Costa esqueletos, Por Rafael Muñoz Abad

15/12/2015 | Bitácora africana

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El deseo convierte al hombre en adicto a los sentidos y sólo entonces se percata que aun no habiendo iniciado el camino ya es rehén de su senda. Ahí estriba el imperio de la mente y la miseria de lo tangible. La costa de la culturalmente germánica ciudad de Swakopmund, Namibia, es una playa infinita que se desparrama hasta Angola. Un cementerio donde la arena y la lima del viento desgastan las costillas metálicas de los ingenios del hombre que en forma de barcos vararon presa de bajíos y nieblas.

Las frías y húmedas mañanas apenas logran desnudarse de su neblinoso albornoz cuando ya a las cuatro de la tarde el día claudicó bajo el tímido sol austral. Eso te ralentiza por dentro. Swakop es ciudad de bufandas y chaquetones; que no te confunda el dorado de sus playas. La primera vez apenas pude finalizar la carretera salada. Una interminable recta de sal compactada que te lleva a la puerta de Ugab; entrada a Costa esqueletos y de ahí al fin del mundo.

Más al norte la sal deja paso a la grava con tramos más o menos alegres. La sensación de soledad te recuerda que en efecto lo estás. No hace falta visitar Marte para sentirte un poco cosmonauta. Rojos, ocres y verdosos, arrugan la orografía namibia. La faz más vieja de la tierra es paraíso del geólogo y de los que buscan caminar bajo esa acuarela celeste que es su cielo infinito. La enormidad de los espacios abiertos genera alucinaciones en la geográficamente estrecha mente del isleño; doy fe. ¿Cuál era el objetivo de esta [otra más] locura? Ganar Terrace Bay. ¿Qué hay allí? Nada. Casi quinientos kilómetros atravesando el planeta rojo para más soledad, dunas y una vez logrado, darte cuenta que sólo estas en el inicio de…Costa esqueletos.

Paras a recoger algún cristal de sal rosa y te percatas que la carretera se ha ido difuminando; quizás ya no estés en ella; y qué más da…No hay nada en la encrucijada de Springbokwasser más allá de un cartel oxidado en el que puede leerse kilómetro 395. Esta tierra diluye el ego y en sus instantes quedas atrapado ya para siempre. Sus lugares señalan simplemente un punto kilométrico; no tienen nombre y eso viene bien al conductor para recordarle lo mínimo de su dimensión; es difícil describir Costa esqueletos.

*CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL

cuadernosdeafrica@gmail.com

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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