El espía marroquí. El servicio secreto de Marruecos (II), por Rafael Muñoz Abad

6/02/2015 | Bitácora africana

Cuando el viajero llega al Sahara occidental lo hace a uno de los territorios más “seguros” de Africa pues la presencia militar y los soplones del regimen siguen con especial interés al visitante blanco que siempre es sospechoso de algo. Un paseo por el Boulevard Mekka, hacia las barriadas de Al Mostakbal, en El Aaiún, nos interna en la [fallida] estrategia marroquí de entregar pisos a los saharauis con el objetivo de sedentarizarlos y crear una generación marroquinizada.

El pasado español de Laayoune es aún visible en forma de su iglesia y el antiguo Parador de Turismo…el resto son bloques desnudos. Cubismo. Urbanismo gris donde los pisos francos del Polisario son uno más. Quizás el extrovertido taxista, que en un Dacia con banderines del Barça nos lleva, sea un chivato de los servicios secretos de Marruecos. Intentando ser simpático, nos hace mil preguntas. Aquí, donde no hay cibercafé o locutorio que no esté pinchado, se hace fehaciente el dicho que las aceras escuchan. La gendarmería custodia cada rotonda y siempre hay un par de gafas de sol en la entrada del hotel Nagjir. Cuartel general de los observadores de la ONU en la capital del Sahara. Algo similar sucede cuando el viajero ocupa su confortable butaca en el impecable autobús que te lleva hasta Villa Cisneros – hoy Dakhla -. Un coche casi vacío en el que casualmente, se te intenta sentar al lado un educado acompañante que, en un correcto español, a preguntas te tupe. Y es que el interés que el turista despierta al “curioso” de turno es directamente proporcional al tamaño de la cámara de fotos que llevas.

Es reseñable que tras los meses de tensión con la diplomacia de El Eliseo, la DGSN haya vuelto a tender su mano y a cooperar con los servicios franceses en materia antiterrorista. Los frentes que sintetizan los esfuerzos de la inteligencia alauí son: todo lo relacionado con el Sahara y Argelia; la infiltración en la diáspora marroquí y los medios de comunicación “hostiles” a la monarquía; y el control del integrismo islámico; siendo esta última premisa la que le hace colaborar más estrechamente con España y Francia. Ahondando, coadyuvar con el Mossad en materia formativa o esa leyenda popular relativa a si sus servicios… ¿tuvieron “conocimiento” previo de los atentados del 11M en Madrid? Aunque la más novelesca y supuesta acción de sus agentes fue – anteriormente a los ataques del 11S – la penetración en Al Qaeda de Hassan Dabou. Espía infiltrado en Afganistán, en colaboración con la CIA, cuyo rastro se sigue hasta Washington. La conexión de yihadistas marroquíes con Al Qaeda es evidente pese a que antes del 2001, las agencias occidentales no le prestaran mucha atención a lo que en la casbah de Casablanca sucedía. Detrás del asesinato de Ahmed Massod, líder de la Alianza del Norte, la resistencia antitalibán, estuvo un marroquí radicalizado y, el propio Dabou, informó a Rabat que algo gordo se planeaba contra…Nueva York. El resto ya lo sabemos.

En el mundo islámico, Marruecos representa una de las vanguardias en la lucha contra el integrismo. Un aliado imprescindible. Sus servicios de inteligencia están infiltrados en la dermis del yihadismo en el Magreb. Se trata por lo tanto de un actor fundamental para medir la temperatura del reclutamiento de radicales a ambos lados de las verjas ceutíes. A la par, también es difuso conocer las cifras exactas de marroquíes y españoles que han engrosado las filas del Estado Islámico. Un tránsito que vuelve de Afganistán o Siria ideológicamente contaminado y que supone un riesgo latente que sólo es desactivable con más inversión en inteligencia y medios; con agentes de campo infiltrados en las comunidades socialmente más deprimidas y, no con estúpidos pactos vacíos de substancia ergo sólo preñados de electoralismo. Francia invierte con partidas presupuestarias y España con una normativa que no es lanza ni nada previene.

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL.

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Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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