El drama migratorio delata que gran parte de la humanidad ha asumido el paradigma tecnocrático y unidimensional

4/02/2019 | Editorial

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La semana pasada recordábamos una de las causas más profundas de los males sociales actuales, a los que nos enfrentamos. Hemos crecido tecnológicamente, pero no lo hemos hecho humanamente: en valores, responsabilidad y conciencia.

Hoy quiero señalar otra razón profunda por la que este desequilibrio está ocurriendo, y que está a la raíz de los males sociales que sufren los pueblos del mundo, sobre todo los más empobrecidos.

La sociedad ha asumido un paradigma de vida que es tecnológico y unidimensional. Se valora la ciencia, la tecnología y el disfrutar del bienestar material sin límites, olvidando en este proceso, y hasta despreciando, otras dimensiones, también fundamentales, en el ser humano, como son, las dimensiones: social, relacional, emocional, artística, ecológica y la dimensión trascendental del ser humano.

Para conseguir y controlar el mayor grado de poder y lucro económico, sacrificamos la vida digna de los demás, olvidamos un comportamiento ético y responsable, destruimos la solidaridad y coherencia social, así como la naturaleza misma, y todo para conseguir un beneficio personal o partidista.

Hablar del bien común, de un desarrollo sostenible, de una educación más integral, de una inclusión social de los refugiados de forma solidaria, no interesa a gran parte de la sociedad.

Esta visión unidimensional del ser humano y de la vida social, nos lleva fácilmente a actitudes y comportamientos radicales, fundamentalistas y exclusivistas.

Descartamos continuamente a los que son diferentes, en gran parte, antes de conocerlos. El conocimiento por contacto no nos interesa demasiado.

Utilizamos el poder y los recursos de forma casi siempre partidista o por egoísmo personal, pues nos falta la conciencia de que somos una misma familia humana y de que nos necesitamos unos a otros para construir una sociedad más pacífica.

Emil Salim, un ilustre economista, dice en su informe: Los países con riqueza mineral crecieron tres veces más despacio que los países sin tantos recursos, pues están saqueados por imperios económicos. Dos tercios del comercio mundial se realizan hoy, a través de las multinacionales, que se comportan de forma depredadora.

El Apartheid era racial e inhumano, pero ante todo era cuestión de poder y lucro. La riqueza se centra siempre en manos de una minoría. Suráfrica tiene un riqueza minera, la mayor del mundo, estimada en 22.494 billones de dólares, muy por encima de Rusia. El poder y el dinero no tienen colores. La concentración de poder y riquezas lleva al continente africano a la violencia y a la desigualdad. Los imperios económicos hoy existen en todos los continentes y en África también, como Obiang, Zuma, Mugabe, Kabila, Museveni…

Como en todos los países, conocemos ejemplares excepciones, tanto a nivel personal como nacional. Con todo, la complicidad entre gobernantes africanos y compañías extranjeras no tiene fin. Existen varios países frágiles pero con minas donde los comerciantes andan a sus anchas. La máquina de saqueo continua, en manos sobre todo de las multinacionales.


Se cierran las fronteras a los refugiados africanos, pero no a los diamantes y recurso africanos. El continuo saqueo de los recursos africanos, causa el exilio de millones de personas de todo el continente africano.

Este saqueo no se sanea solo con leyes de mayor transparencia y cortes penales. Es necesaria una regeneración mucho más humana y profunda. Nuestro crecimiento tecnológico debe ir de la mano con un desarrollo de todo el ser humano, en sus valores, responsabilidad y conciencia.

Si nos dejamos guiar por principios y valores que abrazan todo el ser humano, en todas sus dimensiones, entonces podremos crear relaciones y comportamientos más inclusivos y solidarios.

Olvidar o menospreciar cualquier dimensión constitutiva del ser humano, significa empobrecer y debilitar el desarrollo y el bienestar de toda la persona, de nuestra convivencia con los demás, y privar a una gran parte de la familia humana de una vida enteramente digna.

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