Del colonialismo y los prepucios, por Juan Tomás Ávila Laurel

28/05/2015 | Bitácora africana

pesar de que los gigantes en tecnología se hacen cada día más ricos, ricos, sus desvelos no han permitido ver que el mundo va fatal. Hace años seguro que moría la misma cantidad de gente en África, Asia y en Oceanía, pero solamente lo sabían los que habían viajado por ahí. Ahora estás en tu pobre casa, y sin agua potable, como ocurre en Malabo, y abres el teléfono, y si puedes robar el wifi de un potentado, te informas del estado de vida de un indígena brasileño al que quieren desterrar, o de cómo miles de bengalíes, o sudaneses, se lanzan al mar para escaparse de la nada, del vacío que les hacen los que reclaman la silla suprema en sus países. ¿Qué ha pasado para que no solamente la tecnología no sólo nos haya permitido conocer las desgracias de la gente, sino que amanezcamos a diario con la historia de una catástrofe humanitaria, cuando no es el vuelco repentino de una canoa en el Mediterráneo? El asunto tiene que ver con la colonización.

En el siglo pasado, y en el antepasado, el rey de los belgas se hizo acreedor de la vindicta universal al someter, casi él solo, a la esclavitud al Congo que lleva el nombre de su país. Fue tan atroz su peculiar forma de “civilizar” a los negros que hasta 100 años después las consecuencias de su brutalidad se notaban en la vida de los congos, aunque el dueño del látigo fuera el imbatible mariscal Mobuto Sese Seko. ¿Qué había pasado? Lo que nadie quiere someter a discusión para que, de una vez por todas, grupos enteros de personas no sigan bajo el peso de la maldad, es que las formas atroces del ejercicio de poder quedan impregnadas en el adn de las sociedades que las sufren. De manera que los látigos que los indígenas de África central recibieron de los blancos que los colonizaban lo multiplicaron luego por 3, o por más, y fue abandonar los colonos europeos las tierras que no eran suyas para abrir el frasco de lo sembrado. Es inenarrable lo que pasó con Mobutu, con Macías o con otros locos que incluso llegaron a ser emperadores, manías psíquicas que sufrieron en carne propia los pobres nativos que apenas tuvieron tiempo de saber que habían cambiado de jefe. Parecía mentira que cualquier negro pudiera hacer tanto para proveer de dolor a sus propios hermanos. Pero ocurrió.

Ahora nos levantamos por la mañana y ponemos la radio y nos dicen que catorce mil hombres, mujeres y niños están siendo aseados con zotal en un centro de acogida de Sicilia, porque entraron, qué atrevimiento, con ácaros y demás parásitos peligrosos, y no te da tiempo para enfadarte porque la siguiente noticia es del hundimiento de una barca con 100 personas en el mar, casi casi enfrente mismo de los ojos de los aviones de la OTAN. Y claro, que a gente guapa y fuerte se les lave con zotal te parece poca cosa, porque cientos no lo contarán, y porque el zotal, en el fondo, no mata. ¿Qué ha pasado? Una mezcla de cosas que los que saben leer no quieren contarlo bien. Quieren seguir enredando para que el mundo de los ricos tenga excusas. Ahora lo vamos a contar. Hablemos de Antropología.

¿Alguien ha visto estas fotos de gente amerindia, o claramente africana, por negra, que recoge a hombres o mujeres que tapan su desnudez con una cuerda, de estos hombres que meten el prepucio en una calabaza y no hacen ningún gesto a la cámara porque no saben lo que es? ¿Han visto la falsa serenidad de los que muestran la foto de cualquier mujer sin nombre con el sexo apenas tapado por una cinta, con los senos al aire? Estamos hablando de esto que llaman grupos humanos en estado primitivo. Pues todavía los hay. Son hombres, mujeres y niños que viven en sus medios y comen lo que les circunda, plantas y animales, y no saben nada de Bill Gates (¿ya murió?) ni de si con un móvil se puede ver la superficie de la luna. No tienen estrés, no saben de cánceres ni de depresiones ni ven la Champions League. Si tú, hombre blanco, te haces émulo del rey belga o te quieres enriquecer como Bill Gates (¿sigue vivo?) y quieres explotar el petróleo que hay en el subsuelo del pueblo de esa gente, tienes una gran responsabilidad. Tienes que leer muchísimo, y saber que si en dos días logras vestir a los nativos de ropa de Zara, pongamos un ejemplo, y los peinas bien, y pides a las mujeres que se tapen sus vergüenzas, no habrás conseguido que muden sus conductas. Y si los dejas en los alrededores de una ciudad infecta, cualquiera de este mundo, pueden sobrevivir, pero a partir de ahora ya no serán nada, pero sí atrasados para los tiempos que corren. Esta es una brutal conferencia sobre lo que es la colonización. Pero haces caso omiso a tu conciencia, arrasas el bosque y en un año creas una ciudad, y le pones un nombre, Leopoldville, y luego se descubren tus abusos y te piden retirarte. Lo que no podrás hacer es devolver a los negros, si lo son, o los amerindios, en su caso, a su estado normal. Sobre esa gente se necesitaba un acompañamiento para ir acomodando sus conocimientos a la nueva realidad. La colonización es como despertar a cualquier durmiente con un cañón, y luego meterle una inyección de Clostridium botulinum en las nalgas.

