Desviar los fondos destinados a tratar enfermedades como la tuberculosis, la malaria o el Sida no es lo mismo que desviar fondos para organizar un seminario. El alcance moral aquí es grave y nadie debería subestimarlo. Si fuera necesario, habría que castigar duramente, y castigar con la ejemplaridad requerida.
Pero en el asunto de los fondos mundiales, hay que aprender la lección para corregir errores en el futuro. Entre estas debilidades, está la falta de anticipación. Los famosos precedentes ocurridos en otros países, deberían habernos puesto sobre aviso. El escándalo de Uganda fue suficientemente mediático, como para que nosotros no hayamos relacionado el efecto dominó de las auditorías de la Oficina del Inspector Principal del Fondo Mundial, que, insistimos, es totalmente independiente del secretariado de los Fondos.
También están, pero esta enfermedad es incurablemente maliense, los desacuerdos en el seno de los equipos y de los programas, y estos desacuerdos propician toda clase de acusaciones. Lo que es más grave, impiden que se de ese espacio de cohesión que muestra un país como Senegal, cada vez que es amenazado desde el exterior. Por último, la falta de prontitud en la reacción, necesaria para recusar los resultados de la auditoría o de las consecuencias que produce. Aquí, hay que reconocer que las consecuencias no han tardado en llegar.
Pero tampoco es un problema. Porque es surrealista que un año después de haber dado el visto bueno, ahora se diga que el dinero estaba destinado a otra cosa.
Amadou Toumani Toure debe, una vez más, desempeñar su papel más difícil e ingrato: solucionar este tipo de asuntos. Al hacer esto, no debe hacer ningún regalo a nadie. De la misma forma debe velar para que la justicia o la voluntad de los donantes no perjudiquen a nadie. En caso contrario abrirá la caja de los truenos.
Adam Thiam
(Le Républicain, Mali, 23-11-10)
