El Congo no es Bélgica

15/10/2010 | Opinión

Una vez más la RDC (República Democrática del Congo) acaba de demostrar al mundo que, en su territorio, los derechos humanos están lejos de ser una garantía. El pasado 2 de junio, Floribert Chébeya, presidente de la ONG de defensa de los derechos humanos «La voix des sans voix», fue encontrado muerto en dudosas condiciones.

A este crimen, algo oscuro hasta ahora, se añade otro sin duda demás. Armand Tungulu Mudiandambu, de treinta años, murió detenido en las celdas de la Guardia Republicana. La razón de su arresto hasta su muerte fue la de haber arrojado una piedra a un coche blindado a bordo del cual se encontraba el presidente Kabila.

Conviene sin duda señalar que el acto de arrojar piedras a una autoridad es reprensible por varias causas. Y por ello debe ser condenado conforme a la ley si es necesario. Sin embargo, tiene que ser la justicia quien decida sobre los hechos para encontrar la sanción apropiada. En el caso de Tungulu, esta norma no se ha respetado.

Si no, ¿qué hacía Mudiandambu, o más bien, qué se estaba haciendo con él en las celdas de la Guardia Republicana desde su arresto del 29 de septiembre hasta su muerte? ¿Tan despistadas son las instituciones judiciales congoleñas que hasta un asunto de sus competencias es relegado a la tarea de los soldados en cuyas funciones no está incluida la judicial?

Nos atrevemos a esperar que no. Y además, ¿quién o qué ha matado a Tunghulu? ¿Se ha suicidado realmente, como ha anunciado el poder de Kinshasa, o ha sido a consecuencia de torturas?

Esperando una posible autopsia, todo lleva a pensar que la última tesis es la más creíble ya que, como afirman numerosos testigos de la escena, en el momento de su arresto el malogrado fue duramente maltratado.

¡Pobre Mudiandambu! Ha debido confundir Bélgica, donde pasó buena parte de su vida, con su Congo natal. Sin embargo, no es ni el primero ni el único en cometer semejante acto.

Que ello no sirva de comparación alguna que dé razones a Tungulu para justificar o animar a actos de este tipo. Únicamente, un tiempo antes que él, un tal Mountazar Alzaydi, periodista iraquí, arrojó sus zapatos a Georges W. Bush, presidente de la potencia mundial más grande, Estados Unidos de América.

El 13 de septiembre de 2009, el presidente de gobierno de Italia, Silvio Berlusconi, vio sus dientes rotos y su nariz fracturada a causa de una agresión con una estatuilla.

Además, agresiones verbales entre dirigentes, encontramos a diario. Pero que se recuerde, ninguno de estos agresores ha conocido la suerte de Tungulu. El joven de 30 años olvidó sin duda que los dos continentes, Europa y África, están muy lejos el uno del otro no solamente a nivel de desarrollo, sino también en materia de derechos humanos.

Si no, ningún congoleño, incluso bajo los efectos del alcohol, habría cometido el fatal error de expresar su descontento arrojando una simple piedra al coche blindado del Presidente.

Mudiandambu, sin duda influido por la democracia occidental, no ha entendido desafortunadamente que en “las repúblicas muy, muy republicanas de Gondwana», expresión que le costó muy cara al humorista Mamane, el presidente es como un semi dios. En algunos países, ni si quiera su nombre se pronuncia en cualquier lugar, ni en cualquier momento o de cualquier modo.

Boulkindi Couldiati

Publicado en Le Pays, Burkina Faso, el 4 de octubre de 2010.

Traducido por Marina Javierre Limón, para Fundación Sur.

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