El maloya de la Isla de la Reunión: raíces de libertad, por Afribuku

20/12/2012 | Bitácora africana

Por Ángela Rodríguez Perea

Hoy 20 de diciembre de 2012, siguiendo los rumores y a los crédulos y a los soñadores, será nuestro último día en el mundo. Un mismo día hace 164 años, el 20 de diciembre de 1848, en la ciudad de St. Denis, capital de la isla de la Reunión, también se celebraba el final de una era a ritmo de música maloya: la abolición del esclavismo había llegado y el 21 de diciembre la isla se despertaría bajo un nuevo sol.

La Reunión es un departamento francés situado en el Océano Índico, en el archipiélago de las Mascareñas (junto con Mauricio y Rodrigues), al este de Madagascar. Antiguamente denominada Bourbon, es probablemente una de las grandes desconocidas para nosotros, hispanohablantes; apenas un pequeño punto en medio del océano en el mapamundi, pero que a pesar de su reducido diámetro hace honor a todas sus denominaciones: la isla intensa, la reunión de todas las culturas. De ser un trozo de tierra no habitado por la especie humana, ha pasado a ser el melting pot de tres continentes: África, Asia y Europa. Un triple cruce de culturas y rostros que, como si de magia se tratase, se reflejan en la propia fisonomía geográfica de la isla, con sus tres circos naturales, consecuencia de la evolución geológica provocada por el volcán, aún activo. Vistos desde el cielo, Mafate, Salazie y Cilaos (nombres respectivos de los circos) presentan una forma casi geométrica que nos convencería, si también fuésemos completamente soñadores y crédulos, de que el futuro social y cultural de la Reunión estaba ya predestinado desde el principio…

La música maloya es el vértice de encuentro de todas esas culturas presentes en la isla, igual que el criollo reunionés es la lengua que las vehicula y las hace una sola. El maloya nació a finales del S.XVII como tantas otras músicas criollas del Caribe o Norte América, como una evolución de la música de origen de los esclavos de las plantaciones, procedentes de la costa de Madagascar y de Mozambique. La creación de melodías era una manera de escapar de la dura realidad a la que estos esclavos estaban encadenados.

Pero el caso del maloya presenta una importante peculiaridad con respecto a músicas como el gospel o la salsa pues, mientras éstas fueron rápidamente aceptadas, la sociedad reunionesa de origen europeo relegó el maloya al ámbito de lo secreto y lo prohibido. Como cuenta el escritor Mario Serviable, era una música que asustaba, pues se asociaba a las prácticas mágicas de origen africano y a la amenaza de una rebelión violenta contra los amos. De hecho, la palabra “maloya” significa “brujería” en algunas zonas de Mozambique como el Zambeze.

A partir de ese momento de inflexión que fue la prohibición de la trata de esclavos, en 1848 la necesidad de mano de obra provoca que un gran número de indios desembarquen en la Reunión para trabajar, integrando el elemento social asiático en la población. A pesar de la nueva situación legal, los llamados “malbars” trabajan prácticamente en las mismas condiciones que los antiguos esclavos, codo con codo, y a través de esta proximidad asimilan la lengua y la tradición, contribuyendo así a la preservación del maloya.

La sociedad continúa profundamente separada y la música es un reflejo de ello, instalándose un doble eje en el que el Sega, música de origen europeo cantada en criollo, representa a la población europea y a la cultura oficial. Han quedado en el olvido los primeros años de vida de la isla en la que el mestizaje era más la regla que la excepción.

Apartada siempre a un segundo plano, la situación del maloya empeora en los años 60 del siglo XX, momento de leves convulsiones políticas. Esta música empieza a identificarse con la lucha social y el hecho de que el partido comunista reunionés la utilice como un símbolo es una provocación para la metrópolis. El gobierno central decide pura y llanamente prohibir toda manifestación del género, incluso en el ámbito familiar y privado. Las sanciones van desde multas a confiscaciones de los instrumentos tradicionales, (el roulé, el kayamb y el piké). El criollo también está prohibido en las escuelas, así como toda enseñanza de la historia inherente de la isla. Toda identidad propia intenta en definitiva ser borrada.

No será hasta los años 70 cuando el maloya empiece a ver de nuevo la luz, irónicamente gracias en parte a aquellos que fueron sus enemigos. La recuperación del patrimonio fue impulsado por la iglesia, historiadores locales, el partido comunista y grupos de jóvenes que se sienten implicados. Conseguir que el maloya salga del silencio en el que ha sido sumido no es tarea sencilla y se topará con el rechazo una parte de la población; la labor será llevada a cabo al principio por artistas como el músico Firmin Viry o el grupo Kaloupilé, grupo tradicional de música y danza formado por jóvenes reunioneses que es el fruto de un intenso trabajo de investigación social de campo. A pesar de las primeras reticencias, “lo natural sale siempre a galope” y el maloya vuelve a florecer fácilmente desde dentro de la propia población, como recuerda Jacqueline Farreyroul, miembro del famoso grupo Kaloupilé.

El principal representante del género es, aún actualmente, el gran Dani Waro (aparece en el pequeño documental), músico respetado y casi adorado por todos y que es una prueba física del mestizaje racial y cultural de la Reunión, mostrando que el maloya no es ni mucho menos exclusivo de la raza negra.

A las raíces tradicionales se sumará pronto la fusión y la evolución del género, con grupos como Ousanousava, Ziskakan o el mítico Alain Peters, fallecido prematuramente, que se atrevieron a combinar con el maloya elementos de la música moderna anglosajona o a introducir instrumentos ajenos como el sintir, guitarra-bajo gnawa de tres cuerdas.

La evolución ha continuado hasta hoy a través de músicos como Sami Waro, hijo de Dani y todo un talento musical que ha sido el primero en proponer un cuidado y delicioso maloya electrónico. Pero también el grupo Andemya que tocan, según sus propias palabras, “maloya endémico”, una lograda mezcla de maloya y rock progresivo.

El maloya es en definitiva un género amplio y riquísimo, cuya historia y características son difíciles de presentar en un solo artículo. Hoy está reconocido como patrimonio inmaterial de la humanidad. A pesar de su desarrollo, esta música ha continuado tratando temas de gran contenido social y que hacen referencia a los problemas de los habitantes de la antigua Bourbon, y siempre con letras en criollo.

Aquel 20 de diciembre no tan lejano fue la primera vez que el maloya, que había llegado desde el continente negro, se tocaba a plena luz, en la mismísima plaza central de la capital. La noche de este próximo jueves, mientras por el mundo algunas personas se acurruquen en un rincón de sus casas temiendo lo peor, en la isla de la Reunión se conmemorará una vez más a ritmo de tambores la “Fèt kaf”: la fiesta de los “cafres”, descendientes de los esclavos de origen africano, pero también la gran celebración de la conquista de la propia identidad, que en este caso no conoce de color o religión, menos aún de meteoritos ni de la sumisión a otras amenazas, reales o imaginarias.

Original en : Afribuku

Autor

  • afribuku

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