El conflicto por el agua en Libia

13/09/2019 | Crónicas y reportajes

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Trípoli tiene sed. Las válvulas están cada vez más vacías y la pérdida de carga está aumentando. Los recortes ponen de relieve la fragmentación territorial del país.

En la tierra del oro negro, el agua ya no fluye. Desde el comienzo del verano, la capital libia ha experimentado no menos de cinco grandes cortes de agua. La primera el 20 de mayo, al amanecer. A medida que la ciudad se despierta, #WaterlessTripoli está ganando impulso en Twitter.

Un usuario de redes sociales preguntó: “¿cómo le explico a mi familia que tienen que ir a la mezquita a lavarse?” Estas interrupciones se suman a los frecuentes apagones. A finales de julio, cuando el mercurio alcanzó más de 35°C y la mayor parte de la capital tuvo que soportar sólo tres horas de electricidad al día, los grifos de Trípoli estuvieron vacíos durante varios días.

Influencia política

Es cierto que el frente se encuentra a decenas de kilómetros del centro de la capital, asediada por el Ejército Nacional Libio (LNA) de Khalifa Haftar desde el 4 de abril. Pero la guerra de los recursos ha invadido los hogares tripolitanos. De hecho, el problema es endémico desde 2011, debido a la inevitable degradación de la infraestructura. Farraj al-Amari, ex Director de Planificación del Ministerio de Electricidad y Agua de Trípoli, declaró que “los técnicos extranjeros ya no se atreven a poner los pies aquí por razones de seguridad, y todos los contratos de modernización (como el proyecto de construcción de tres plantas desalinizadoras entre Trípoli y Misrata) siguen bloqueados a pesar de las enormes oportunidades de inversión”.

El daño colateral de la situación de seguridad de Libia no es el único culpable. Los recursos nacionales son también uno de los temas centrales del conflicto civil. Su mala gestión cristaliza las tensiones de un país, dividido entre clanes y grupos tribales, que nunca ha hecho las paces con su pasado.

Lazib Mohamed Essaïd, estudiante de doctorado en el Instituto Francés de Geopolítica y experto en Libia, explicó que “desde 2011, y especialmente durante los períodos de guerra, los recursos hídricos y eléctricos han sido una palanca política. Los grupos armados lo saben. Y lo explotan para reivindicaciones comunitarias o personales”. En la región de Tripolitania, el control del acceso al agua y a la electricidad es un medio poderoso para ejercer presión contra un gobierno cada vez más inoperante.

Castigo colectivo

En algunos casos, los recortes son similares a una sanción colectiva para los habitantes. Esto es precisamente lo que ocurrió en mayo, cuando una milicia Gaddafi, ahora afiliada al mariscal Khalifa Haftar, cerró voluntariamente la estación de bombeo de Yabal al-Hasawna en el suroeste del país, bloqueando una de las redes que prestaban servicio a la capital. El sabotaje organizado por Khalifa Hanaish, que dirige el grupo armado, tenía un objetivo específico: conseguir la liberación de su hermano, un líder militar detenido por una milicia rival de Trípoli.

La capital, al igual que otras ciudades desde la costa hasta Bengasi, depende en un 95% del agua bombeada desde el sur del país, donde se encuentra la cuenca de Nubia, una capa freática compartida entre Libia, Egipto, Sudán y Chad. Descubierta en 1953 durante una campaña de exploración petrolera, esta cuenca subterránea fue explotada por Muammar Gaddafi para transportar agua del desierto a la costa a través del Gran Río Artificial, el mayor proyecto de riego del mundo.

Unos 4.000 kilómetros de tuberías subterráneas atraviesan estos territorios tribales hasta llegar a las ciudades. Para Jalel Harchaoui, investigador del Instituto Clingendael de La Haya y especialista en Libia, “podemos observar la enorme paradoja entre un Fezzan muy marginado pero rico en recursos y una capital que lo ha abandonado totalmente cuando depende totalmente de él”.

“Posibles crímenes de guerra”

Desde 2017, el LNA ha llevado a cabo varios intentos de avanzar hacia el suroeste antes de girar hacia el norte. En febrero, Khalifa Haftar finalmente logró apoderarse de esta zona estratégica, reclamando sus recursos. Según el analista Djidel Hocine, “no es casualidad que, en su progreso, el Mariscal siguiera la ruta de los principales yacimientos petrolíferos. El área corresponde al área donde se extiende la RMG (Gran Río Artificial)”.

En consecuencia, el Gobierno del Entendimiento Nacional (GNA) de Fayez al-Sarraj, atribuyó los cortes deliberados de agua al Mariscal Oriental, acusándolo de causar una crisis humanitaria en el enclave asediado. Abdelkader Lahouili, miembro del Consejo Superior del Estado de Trípoli, señala que “este verano, grupos aliados a Haftar en la parte sur de la capital atacaron intencionalmente las estaciones de agua al menos dos veces”. Un comunicado de prensa de las Naciones Unidas ha descrito claramente estos como “ataques” y “posibles crímenes de guerra” contra civiles, pero no ha llegado a nombrar a un autor.

Por su parte, el LNA niega cualquier implicación. ¿Está Khalifa Haftar negando agua a la población para ganar la batalla? Harchaoui apunta que “tendría los medios para hacerlo, pero la comunidad internacional lo está vigilando. Haftar todavía tiene mucho que perder en asuntos diplomáticos. En este momento, no puede permitirse que se le asemeje a un criminal de guerra”.

¿Dividendos políticos para Haftar?

Si el mariscal no está directamente involucrado en estas operaciones de sabotaje, parece que las tolera cuando son obra de las fuerzas locales que lo apoyan. Cualquier disfunción en Trípoli le favorece: el deterioro de la situación de seguridad, los cortes de agua y electricidad y la mala gestión de las infraestructuras. Todo ello alimenta la frustración de una población privada de bienes esenciales.

Como confirma Abdelkader Lahouili, “la situación se ha deteriorado con la guerra. Las empresas que gestionan las centrales eléctricas alrededor de la capital son turcas [Turquía apoya al gobierno de Trípoli]. Los técnicos se convierten en un objetivo, y el gobierno ya no puede acceder a estas áreas. Por el momento, la cuestión de la seguridad sigue siendo una prioridad”.

Pero a largo plazo, Haftar podría recuperar los dividendos políticos de esta situación. Para Jalel Harchaoui, “la guerra no está progresando como el Mariscal del Este deseaba. Si la GNA cayera porque la población la rechaza, le daría a [Haftar] una gran ventaja”.

Arianna Poletti para Jeune Afrique

Fuente: The Africa Report

Fuente: Al Jazeera

Traducción y edición, A. Martínez Pradas]

[Fundación Sur]

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