El Cocodrilo me ha dado qué pensar

27/11/2017 | Opinión

“El Cocodrilo”. Así llaman sus compatriotas a Emmerson Dambudzo Mnangagwa por su conocida paciencia antes de asestar sus golpes. Dicen que tiene 75 años, de los que 10 los pasó en las cárceles de la antigua Rodesia, Zimbabue desde su independencia en 1980. Carne y uña de Robert Mugabe en la lucha contra el gobierno blanco, fue su esbirro cuando en 1983 Mugabe decidió aplastar la oposición de los ndebele, habitantes de Matabeleland en el Oeste de Zimbabue, segundo grupo étnico (10%) tras el mayoritario de los shona (80%). En menos de dos años fueron asesinados unos 20.000 civiles, en lo que se conoce como los “Gukurahundi massacres”. En la lengua de los shona “gukurahundi” son esas primeras lluvias que limpian el ambiente y la tierra antes de que lleguen las buenas lluvias de primavera. Naturalmente Mnangagwa niega la autoría de la masacre y la atribuye al ejército. Fue sobre todo él quien organizó en 1991 la nacionalización de las tierras de los blancos, distribuidas prioritariamente entre los amigos del partido gubernamental, el Zimbabwe African National Union – Patriotic Front (ZANU–PF). Mal gestionada, marcó el comienzo de la debacle económica en la que vive inmerso el país. En estos últimos años, en los que han surgido facciones opuestas en el interior del ZANU-PF, Mnangawa, “El Cocodrilo”, pertenecía a la sección “Lacoste”, la de los antiguos miembros de la lucha armada contra los blancos. Se les oponían los de la “Generation 40” (G40), que buscaban un cambio generacional y con personas, según ellos, mejor preparadas. Desde hace algún tiempo los G40 favorecían como sucesora de Mugabe a su joven esposa Grace Ntombizodowa. Nacida en Benoni, Sudáfrica en 1965, se la conoce en la capital Harare como “Gucci Grace”, y se rumorea que en una visita al Harrods de Londres llegó a gastar un millón de libras. Según los “Lacoste”, y el mismo Mnangagwa en una declaración reciente, los G40 intentaron envenenar a Mnangawa en dos ocasiones. Destituido como vicepresidente el 7 de noviembre, se fugó del país al día siguiente, ha vuelto tras la reciente intervención militar y jurado su cargo como presidente de Zimbabue este 24 de noviembre.

emmerson_mnangagwa_2_cc0-3.jpgEsos son los datos que las agencias de noticias han aireado repetidamente estos días. Queda por ver qué es lo que realmente ha cambiado en Zimbabue. De ahí los comentarios: “Mnangagwa es tan temible como su expresidente, y la situación económica es complicadísima”, comentaba un periodista inglés horas antes de que El Cocodrilo inaugurase su presidencia. “Mugabe ya no está. Pero el ZANU-PF, que es tan culpable como él del actual estado de cosas, sigue controlando el poder. ¿Será Emmerson Mnangawa diferente de Mugabe?”, escribía ese mismo día Lebo Diseko para la BBC. Lo sabremos dentro de algún año, y puede que hasta dentro de algunos meses.

Entre tanto, lo acaecido en Zimbabue me ha hecho pensar en algunos presidentes africanos que han dejado el poder de manera democrática y en otros que, a pesar de su edad, siguen en el poder.

Léopold Sédar Senghor (1906-2001) monopolizó el poder en sus primeros años como presidente a partir de la independencia en 1960. La constitución que él promovió en 1976 abrió el país al pluralismo democrático. Y el 31 de diciembre de 1980 fue sucedido por el entonces primer ministro Abbou Diouf. También Julius Kambarage Nyerere (1922-1999), “Mwalimu” (Maestro), se mostró autoritario durante parte de su presidencia tras la independencia de Tanzania en 1964. Pero supo finalmente retirarse de manera democrática en 1985. Todavía vive Kenneth David Kaunda (93 años), primer presidente de Zambia en 1964. Le sucedió también democráticamente en 1991 Frederick Chiluba, tras unas elecciones en las que Kaunda obtuvo el 24% de los votos y Chiluba el 74%. Y, naturalmente, todos recordamos a Nelson Rolihlahla Mandela (1918-2013), primer presidente en 1994 de la Sudáfrica post-apartheid. La constitución de 1996 le habría permitido gobernar durante dos mandatos. Sin embargo, “Madiba” (nombre del clan Thembu al que pertenecía) gobernó durante un solo mandato y se retiró en 1999.

Por desgracia, los ejemplos de Senghor, Nyerere, Kaunda y Mandela no parece que hayan cundido. A fecha de hoy, quitando ya a Robert Mugabe, 20 jefes de estado africanos han pasado los 70 años de edad. Curiosamente, el más anciano, el presidente tunecino Béji Caïd Essebsi que cumplirá 91 años este 29 de noviembre, no ha terminado aún 3 años de mandato, fue elegido democráticamente, y no parece que tenga la intención de eternizarse en el poder. No se puede decir lo mismo de Paul Biya (84 años), presidente de Camerún, de Abdelaziz Bouteflika (80 años) presidente de Argelia, de Yoweri Kaguta Museveni (70 años), presidente de Uganda, ni de muchos de los más de cincuenta jefes de estado africanos actualmente en el poder. ¿Por qué en algunas culturas y grupos religiosos parece como si toda jefatura, casi por su propia naturaleza debiera ser “vitalicia”?

Los jesuitas solían distinguir (aunque menos últimamente) entre el padre general, guía espiritual de la Sociedad y elegido de por vida, y los provinciales, dedicados más al gobierno práctico y con un mandato limitado en el tiempo. Una diferenciación semejante se da en las monarquías constitucionales Con sus 91 años, Isabel II sigue reinando en el Reino Unido y no disminuye su cota de popularidad. Y se puede decir que las democracias del norte de Europa con reyes como jefes de estado se sitúan entre las que mejor funcionan. De las monarquías feudales de la Edad Media se pasó a las monarquías absolutas de la Época Moderna. Las revoluciones obligaron a esas monarquías a “constitucionalizarse”. Las que lo hicieron han demostrado que las necesitábamos: como garantes de la tradición y de la unidad, y como fuente de inspiración ética y moral en lo político. A su manera, Nyerere, Kaunda, Senghor y Mandela, comprendieron que inspirar humana y democráticamente es más importante que el gobernar. Supieron marcharse a tiempo y seguir siendo “padres de la patria”. Mugabe no ha aprendido la lección. “Robert Mugabe: Is Zimbabwe’s ex-president a hero or villain?” (¿Mugabe: héroe o bellaco?), preguntaba este martes pasado Joseph Winter de la BBC. Y hablaba de la tristeza de un pueblo que tenía que expulsar a quien le había llevado a la independencia. ¿Lo tendrá en cuenta El Cocodrilo Emmerson Dambudzo Mnangagwa?

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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