El fantasma del intento de golpe en Guinea Ecuatorial vuelve a acosar a Mark Thatcher, en España

4/11/2009 | Crónicas y reportajes

Desde las ventanas de la mansión Casa Flores, de 3 millones y medio de euros, en uno de los enclaves más exclusivos y lujosos de la Costa del Sol, hay una vista de naturaleza virgen, desde un bosque e inmaculados recorridos de golf hasta el resplandeciente mar Mediterráneo.

Hay que decir que esta impresionante vista, desde este tan deseable y caro lugar está a un mundo de distancia de la vista que hay desde detrás de los barrotes de la infame cárcel de Guinea Ecuatorial, Black Beach.

La conexión entre estos dos extremos de lujo y degradación reside en las personas que los habitan. Durante un tiempo Black Beach ha sido el hogar del conspirador para dar un golpe de estado, Simon Mann; Casa Flores es la confortable y discreto refugio de su viejo amigo y compañero de borracheras, Sir Mark Thacher.

Esta mansión de color ocre, hundida en la exclusiva urbanización El Madroñal, es donde vino el hijo de Lady Thacher a disfrutar de los lujos y la riqueza, mientras escapaba de la mirada pública, y de la vergüenza pública, causada por reconocer su implicación en el llamado “Golpe Wonga”.

Vigilada por cámaras de seguridad y guardas privados que patrullan la finca vallada, Mark Thacher ha llevado una vida de discreción, sólo estropeada por un altercado con su casero y amigo del colegio, Stephen Humberstone, por el impago de una renta de algo más de 6.000 euros al mes.

Incluso ha encontrado tiempo para divorciarse de su primera mujer, Diane, y bajarse a Gibraltar para casarse de nuevo, esta vez con Sarah Russell, cuñada del jefe del periódico británico Daily Mail, Lord Rothermere.

Pero a partir de hoy, sin embargo, las miradas se han vuelto a dirigir hacia Thatcher cuando las autoridades de Guinea Ecuatorial han insistido en recordar que el caso contra él todavía está abierto, a pesar de la puesta en libertad de Simon Mann.

El actual juez del Tribunal Supremo del país, José Olo Obono, ha declarado que su país no se rendirá y seguirá intentando procesar a todos los sospechosos de haber participado en el intento de golpe de estado. “Queremos perseguir a todos los implicados en el caso”, declaró. Obono nombró a Thatcher como uno de los principales sospechosos, aunque no se ha producido ningún intento de extraditarlo desde España.

Si el hijo de la ex primera ministra británica fuera lo suficientemente imprudente para aparecer por Guinea Ecuatorial, Olo Obono le mostraría documentos que, según él, demuestran su participación en el complot para el golpe. “Hay pruebas irrefutalbles de que él ayudó a financiar el golpe. Tenemos documentos que demuestran eso. Me encantaría hablar con él”.

No se ha podido contactar con el propio Thatcher para que responda a estas acusaciones en su residencia en España, el día 3. Un jardinero que respondió a la llamada al timbre de la casa, dijo que él y su mujer habían salido de compras todo el día. Lo único que se podía ver mirando a través de la puerta que tenía un cartel de advertencia “Propiedad protegida por sistemas de seguridad”, era un jeep Cherokee y un coche deportivo, posiblemente un Porche.

La finca, en las colinas que dan a San Pedro de Alcántara, no es el único lugar del extranjero en el que Thatcher ha intentado hacer su vida. Su antigua casa, en Suráfrica, el país donde prosperó y pudo conocer a los conspiradores de Mann para el “Wonga”.

Cinco meses después del chapucero golpe de 2004, terminó abruptamente el idilio de Thatcher con Suráfrica. Fue arrestado en su casa de Ciudad del Cabo por la policía que investigaba su papel en el caótico complot.

Finalmente, alcanzó un acuerdo con los fiscales, admitiendo que había dado a uno de los conspiradores, el piloto surafricano Crause Steyl, 275.000 dólares para comprar un helicóptero. Después de haber afirmado en un principio que pensaba que era para una ambulancia aérea, Thatcher admitió después que sospechó que “podría ser utilizado para actividades mercenarias”.

Se le impuso una multa de 450.000 dólares y cuatro años de libertad condicional, y fue totalmente consciente de la deshonra. “Nunca podré volver a hacer negocios”, declaró a Vanity Fair, “¿quién va a hacer tratos conmigo?”. Peor aún, ahora tiene antecedentes penales y tiene prohibida la entrada a EEUU, donde ahora vive su ex mujer con su hija.

Ely Calil, el multimillonario británico – libanés a quien las autoridades de Guinea Ecuatorial quieren interrogar también sobre el complot, salió en defensa de Thatcher en una entrevista en el Daily Telegraph, el año pasado. “Él era como un premio para Simon [Mann]”, dijo Calil. “Se emborracharon juntos en Suráfrica y quién sabe de qué hablaron, pero él no tiene nada, absolutamente nada que ver con un intento de golpe de estado”.

Incluso entre los conspiradores, que le apodaron como “Scratcher”, (arañador) siempre fue una figura extraña. “Thatcher era despreciado como arrogante, prepotente y no muy listo”, asegura el autor Adam Roberts, que le entrevistó para su libro “The Wonga Coup”. Consciente de que no era bien aceptado por los ex miembros de las Fuerzas Aéreas Británicas y otros conspiradores, Thatcher, ocasionalmente se presentaba diciendo: “hola soy Mark el sin encanto”.

“No era el guijarro más brillante de la playa”, le dijo uno de los conspiradores a Roberts. Otro contemporáneo dijo que tenía “un ego del tamaño de una manada de elefantes y la atención de la envergadura de un mosquito”.

Thatcher correspondió a este desdén ignorando posteriores peticiones de ayuda. Una carta escrita desde la prisión por Mann dice que Thatcher parece ignorar todas sus llamadas para pedirle ayuda: “¡Scratcher les pidió que volvieran a llamar cuando el gran show hubiera terminado! ¡Esto no va bien!”.

Ahora que Mann está libre de la cárcel, el viejo amigo de borrachera de Thatcher tendrá una oportunidad de decir al mundo quién exactamente estaba involucrado – y cómo- en el complot. Thatcher esperará que Mann se retracte de las evidencias que dio, posiblemente bajo presión, en Malabo. Entonces, Mann afirmó que Thatcher había proporcionado 350.000 dólares de financiación y “no sólo era un inversor, se subió a bordo completamente y se convirtió en parte del equipo de dirección”.

(Mail & Guardian, Suráfrica, 04-11-09)

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