Ebulliciones electorales en el Congo: de Caribdis a Escila

12/12/2011 | Opinión

Este artículo es el producto de una estancia en Kinshasa durante unos cuantos días antes y después de las elecciones que se han celebrado en este subcontinente que es el Congo. Las reflexiones que siguen son las de un acompañante de una misión de observación que ha podido ver, oír y recoger cierto número de informaciones pertinentes entorno a un escrutinio que ha constituido sobre todo un enorme desafío.

Un paisaje político que ha estallado en un enfrentamiento bipolar

Se impone una constatación. Más todavía que en 2006, las elecciones de 2011 nos conducen a un paisaje político troceado y estallado. Más de 18.000 candidatos para las elecciones a diputados frente a unos 10.000 en 2006. 450 partidos frente a los 203 de 2006; a añadir 541 candidatos independientes. El presidente saliente se presenta como “independiente”, pero su partido PPRD (Partido para la Reconstrucción y el Desarrollo), lo mismo que el de su rival Etienne Tshisekedi, la UDPS, agrupa a otros “sesenta”, que constituyen otras tantas facciones susceptibles de distanciarse en función de “quién sea el vencedor”.

Para la elección presidencial, la cosa está más apretada: 11 candidatos frente a los 33 de 2006. La razón de la disminución está sin duda en el aval, 100.000$ (el doble que en 2006), que cada candidato debía presentar. De los 11 candidatos, 4 eran personalidades “nuevas” y 3 Kashala, Mbusa y Mobutu, además de Joseph Kabila, ya se habían presentado en 2006. Los únicos candidatos que podían inquietar a Kabila eran Vital Kamerhe y Etienne Tshisekedi. Kamerehe, antiguo jefe de gabinete de Kabila y ex presidente de la Asamblea Nacional, que se separó del presidente en diciembre de 2010, ha mantenido un discurso moderado y su partido, UNC, ha presentado candidatos en muchos lugares y no solo en su Kivu de origen. En cuanto a Tshisekedi, vieja figura emblemática de la oposición, que no se presento a las elecciones de 2006, ha manejado la estrategia de la tensión y lo mismo que en 2006 Jean Pierre Bemba ha tocado la tecla de “Kabila-el-ruandés”. Su nombre mítico moviliza las masas, pero también a los niños de la calle “pomba”, practicantes de juegos marciales, o “kuluna”, (jóvenes delincuentes que manejan cuchillos y machetes), que han sido también “mano de obra del partido presidencial y de otras formaciones. Tshisekedi rechazó siempre los trabajos de enrolamiento/inscripción de electores realizados por la CENI, lo mismo que su trabajo de presentación de candidaturas, instrumentalizando la idea “de una primavera árabe” en RDC. Ha jugado con fuego antes, durante y después de la campaña con una retórica populista. Rechazó la firma del código de buena conducta electoral, firmado por el resto de formaciones e invitó a sus militantes “a romper las puertas de las cárceles” donde estaban detenidos unos treinta militantes y ya que se consideraba “el candidato del pueblo, se autoproclamó presidente de la República. En definitiva, el “gran enfrentamiento” del 29 de noviembre se estableció entre él y Kabila.

Joseph Kabila disponía de una ventaja cierta, ya que dispuso de los medios del poder y de un acceso privilegiado a los medios de comunicación; pudo hacer una campaña tranquila a la americana, a la vez que ha controlado con el nombramiento de 18 nuevos miembros la Corte Suprema de Justicia, que en ausencia de la Corte Constitucional se encargará de pronunciarse sobre la validez final de los resultados electorales. Etienne Tshisekedi, dirigiéndose sobre todo a los pobres y excluidos ha canalizado las frustraciones de cuantos no han sacado provecho de una “estabilización• o “normalización” política más o menos “aceptable” para los grandes padrinos del Congo (los EEUU, Bélgica, FMI, Banco Mundial, Consejo de Seguridad…); normalización en la que sólo las formas parlamentarias han sido más o menos respetadas.

Una apuesta casi imposible

Esas han sido las formas que los padrinos del Congo y la clase política congoleña han querido llevar adelante al organizar con precipitación un escrutinio legislativo y presidencial que deberá ser seguido por otros hasta mediados de 2013. Prisa de la elite política que tardó mucho tiempo en ponerse de acuerdo sobre la comisión electoral (CENI), que ante todo, más que “independiente” debía ser “nacional”; los dirigentes tuvieron interés en financiar en más del 80% el gasto electoral (frente al 20-30% de 2006). El reto era colosal si se tiene en cuenta las dificultades logísticas de un país que ha progresado muy poco en cuanto a estructuras y el inicio de los trabajos demasiado tardíos de la CENI. Fue preciso comenzar desde cero al efectuar una nueva inscripción de electores, un nuevo carné electoral que a la vez serviría de documento de identidad; esta operación terminó a mediados de julio. Se tuvo que verificar también la validez de los más de 18.000 candidatos, operación que a primeros de septiembre no había terminado. Y, sobre todo, fijar, en una cartografía desfasada mas de 62.000 mesas electorales, fabricar las urnas (en China), el material didáctico, las cabinas, los boletines o papeletas de voto (imprimidas en Sudáfrica y que en alguna circunscripción de Kinshasa tenía más de 50 páginas), cuando solo faltaban 10 días para la elecciones; la Monusco había distribuido el 85% del material, pero no los boletines o papeletas de voto. Para muchos observadores lograr unas elecciones transparentes y en calma era una especie de apuesta semi imposible. A pesar de algunas presiones, el presidente de la CENI se empeñó en celebrarlas el 28 de noviembre. Tuvo que hacerse un llamamiento de ayuda a Angola y Sudáfrica para que los boletines de voto llegaran en moto, a pie o en piragua, a todas las mesas electorales.

