Congo-Kinshasa: Reflexión sobre el vínculo representativo en democracia

25/03/2009 | Opinión

Ensayo sobre la desoccidentalización de la democracia

Kinshasa – La atracción que sentimos por los temas de actualidad de nuestro país es una buena opción. No obstante, esta podría limitar la aprehensión de estos temas haciendo de ellos cuestiones estrictamente congoleñas. Con su personalización nos arriesgamos a dejar a un lado el cuestionarnos seriamente la manera en la que funcionan los gobiernos representativos en el mundo, digámoslo de otra forma, con la personalización de los temas de la actualidad congoleña nos arriesgamos a posponer hasta el final de nuestros días la reflexión fundamental sobre la complejidad de la verdadera política en el mundo actual.

Después del nombramiento de su amigo François Pérol al frente de la fusión Banques populaires-Caisse d’Epargne, el Nouvel Observateur del 5 al 11 de marzo publicó un artículo titulado “El sistema Sarkozy”. El amiguismo, el salto del sector público al sector privado para sacar provecho, el hecho del príncipe; es lo que se aprecia en el negocio Pétrol. ¿Cómo podemos hablar de todo esto en un país que dice poseer una antigua tradición democrática representativa, como si se tratara de una república bananera?

Lo que más se ha escuchado es un determinado modelo de democracia electoral-representativa que pasó a la historia. La reciente tropicalización de este modelo hace que pueda retrasarse la llegada de una democracia de interacción que, hoy en día, varias sociedades civiles africanas, americanas y europeas piden con sus votos. Sin una reflexión fundamental y constante sobre la reinvención de la democracia, la personalización de los temas que tratan sobre la reconducción de las estructuras derivadas de nuestro modelo electoral-representativo, pueden repercutir negativamente en un mejor porvenir para el Congo ya que el cambio de las personas no ha producido ningún cambio sustancial ni en las ideas ni en los principios de un gobierno representativo digno de llamarse así (Este artículo se enmarca en una reflexión fundamental. Los partidarios de acciones concretas e inmediatas pueden abstenerse de leerlo. Está escrito para un tipo de público determinado que está muy al tanto del debate político y filosófico).

Desgaste de la confianza y entropía representativa

Nos proponemos comprender el vínculo representativo a partir de los problemas que hoy en día se plantean en África y en los países con vieja tradición democrática. Quien dice vínculo representativo se refiere a la relación que se establece entre los gobernantes y los gobernados, entre los representantes y los representados. Pensar tiene para nosotros el sentido de un diálogo racional con varios contemporáneos que han hecho del vínculo representativo el objeto de sus investigaciones. Preferentemente elegimos entablar este diálogo con Pierre Rosanvallon ya que hemos tenido en cuenta la riqueza de sus ideas sobre la democracia de interacción, su método desoccidentalizante y también por la forma de fusionar la gran curiosidad del historiador (de la sociología y de la politología) con el rigor del filósofo.

Ciudadano de un continente (África) donde la tropicalización de la democracia occidental no ha mejorado aún, salvo algunas excepciones, la calidad de la relación entre gobernantes y gobernados; creemos que el estudio llevado a cabo por Pierre Rosanvallon podría contribuir a la reinvención de un espacio democrático capaz de ayudar a la felicidad humana en general y a la emancipación africana en particular.

Queremos comprometernos con él después del fracaso de la tropicalización de la democracia occidental encaminada a la desoccidentalización.

La desoccidentalización presenta avances indudables en comparación con la tropicalización. Toma en serio la historia como laboratorio en funcionamiento de experiencias políticas diversas y diversificadas. Le otorga un lugar preferente a la complejidad de sus experiencias sin dar preferencia a un “prototipo ideal”; tiene en cuenta el trabajo de abstracción filosófica y las exigencias sociológicas de su encarnación.

El trabajo histórico desoccidentalizador que lleva a cabo Pierre Rosanvallon comparte algunos resultados: “A partir de ahora, el ideal democrático reina sin fisuras; pero los regímenes que lo reivindican, desencadenan por todas partes vivas críticas. Ese es el gran problema político de hoy en día. El deterioro de la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes y en las instituciones políticas es, a su vez, uno de los fenómenos más estudiados por las ciencias políticas desde hace veinte años”.

Si la democracia entendida como “poder del pueblo por el pueblo”, se ejerce indirectamente a través de los dirigentes y de las instituciones elegidas en las elecciones, el deterioro de la confianza por parte de los ciudadanos en sus dirigentes plantea un problema de “entropía representativa (es decir, de la degradación de la relación entre los elegidos y los electores)”. Se mide según la abstención electoral. Esta se manifiesta de forma tan evidente que algunos filósofos políticos creyeron que la democracia se volvía en contra de ella misma en el momento en que triunfaba. Varios analistas políticos demostraron que este fenómeno se da en varios países que recientemente han adoptado la democracia como sistema político, tanto en Europa del Este como en América Latina.

