El dinero transmisor de enfermedades, por Antonio Molina

22/01/2015 | Bitácora africana

Cuando hablamos entre nosotros de enfermedades infecciosas en África, poco pensamos en la función del dinero como agente transmisor de infecciones.

EN EL PASADO

Hablando en términos generales, hasta después de la 1ª Guerra mundial de 1914 – 18. Entonces poco dinero circulaba por el continente africano. Me refiero en particular al papel moneda: los billetes.

Existían otras especies de dinero. Por un lado estaban los ’caurís’, también llamados ‘buzios’, pequeñas caracolillas utilizadas como ‘calderilla’. Los comerciantes las compraban por sacos en la costa del Golfo de Guinea. Hoy día se utilizan como ‘abalorios’ y adornos de los danzarines y músicos, o engalanan algunos instrumentos musicales, como las ’calabazas’ de percusión.

Para operaciones comerciales más importantes se utilizaban las ‘manillas’ (brazaletes) de cobre o de latón y hasta de hierro, que se ponían alrededor de los tobillos, donde los esclavos llevaban las argollas de la esclavitud. Esas piezas tenían bastante más valor que las ‘caurís’.

Desde tiempos inmemoriales se practicaba el trueque: animales por productos agrícolas, por ejemplo: las cabras, los corderos, las vacas, los caballos y burros y hasta los camellos podían ser intercambiados unos por otros, o por productos agrícolas y hasta por las tan apreciadas telas estampadas de algodón (los paños) y la tan necesaria sal.

Todas estas clases de DINERO no eran un peligro para la salud, a no ser que el cerdo tuviera la ‘triquina’ o la vaca la tuberculosis, por poner un ejemplo. Las ‘caurís’, los brazaletes y las barras de diversos metales no eran agentes de infección de enfermedades contagiosas.

ENTRE LAS DOS GUERRAS MUNDIALES

Se generaliza en las Colonias la circulación de monedas de metal acuñadas por las metrópolis. La ‘calderilla’ es de cobre, de bronce o de aluminio. Existían monedas de mayor valor facial, que se emitían en níquel, cupro-niquel, plata y en algunos casos de oro. Luego empezaron a circular los ‘billetes de Banco’, al principio enormes, por lo que se estropeaban muy pronto: ‘el papel moneda’.

Podemos afirmar que lo que más circulaba entre el pueblo sencillo: artesanos, agricultores, comerciantes de mercados, eran las monedas de cobre, latón, níquel y aluminio. Escasas eran las monedas de plata en manos de los colonos y muy escasas, por no decir raras, las de oro, como las LIBRAS de Suráfrica del siglo XIX.

La moneda metálica soporta bastante bien la dura tarea de la circulación, si exceptuamos el aluminio, metal blando y el cobre y el bronce, que se oxidan produciendo el ‘verdín’ que un veneno.

DESPUÉS DE LAS INDEPENDENCIAS

Todos los países comienzan a emitir moneda. Los billetes de papel se popularizan al bajar el valor de las monedas nacionales. A veces, el metal de algunas monedas costaba más que el valor facial representado. Al generalizarse la circulación del billete, se plantea el problema de su conservación. Los billetes se arrugan, se llevan en los bolsillos de la ropa, las mujeres los guardan con frecuencia en la ‘caja fuerte’ (entre el sujetador y las tetas sudadas), en el mercado se contaminan con toda clase de suciedad. El carnicero toca el dinero con las manos ensangrentadas y el pescadero con olor a pescado. Los billetes se caen al suelo o se guardan mezclados con los productos y materiales en venta. Con él se compran los remedios en los puestos ambulantes de medicamentos y en las farmacias de los hospitales y dispensarios. En fin, el papel se mancha, se arruga, se desgasta, se rompe. Por eso los bancos centrales deben tener preparados billetes nuevos, para reemplazar los billetes demasiado usados. En los países de África Occidental y Central (excolonias francesas) existe una moneda común el FRANCO CFA., que tiene el mismo valor en todas partes, como el euro en Europa.

Llegada la crisis con sus recortes estructurales, los presupuestos de los Bancos Centrales disminuyeron y los billetes rotos, pringosos, arrugadísimos, continúan circulado de mano en mano. Los ciudadanos llevan una porquería de dinero en los bolsillos, aumentando el riesgo de contaminación y transmisión de enfermedades contagiosas.
En las grandes ciudades, donde está bien implantado el sistema bancario, ciertos establecimientos, como farmacias y restaurantes, piden a sus clientes que paguen con las tarjetas de crédito, para evitar el manuseo del dinero durante las comidas. Pero aún son pocos los africanos que poseen una cta. cte. con tarjeta de crédito.
Hablando de los países invadidos por el ébola, diremos que en Liberia son los billetes de 5 y 10 $ liberianos, en Sierra Leona, los de 500 y 1000 Leones y en donde ‘reina’ el Franco Cfa. Son los de 500 y 1000 frs. Todos con valores equivalentes entre 1 y 2 euros.

ALGUNOS CONSEJOS A LOS CIUDADANOS

1º – Si manejó con dinero de papel, lávese las manos bien con jabón antes de tocar los alimentos. Las mamás que guardan dinero en la ‘caja fuerte’, laven las tetas y los pezones antes de dar de mamar a sus bebés.

2º – Los COMERCIANTES (cajeros o contables) eviten mojar con saliva el pulgar y el índice al contar billetes

3º – Tener presente que llevar la mano a la boca, tocarse los ojos, los oídos o las narices, así como otras partes íntimas del cuerpo, las llagas o heridas son ocasiones de infección rápida.

Por esta manipulación incorrectamente peligrosa del dinero, enfermedades como el ébola y otras endemias de aquellas regiones arraigan cada día con más fuerza, de ahí que es tan importante no economizar esfuerzos en la educación sanitaria de pueblos que aún están dominados por la mentalidad mágica.

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Autor

  • Molina Molina, Antonio José

    Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

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