Resultado: las elecciones se celebraron, a menudo con retrasos e incluso varios días después de la fecha se votaba en algunos sitios. El 29 todavía un avión surafricano aterrizaba en Lubumbashi con varias toneladas de material electoral. Antes mismo de la clausura de las elecciones ya se creó una cierta conmoción en las embajadas y entre los observadores, que realizaron algunas declaraciones preliminares. Si bien fueron relativamente positivas aún constatando debilidades, fallos y numerosas irregularidades, no se aportaron demasiadas precisiones y se reclamó en todas estas manifestaciones que se evitara la violencia y se aceptara el veredicto de las urnas. La misión de observación de la Iglesia (CENCO), la más numerosa con 30.000 observadores declaró “creíbles” las elecciones, deplorando irregularidades y tentativas de fraude, pero no quiso dar mayores precisiones sobre los datos que había podido recoger.

Ninguna de estas declaraciones preliminares puso en cuestión el trabajo de la CENI. Debe constatarse que, contrariamente a las acusaciones de la oposición, de la prensa (incluyendo la internacional), la Comisión Electoral, que efectivamente no ha controlado adecuadamente el proceso electoral según los parámetros occidentales (pero difícilmente adaptable a las realidades congoleñas) y no ha jugado el deseable papel conciliador entre mayoría –oposición, no ha estado “a las órdenes” del poder. Debe recordarse que la CENI fue fruto de un laborioso compromiso y que de 7 miembros había 3 designados por la oposición, bien es verdad que la figura del presidente, muy cercano a Kabila, ha ocupado mediáticamente un lugar preferente; el vicepresidente era una personalidad de gran peso.

¿Fraudes o disfunciones?

Es evidente que allí donde se ha podido votar los electores se han enfrentado a dos problemas importantes. Por un lado han tenido dificultades para encontrar sus nombres en las listas y cuando la CENI permitió votar en una circunscripción distinta a la asignada en las listas, ya era muy tarde. Por otra parte, los electores en algunos sitios al ver que llegaban papeletas suplementarias sospecharon que se trataba de papeletas ya marcadas, cuando en realidad se trataba de llevar a las mesas electorales un material del que carecían. Otros protestaban cuando veían que al votar ya había papeletas en las urnas, cuando en realidad se trataba de los votos de los miembros de la mesa y de los testigos de los partidos político que votaron en primer lugar antes que los electores inscritos en dicha mesa, tal y como lo preveía el reglamento. No obstante es evidente que han podido existir casos de fraude.

El término “caos” ha sido utilizado ampliamente. Es verdad que “el nerviosismo” fue real y que en varios lugares hubo enfrentamientos de militantes y o electores con los agentes electorales que no dominaban adecuadamente el proceso y que algunos testigos de partidos se mostraron agresivos y provocadores, que algunos policías la tomaban con electores furiosos o frustrados. No obstante, el Congo estuvo muy lejos de estar dominado “por el fuego y la sangre”. De hecho hubo unos 150 “incidentes de diversa magnitud, pero los más numerosos y violentos se produjeron en lugares donde la campaña electoral había sido “caliente” (Kasaï, Kinshasa, Lubumbashi); en otros sitios como Ecuador y Kivu Norte, los incidentes o irregularidades no produjeron muertes.

Fui testigo de que en Kinshasa en los Centros de “Compilación” donde se centralizaban los sacos con los boletines, actas etc… reinó un indescriptible lío (Radio Okapi dixit); La CENI anunciaba dos días después que la tasa de complicación en Kinshasa era del 0,02%.