Pero incluso en los lugares donde la movilización es fuerte, como en las elecciones francesas de 2007, cuesta establecer la confianza de forma permanente. Si hacemos alusión al vencedor de las elecciones de 2007, Nicolas Sarkozy, Loïc Blondiaux apunta “el vencedor de las elecciones de 2007 retomó, en todos los aspectos, la figura arcaica de la representación política: la que mostró a un delegado electo solitario y omnisciente, capaz de decidir por sí mismo sobre cualquier asunto. Su comportamiento es el de un monarca electivo cuya esfera privada y esfera simbólica se confunden. Así, un representante de este tipo no tiene que rendir cuentas a nadie excepto en el momento de las elecciones. En este intervalo de tiempo, en él sólo confluye el pueblo en acción”. Los electores pierden rápidamente la ilusión con un representante de esta índole. Así, el vínculo representativo derivado de las elecciones se ve con recelo. Esta desconfianza afecta a los demás grupos intermediarios como los partidos políticos, los sindicatos, la prensa, etc.

¿Despolitización o desconfianza?

En este contexto, ¿cómo no vamos a creer en la despolitización del espacio público? Pero ¿es la despolitización o la perdida de fe en los beneficios automáticos del proceso electoral lo que nos cuestionamos? Para más de un politólogo y un filósofo, las elecciones ya no son un principio suficiente de legitimidad política, ni tampoco son suficientes para la creación de un buen vínculo entre los representantes y los representados. La desconfianza, cada vez más extendida en la representación electoral de los grupos intermediarios, insta a la reflexión global de la representación, necesaria para la reinvención permanente de la democracia.

Llegados a este punto, la aportación de Pierre Rosanvallon es importante. En vez de extraer de esta desconfianza un signo de despolitización del pueblo de los países con un régimen democrático y un retroceso en solitario hacia lo privado, interpreta las reacciones de vigilancia, resistencia y juicio a los que el pueblo recurre a través de la red de Internet, protestas, peticiones, etc. siendo una desconfianza que se traduce en una confrontación permanente de los representados con los representantes, de lo que los primeros piensan acerca de la incapacidad de responder a las expectativas por parte de los segundos.

Esta primera aproximación de Pierre Rosanvallon es nuestra primera hipótesis y acaba de responder a la pregunta sobre la perfectibilidad de la calidad del vínculo entre los representantes y los representados, en el intervalo que los separa en un momento fundamental de rendición de cuentas en democracia: las elecciones. Así pues, en ese momento y a pesar de su importancia, es relativo. Por otra parte, históricamente y en democracia, la búsqueda de una forma complementaria al derecho de voto ha sido constante.

En otras palabras, la idea de democracia del proyecto, de proceso de autorización y de legitimación denomina al concepto de confrontación del pueblo-veto como una de las formas de legitimación democrática. Esta otra idea va acorde con la expresada por el principio de proximidad, de reflexión y de imparcialidad como fundamentos de la democracia de interacción. Según Pierre Rosanvallon, la idea de democracia se complica. Ya no pertenece a un solo principio. La desconfianza en los actores políticos y en las instituciones surgidas de las elecciones anunció el fin de la automaticidad de los beneficios del proceso electoral del día a día.

Todo nuestro estudio gira en torno al replanteamiento del principio electivo, de la representación del pueblo y la soberanía democrática.

De esta forma, parece lógico afirmar que el pueblo soberano es la figura principal del régimen democrático; sin embargo, al analizar las modalidades de ejercicio de poder, nos damos cuenta de que el papel que juega el pueblo es inexistente. Así, “si el principio de soberanía popular sustenta de forma evidente la política moderna, su puesta en marcha es más dudosa. Desde sus orígenes, la definición de régimen moderno ha estado marcada por una doble imprecisión en cuanto al modo en el que se desarrolla y a las condiciones de formulación del poder democrático”. Un examen exhaustivo de la democracia como un trabajo histórico indica que el ejercicio del poder en un régimen democrático establece una “buena representación” del pueblo. “Es en la democracia donde se observa de forma más evidente la diferencia entre el carácter evidente e irresistible de los principios democráticos y los problemas que conlleva su puesta en marcha. Así pues, desde el primer momento se manifiesta un enfrentamiento entre la definición filosófica de la democracia y las condiciones de su institucionalización”. Es importante conocer los límites de la democracia electoral cuando analicemos la democracia de interacción, cuyos principios completan a los de la democracia electoral y a los de la “contra-democracia”. La democracia de interacción, en cuanto a la aproximación de la idea de democracia popular, nunca ha rechazado la representación clásica sino que transmite la idea de pluralización de representación y hace hincapié en los cambios, la reciprocidad y el va y ven permanente entre los representantes y los representados hasta tal punto de devolverle su participación mutua en la creación de un espacio social más humano y lo menos ajeno posible. Devuelve lo imprescindible a las autoridades independientes de los gobiernos en la manera en que adoptan la “contra-democracia”.