Si el mundo circundante te mira y te sientes mal contigo mismo y quieres llegar hasta el fin en tu tarea civilizadora, traes más trajes, a cual más llamativo, e instituyes un poder, bautizas a los indígenas y a uno le haces jefe y pones en su mano el látigo y el arsenal, pero son cambios cosméticos. Eso sí, si el jefe usa el látigo o la pólvora del arsenal, hará daño. Claro que hará daño. Pero no dejarás de tener culpa. Fue la manera en que se instituyó el poder en casi toda África. Ahora tenemos parlamentos y senados que no valen para nada, y el poder sólo se desvive en mantener el látigo porque no tuvo tiempo para recuperarse del choque que supuso dejar de ir desnudo. En Guinea Ecuatorial, por ejemplo, hace 50 años que los nativos iban en minifaldas hechas de tiras de árboles, por lo que es imposible que pudieran ver la necesidad de un senado, algo tan artificial. Pero gran ejército sí hay en Guinea. ¿De qué se está hablando aquí? De que el acompañamiento necesario para afianzar las instituciones creadas en una comunidad de recolectores fue insuficiente, y la realidad de hoy es que muchas comunidades africanas no se han afianzado en la cultura teórica de promover y defender los intereses de unas sociedades complejas y muchísimo más grandes que las que les hubiera tocado vivir de no haber sido interrumpida su trayectoria histórica.

La realidad de nuestra contemporaneidad es el descubrimiento de que la incapacidad de nuestra gente para enfrentarse a las vicisitudes sobrevenidas por la intrusión colonial son catalogadas como “escasa capacidad cognitiva”, olvidando, con malicia, que la carne, el esfuerzo y los recursos de los pueblos invadidos, o colonizados, se han usado para unos avances científicos que permitieron la fabricación del teléfono móvil. Sí, la gente racista de hoy actúa como si Steve Job (este sí que ya murió) habría fabricado sus artefactos en 1880. Hubo escuelas enteras que ponderaban las facultades de los atrasados de África y siempre acababan en el mismo sitio, como si no supieran que las ganas de volar siempre han existido, pero que había que esperar hasta el siglo XIX para hacerlo realidad. Es la manera de justificar sus abusos amparándose en la ignorancia irremediable de los amerindios, en su caso, o de los negros.

Hoy no hay tiempo que perder. No puede estar muriendo gente en los mares como si fuera una desgracia natural. Ya ni siquiera diremos nada sobre los abusos cometidos contra los negros y los amerindios, casi dejándolos al borde de la extinción. Lo que preguntamos ahora, y sobre lo que hay que discutir, es si no ha pasado suficiente tiempo para que en los países de origen de los que lanzan su destino al mar haya qué comer, dinero con que construir sus casas, instrumentos con que labrar la tierra y domesticar los animales y herramientas para construir casas grandísimas donde acoger a todos, sin menoscabo de su libertad, tranquilidad y serenidad. Si no hay estos instrumentos, si no pueden realmente tener la autosuficiencia para vivir en sus tierras, si en su tierra no se puede producir la riqueza que les permita quedarse, entonces que tomen cualquier barquito y se lancen a la muerte húmeda. Entonces ya no lo lamentaremos. Total, nadie se interesará por ellos ni sus vidas valen nada. Pero si no es el caso, dejen de distraernos con estas fotos de mujeres con labios mayores expuestos o las de hombres con sus prepucios metidos en qué artefacto con la excusa de que es ciencia. No lo es, ya sabemos que es la forma más llamativa de decir que se merecen su destino porque son atrasados. Y no es ciencia porque cuando la avaricia cae sobre estos entornos “salvajes” y todo atisbo de humanidad se borra, los amantes de estas ciencias tan liberales no hacen acto de presencia para evitar el genocidio cometido.

¿En todo este relato hemos dicho que la inocencia de los pobladores indígenas es una circunstancia que les exime de las barbaridades que pudieran cometer? No lo hemos dicho, y es que no hay ninguna ignorancia que exime al hombre de la responsabilidad de sus actos. Pero parecería mentira que tuviéramos que destapar el hecho de que los jefecillos más rencorosos de los que heredaron el furor sembrado en tierras colonizadas sean agasajados en los mejores conciliábulos del mundo entero. Esta es la única prueba de que sobre el destino de millones de personas hay un conjuro inalterable. Y si no, que demuestren lo contrario.

Original en : FonteraD

Autor

  • Ávila laurel , Juan Tomás

    Juan Tomás Ávila Laurel, escritor ecuatoguineano nacido en 1966 en Malabo, de origen anobonés, actualmente reside en Barcelona. Su obra se caracteriza por un compromiso crítico con la realidad social y política de su país y con las desigualdades económicas. Estas preocupaciones se traducen en una profunda conciencia histórica, sobre Guinea Ecuatorial en particular y sobre África en general. Tiene más de una docena de libros publicados y otros de inminente publicación, entre ellos las novelas y libros de relatos cortos La carga, El desmayo de Judas, Nadie tiene buena fama en este país y Cuentos crudos. Cuenta también con obras de tipo ensayístico, libros de poemas y obras de teatro.

    En Bitácora Africana incorporamos el Blog "Malabo" que el escritor realiza para la revista digital FronteraD. Desde CIDAF-UCM agradecemos a la dirección de FronteraD y a Juan Tomás Ávila Laurel la oportunidad de poder contar en nuestra Portal del Conocimiento sobre África con esta colaboración.

    @Avilalaurel

    FronteraD - @fronterad

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