Resultados esperados, así como la contestación de los mismos

Los días transcurridos entre las elecciones y la proclamación de resultados se caracterizaron por un clima de nerviosismo y de provocaciones de los actores del maratón electoral. Tshisekedi anunció unos resultados que le daban como ganador con el 58%. La CENI respondió para prevenir la opinión pública frente a los rumores dando resultados parciales que asignaban la victoria a Kabila. Nueva respuesta de Tshisekedi, que se presentó como el “Alassane Quattara” congoleño, haciendo un llamamiento al “pueblo” y rechazando, lo mismo que otros opositores, los resultados “oficiales”; incluso amenazando con lanzar “una orden” a su gente. El ministro del Interior suspendió la mensajería telefónica (SMS). Cada campo avanzó sus cifras y el poder en funciones se ocupó a su modo del orden público. Toque de queda en Mbuji-Mayi, cierre de embajada belga, despliegue de la guardia presidencial en Lubumbashi, unos miles de congoleños que se van a Brazzaville, detenciones de niños de la calle, despliegue policial en Kinshasa; se anunciaba lo peor en la víspera de la proclamación oficial. Los llamamientos a la calma no hacían sino dramatizar más aún la situación. Una delegación de diplomáticos se entrevistó con Kabila y Tshisekedi, quienes se comprometieron a respetar el resultado de las urnas, sin que lanzaran, como se les pedía, un llamamiento de calma a sus militantes. La tensión se exportó a Bruselas, París, Toronto y a Sudáfrica, donde la diáspora congoleña tshisekedista se manifestó a veces de manera violenta contra los resultados anunciados por la CENI.

La CENI, sin duda para amortiguar el choque del anuncio de la victoria kabilista retrasó tres días el anuncio. Los resultados proclamados daban la victoria a Kabila con casi el 49% de los votos frente al 32% de su rival. La victoria de Kabila era muy clara en Katanga y Maniema, lo mismo que en la Provincia Oriental, aunque aquí había perdido muchos votos, lo mismo que en los Kivu, a favor de Kamerhe, “hijo de la tierra”, que sin embargo no ganó. Tshisekedi había seguido más o menos el camino del populismo de Bemba de 2006, ganando los apoyos de los excluidos y pobres de Kinshasa y, evidentemente saliendo victoriosos en su región de origen (los Kasaï), donde, sin embargo la participación fue más débil que en el resto del país; también penetraba en los medios urbanos del Bas Congo, pero no penetraba en Badundu y fracasaba en Equateur, donde ganaba Kengo. La participación fue del 59% frente al 70% de 2006. No resulta fácil hacer comparaciones, ya que en 2011 el censo ha sido muy superior.

Las elecciones, marcadas por muchos desórdenes –era difícil que fuera de otro modo en un contexto de carencias del Estado– sin que puedan demostrarse fraudes masivos y sistemáticos, han demostrado sobre todo que el inmenso navío Congo ha navegado y sin duda navegará entre Caridis y Escila. Por temor a mayores violencias o por otro tipo de razones, los electores no han sancionado al presidente saliente que ha logrado hacer evolucionar su régimen hacia una especie de “residencialismo blando”, en el que los primeros ministros sucesivos han servido de avales y no de contrapoderes. Su balance es muy plano. Si bien los donantes de fondos le han otorgado con la punta de los labios un satisfecit en cuanto a los éxitos macroeconómicos, que en un Congo con una economía informal que representa el 80% de la actividad económica apenas representa gran cosa, quedan numerosas sombras: una elite que sigue sumida en la corrupción contra la que desde la cima del poder se ha declarado vanamente “tolerancia cero”, contratos mineros opacos; atractivo por proyectos de dispendios oficiales similares a los de Mobutu, una pobreza generalizada, una persistente inseguridad en el este del país, aunque haya habido algunas mejoras en este sentido, una justicia en la estacada, etc.

La respuesta del rival de Kabila, Tshisekedi, tampoco ha sido convincente. Hasta ahora el “líder máximo” de la UDPS no ha podido demostrar nunca, a pesar de que se presenta como el único auténtico opositor, que podía revestir el protagonismo de patrón de una oposición estructurada que vaya más allá del carisma de un caudillo. Colérico frente a la tranquilidad de su rival, incapaz de salir del su “mito”, ha desarrollado una campaña basada en su verbo estruendoso y provocador y en alcanzar el poder. Vital Kamerhe, su posible socio en la oposición, resumía perfectamente el tipo de política congoleña: “en el Congo o ganas o ganas, nunca o ganas o pierdes”, lo que se puede traducir “el poder se come siempre enteramente”. Por otra parte, es poco verosímil que si hubiera habido una segunda vuelta en la elección presidencial como sucedió en 2006, Thsiekedi hubiera sido capaz de asociarse lealmente con otros candidatos para ganar la partida a un presidente saliente, hasta tal punto no podía deshacerse de su imagen de “jefe histórico” y de la rabia por vencer de sus “militantes”.

Lo que, sin embargo, sigue siendo extraño en este país en el que el Estado sigue en estado de (re)construcción, es la realidad de hombres (y sobre todo de mujeres) competentes, inteligentes, presentes en diferentes ámbitos de la sociedad (sociedad civil, oposición, esferas altas y medias del poder), perfectamente al tanto de las contingencias y exigencias del mundo exterior; desdichadamente todavía no forman una masa crítica capaz de imprimir auténticos cambios políticos en su país.

Jean-Claude WILLAME, 10.12.2011

(Resumen y traducción de Ramón Arozarena)

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster