Cooperación Internacional

16/06/2008 | Editorial

En los días 15 y 16 de junio, la Comunidad de Madrid está organizando un Congreso Internacional sobre Cooperación al Desarrollo. Encuentros como estos son necesarios e importantes, pues precisamos evaluar nuestra cooperación al desarrollo. A menudo, actuamos todos sin reflexionar demasiado, sobre todo cuado el resultado de nuestra acción nos parece positivo. Ocurre lo mismo en las grandes empresas y, sobre todo, en los Gobiernos, donde da la impresión de que todo vale con tal de que redunde en beneficio del Gobierno.

La Administración pública parece querer usar la Cooperación internacional para fomentar sus propios intereses tanto en política comercial, como en el fenómeno de la inmigración o en sus proyectos estratégicos generales. Si no, ¿cómo explicar que los Gobiernos aporten grandes sumas de dinero, bajo el título de “cooperación”, a gobiernos totalitarios y corruptos? ¿No están apoyando de forma indirecta a dichos gobiernos sabiendo que buena parte de la ayuda ofrecida se queda en los escalafones de su Administración? ¿No deberían utilizarse estas ayudas como instrumento para favorecer un cambio político negándolas, por ejemplo, a los países que no consigan un mínimo de transparencia y respeto de los derechos humanos?

Y por otra parte, si la ayuda se usa como instrumento político, ¿no estamos queriendo imponer de nuevo la hegemonía del Norte y creando un “neocolonialismo de cooperación”? ¿No serían, una vez más, los más pobres quienes finalmente sufrirían del embargo de nuestras ayudas? ¿Es bueno, de verdad, cooperar sólo a través de las ONG, que, cada día más, van acaparando para ellas mismas las responsabilidades del sector público? Una cooperación a través del sector privado, que no incluya al sector público, parecer ser un buen medio para mantener con cierta debilidad a las Instituciones, en parte responsables del alto nivel de corrupción en muchos países.

Al optar cooperar con un país en vez de con otro, ¿qué hacemos, en realidad? ¿Qué consecuencias se derivan cuando consideraramos a unos países prioritarios sobre otros al establecer nuestra ayuda? ¿Qué criterios usamos? ¿Estamos apoyando o fortaleciendo gobiernos autoritarios que vulneran los derechos humanos fundamentales?

Es necesario saber qué estamos haciendo, y cómo hacerlo mejor; necesitamos encontrar nuevos y creativos modos de ayudar a los necesitados sin apoyar al mismo tiempo a gobiernos corruptos que generan pobreza.

Cooperar no consiste en enviar solo dinero y voluntarios para financiar y realizar un proyecto más o menos bien elaborado. Significa más bien trabajar con los demás, ayudarlos para que ellos mismos sean los agentes de su propio desarrollo. Pararse para reflexionar sobre lo que estamos haciendo es muy bueno. Juntos podremos ir generando acciones creativas, para que el dinero invertido produzca su rendimiento al máximo y redunde en beneficio del sector para el que ha sido destinado, es decir, para los más pobres.

Esperemos que estos dos días de reflexión y de intercambio de ideas nos ayuden a dar un paso más hacia ese nuevo estilo de cooperación al desarrollo.

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