Covid-Organics

19/05/2020 | Opinión

El 17 de abril la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que África puede convertirse en el nuevo epicentro de la pandemia de la COVID-19. De momento no se están cumpliendo sus previsiones. ¿Porque los africanos viajan menos que los europeos o americanos y por ello la trasmisión del virus se hace más lentamente? ¿Porque en las grandes megalópolis, que también las hay en África, una mayoría apenas si sale de sus barrios? Hoy, 17 de mayo, de los 1.300 millones de habitantes del continente tan sólo 81.608 han sido infectados por el coronavirus, de los que 2.708 han fallecido y 31.122 han superado la enfermedad. Mención especial merece Madagascar (27 millones de habitantes), con 283 infectados, 114 curados y 1 muerto por la pandemia. La pobreza de infraestructuras sanitarias habría podido (y todavía puede) augurar lo peor. Pero las autoridades del país actuaron con rapidez en tres áreas: fronteras (más fácil por ser una isla), control de la población y seguimiento de los infectados. Había ya 12 contagiados cuando el 21 de marzo se proclamó el Estado de Urgencia Sanitaria. El Consejo de ministros decidió contactar y hacer tests a todos los que habían llegado a la isla en avión a partir del 11 de marzo. Se decretó el toque de queda en todo el país entre las 20 h. y las 5 h. de la mañana, y el confinamiento en las dos ciudades más importantes, Antananarivo y Toamasina. Sólo se permitió el transporte y venta de bienes esenciales. Y se puso en marcha un plan de ayuda a los más vulnerables, utilizando para ello la red sociopolítica que se había creado en los barrios en los tiempos “comunistas” de Didier Ratsiraka (presidió el país de 1975 a 1993 y de 1997 a 2000). El 23 de marzo, Herilanto Rakotobe, periodista de Radio Madagascar, entrevistó a Yang Xiarong, embajadora de China que habló del empeño chino en favor del esfuerzo malgache. Y en la noche del 25 de marzo, el presidente de Madagascar, Andry Rajoelina, acompañado por Charlotte Faty Ndiaye, representante de la OMS en Madagascar, acudió a la BANI Ivato para recibir 100.000 mascarillas y 20.000 kits de tests rápidos, primer lote enviado por la Fundación del multimillonario chino Jack Ma, fundador y presidente de Alibaba.

Madagascar no interesa especialmente, y los aciertos son menos llamativos que las equivocaciones. Se comprende así que la prensa no especializada haya apenas mencionado la rapidez y profesionalidad con que han actuado las autoridades de Madagascar. Pero desde hace dos semanas sí que numerosos medios han publicado, a menudo con tono dubitativo y hasta burlón, que el presidente malgache Andry Rajoelina hace publicidad de una medicina a base de hierbas locales, “Covid-Organics”, como remedio contra el COVID-19, y que varios países africanos (Tanzania, Uganda, Senegal) están importando dicho remedio. Las hierbas en cuestión no son otras que la “artemisia annua”, en su variedad “artemisa afra”, conocida planta medicinal china, utilizada en el siglo pasado, primero en Vietnam y luego en África, para prevenir y curar la malaria. Desde 2006, y por recomendación de la OMS, la artemisina (procedente de la artemisa) suele combinarse con otros medicamentos para evitar que los parásitos desarrollen resistencia, como ha ocurrido con la cloroquina.

Dada la insularidad de Madagascar, sus plantas medicinales tradicionales han sido a menudo objeto de investigación. Durante el periodo colonial se atribuyó a la vinca rósea (Catharanthus roseus) virtudes contra el cáncer. En los años 1990 el profesor Albert Rakoto Ratsimamanga, del Instituto Malgache de Investigaciones Aplicadas, consiguió varios medicamentos a partir de plantas locales, de los que el más conocido es el Madecassol, cicatrizante a base de «Centella Asiática». No es pues de extrañar que ante la pandemia del coronavirus, los mismos malgaches tuvieran la esperanza de encontrar plantas locales que pudieran utilizarse para controlar el virus. Dos de ellas han sido objeto de mayor atención: la ya conocida artemisia annua, que no es endémica sino procedente de Asia y abundante a partir de los años 1970, y el “Ravintsara” (Cinnamomum Camphora), el alcanforero, árbol de hoja perenne que puede alcanzar los 20 metros de altura y que se quiere asociar a la artemisa annua como medicamento contra el coronavirus. Es ésta la combinación del “Covid Organics”, de la que el presidente malgache Andry Rajoelina está haciendo publicidad.

covid-organics_cvo-2.jpgLos científicos no serían tales si no expresaran dudas acerca de las virtudes curativas del “Covid Organics”. “No hay por ahora evidencia de que la artemisina pueda curar el COVID-19”, respondió por e-mail Arjen M. Dondorp, profesor de medicina tropical en Oxford, a una pregunta de Mongabay, sitio web que publica noticias sobre ciencias ambientales. Y en una nota de la Oficina Regional para África de la OMS del 4 de mayo se leía: “La OMS reconoce que la medicina tradicional, complementaria y alternativa, tiene muchos beneficios y África tiene una larga historia de medicina tradicional y profesionales que desempeñan un papel importante en la prestación de atención a las poblaciones. Las plantas medicinales como Artemisia annua están siendo consideradas como posibles tratamientos para COVID-19 y deben ser investigadas su eficacia y posibles efectos secundarios adversos. Los africanos merecen utilizar medicamentos probados con los mismos estándares que en el resto del mundo. Incluso si las terapias se derivan de la práctica tradicional y naturales, establecer su eficacia y seguridad a través de ensayos clínicos rigurosos es fundamental”.

Todo muy correcto. Pero entre tanto, una nota del 8 de abril de la Max-Plamck Gesellschaft anunciaba la intención del Max Planck Institute de Potsdam (Alemania) de colaborar con la compañía americana ArtemiLife Inc e investigadores daneses y alemanes para probar los efectos de la artemisina y sus derivados en el coronavirus Sars-CoV-2 COVID-19. No se citaba para nada la presencia en el proyecto de investigadores malgaches, apartados así de los fondos para la investigación y de los futuros beneficios de la misma. Interesante en este contexto los alegatos de Radio France International (RFI) que el 5 de mayo afirmaba que la americana ArtemiLife estaba poniendo a la venta dos productos a base de artemisa, ArtemiCafe y ArtemiTea. Una provisión de 30 días cuesta €91 para el primero y €73 para el segundo. No hay que extrañarse que ese contexto tenga pocas posibilidades un presidente malgache que ofrece a sus conciudadanos y a sus hermanos africanos un medicamento barato producido localmente que tal vez sirva para combatir el coronavirus.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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