torturas inundaban las televisiones y pantallas de ordenadores, fotografías y cuerpos quemados ilustraban las historias de horror de Zimbabue. Grabada en la mente de millones de personas quedó la muerte de Abigail Chiroto, asesinada en un ataque incendiario, y la inolvidable imagen de Joshua Bakacheza, menguado y frágil en su muerte, tan sólo dos de las víctimas que ocuparon las primeras páginas de las noticias y casi todos los periódicos que daban importancia a Zimbabue. Tsvangirai advertía al mundo del genocidio en Zimbabue. Apenas un mes después, se está sentando a hablar con el director de aquel genocidio.

Así es el incierto mundo de la alta política.

Como Kenia antes, Zimbabue será otro ejemplo de un nuevo modelo de elecciones africanas. Perder unas elecciones, según parece, no significa en realidad que debas dejar el puesto en el Gobierno. El ejemplo de Zimbabue debería sr particularmente alentador para Eduardo Dos Santos, en Angola, y para Paul Biya, de Camerún, dos líderes en el cargo cuyos países son los próximos en aparecer en el radar de las elecciones.

Esta es la lección de Zimbabue: si eres el líder en el cargo y parece que vas a tener que abandonar, por Dios que no cunda el pánico, simplemente quédate ahí; apalea a plena luz del día a algunos miembros del pueblo, porque tú puedes, cuanto más pobres sean, mejor, mete en la cárcel a aquellos que se atrevan a oponerse a ti, tortúrales, y si son mujeres, añade un poco de violación; mátales de manera horribles y quema sus cuerpos y tíralos a tumbas poco superficiales, o que no sean tumbas, como te parezca; en una palabra, intimida en tu camino de vuelta al poder, y ¡bingo!, la Unión Africana, muy amablemente, te pedirá que acomodes a tus oponentes en un Gobierno de Unidad Nacional.

“El pueblo de Zimbabue ya ha sufrido bastante”, es el mantra que se está utilizando como presión para que se celebren estas conversaciones. Y, de verdad, el sufrimiento va mucho más allá de los niveles que nadie con compasión pueda aceptar. Todo el mundo conoce las cifras, la hiperinflación, el índice de desempleo y ahora, otra vez, el espectro que se acerca poco a poco de una hambruna, los informes de las Naciones Unidas aseguran que hasta cinco millones de personas podrían morir de hambre. Pero ¿hasta dónde van a llevar este mantra? ¿Tanto ha sufrido la gente que los asuntos que no son tan básicos como el sustento mismo, que tienen que ver con desmantelar las instituciones opresivas, la responsabilidad de los actos, la justicia y las reparaciones deben sacrificarse en el altar de la conveniencia política?

No cabe ninguna duda de que, aunque el MDC presione para que estos asuntos estén en primera línea de las negociaciones, el Zanu-PF no admitirá ninguna petición de justicia, verdad y reconciliación, ni siquiera al nivel más básico de poner en conocimiento público las atrocidades. Una insistencia en este punto bien podría ser el final de cualquier conversación, negociación o acomodación. Y ¿acaso deba esperarse que el Zanu-PF apruebe la desmilitarización de las instituciones de Estado, para así desmantelar el sistema mismo que ha asegurado su supervivencia?

El resultado de estas negociaciones, cuando llegue, bien podría ser un compromiso político de la clase del que Zimbabue vio en los años 80, cuando Joshua Nkomo Zapu se unió al Zanu-PF de Mugabe, tras una violenta campaña de intimidación. Ese proceso de negociación no trató la violenta opresión de los seguidores de Nkomo. Los políticos obtuvieron el oro y el moro. Y hasta hoy la gente de Matebeleland tiene razones para seguir sintiendo rencor porque no se hizo nada para remediar su sufrimiento.

Es en este aspecto en el que el elemento más alarmante de estas conversaciones es que, como las conversaciones del Zanu-Zapu, y las de la Cámara de Lancaster antes de ellas, estas son otra vez de dominio exclusivo de los políticos. Si hay algo que los zimbabuenses deberían haber aprendido a estas alturas, es que el destino del país no debería confiarse a los políticos. Esto es una crisis política, y según este pensamiento, una crisis de la que se harán cargo los políticos. Cuando el MDC quería que se ampliase el equipo de mediación, sólo hablaba de añadir otro mediador para vigilar a Mbeki, que ha dado razones al mundo para creer que es el mejor y más trabajador de los embajadores de Mugabe. La ampliación real del equipo de mediación debería haber sido la inclusión de la sociedad civil, porque la gente que de verdad debería estar vigilada no son los mediadores, sino los políticos.

La exclusión de la sociedad civil significa que puede que nunca se aborden los asuntos de justicia, a pesar de estar plenamente definidos. Como tampoco se tratarán los muchos crímenes económicos de este régimen brutal. Y hay otra dimensión: no sólo hay que reparar los males del pasado, sino que también hay que establecer unas bases para el futuro: uno de los puntos de la agenda de las conversaciones es una nueva constitución. Ciertamente, esta mediación supone una oportunidad para deshacerse del acuerdo de la cámara de Lancaster, que ha sido modificado progresivamente para concentrar el poder en las manos del ejecutivo, haciendo así posible en Zimbabue los horrores de 28 años de Mugabe. Los negociadores deberían acordar una nueva constitución, pero no como la que han intentado establecer en el pasado, pero no elaborar un borrador ellos mismos. Dejar el proceso de hacer una constitución en manos de dos partidos políticos sería un error.

La ausencia de la sociedad civil en estas conversaciones inevitablemente significa que los zimbabuenses, como los keniatas, serán rehenes de un compromiso político. Y precisamente debido a que el pueblo ya ha sufrido bastante, no tendrán más remedio que aceptar lo que los políticos decidan e intentar reconstruir sus vidas otra vez, basándose en el compromiso y los sueños truncados. Si el MDC canta las alabanzas de este nuevo acuerdo en tonos lo suficientemente dulces y el Zanu-PF acompaña con sonidos relajantes sobre las mejoras y nuevas visiones y la unidad de este propósito, el dinero para un paquete rescate empezará a entrar. La inflación bajará.

Los políticos permanecerán en sus cargos durante toda la legislatura y harán campaña para las próximas. Pronunciarán grandes discursos para la apertura del parlamento y de escuelas. Posarán para los fotógrafos con los dignatarios que vengan de visita. Los zimbabuenses bromearán y reirán sobre la inflación del momento, que alcanzaba los 2.000.000 %, y las facturas se pagaban en miles de millones y billones y el presupuesto de calculaba en cuatrillones.

Joshua Bakacheza y Abigail Chiroto se desvanecerán de la memoria; seguro que no aparecerán en ningún libro de historia, ni ellos ni ninguna de las muchas víctimas cuyos cuerpos molidos a palos y quemados sirvieron para avivar la llama y mantener la historia de Zimbabue en primer plano. Habiendo cumplido con su propósito, abandonarán el primer plano, quedando sólo en la memoria de la gente que les quería y en las búsquedas ocasionales de internet, donde no se borra nada. Y Zimbabue seguirá avanzando hacia un futuro arraigado en dolor y pena, donde los resentimientos del pasado acumulados serán los recordatorios diarios de los peligros del compromiso político.

Petina Gappah

La autora es una escritora zimbabuense y abogada, que vive en Ginebra. Recientemente obtuvo el premio Mukuru Nyaya, por sus escritos para comic.

Mail & Guardian

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