Este estudio sustenta nuestra segunda hipótesis: la desoccidentalización de la democracia no puede evitar su dimensión cognitiva. Exige tanto conocer la historia de la democracia representativa así como la de la democracia como historia del origen recíproco de los principios filosóficos y las luchas sociales, culturales, espirituales, epistemológicas además de la posibilidad de su realización inconclusa.

La trayectoria africana y la aportación de la desoccidentalización de la democracia

Esta segunda interpretación de la democracia no incluirá los esfuerzos realizados para la tropicalización en la medida en que permanezca dogmatizada y presa de la lógica de la autoridad, de un magíster dixit que criminaliza la lucha ciudadana en su diversidad; y todo esto especialmente en África, de ahí la importancia de la segunda parte de nuestro estudio.

De hecho, después que todos los países africanos obtuvieran su independencia, varios de ellos conocieron un largo periodo de multipartidismo antes de convertirse en largos regímenes dictatoriales y unipartidistas. Para el filósofo congoleño Pierre Metena, la dictadura y el unipartidismo fueron la prueba evidente del fracaso del debate político razonable. “Este fracaso no fue el declive de la incapacidad africana por la democracia sino un rapto político: el abuso de la confianza del pueblo y la confiscación del sistema estatal por parte de los dirigentes (…) con vistas a perpetuar un poder personal. Esta concentración de poder público descomunal por parte del jefe del estado provenía, en definitiva, de la angustia y la vulnerabilidad que experimentaban los dirigentes políticos de entonces, llevados a conciliar, en su actuaciones políticas, deseos “legítimos” pero contradictorios”. Su obsesión constante por la unidad nacional, la evolución decidida hacia un presidencialismo autocrático y pretoriano, el miedo atávico de la contradicción y del pensamiento autónomo también expresaban indirectamente su rechazo a dirigir, sin excusas, la escabrosa herencia de sus naciones”. Después de independizarse, varios países africanos fueron objeto de una violación permanente por parte de una de las “instituciones invisibles” que contribuía a la legitimidad del poder político: la confianza del pueblo. Esta violación viene acompañada de un rechazo de los procesos jurídicos y administrativos que legitimaron el poder moderno. “Por lo tanto, ya estaba establecido (…) que el militar era, desde 1963, la persona que accedía al poder a través de una violencia que se le iba de las manos eliminando, más tarde, todos los procesos administrativos y jurídicos de acceso al poder en las sociedades democráticas africanas tradicionales y del Occidente moderno. Así pues, pasa a ser un factor decisivo en los cambios y sobre todo, un factor de confusión política que aúna las funciones de gerente del poder y de agente del orden”.

Con respecto a las sociedades democráticas del África tradicional, el acceso al poder mediante la violencia, sin tener en cuenta ni los procedimientos jurídicos ni administrativos, es volver hacia atrás. Por ejemplo, la investidura del rey iba acompañada de rituales que se supone que iban a ayudarle a entender que su poder sólo podía tener sentido orientado hacia el pueblo. Es evidente que el poder y la responsabilidad van unidos. “En la mayoría de los casos, el rey pronunciaba un juramento y se comprometía solemnemente, en nombre de sus antepasados, a trabajar por el pueblo y a no cometer abusos ni robos, a no corromper a la mujeres, etc. A menudo, se firmaba un contrato que ligaba al rey con su pueblo mediante un compromiso recíproco, por ejemplo en la región de los ashanti”.

El territorio real estaba organizado sobre una base muy sólida: “distribuir el poder al máximo para que cada uno reciba una parte y se sienta partícipe”.

Esta desagregación o pluralización del poder (representativo) hacía que “el mismo rey estuviera controlado por diferentes poderes parciales, como por ejemplo los consejeros o los griots. Así, en el sistema de los reinos yoruba de Benín, los grandes consejeros del rey tenían poder para sancionar. Cuando observaban que el rey se había equivocado y que se comportaba autocráticamente, le enviaban huevos de cotorra para ordenarle que se suicidase”.

Los griots eran el medio por el cual se transmitían las ideas y las críticas del pueblo. Según cree Joseph Ki-Zerbo “por tradición, sólo los griots tenían derecho a expresarse con toda libertad delante del rey. Estas declaraciones se convertían en proverbios o de cuentos que daban a entender claramente que el rey estaba en el punto de mira, evitando caer en descrédito delante de todos los asistentes. Todo el mundo entendía lo que habían dicho y esto se consideraba algo serio”. La gestión del poder real poseía una importante dimensión ética. “Todo un despliegue de rituales ponían en guardia al rey y le indicaban que tenía que ejercer sus funciones de forma responsable”.

En relación con las sociedades modernas occidentales, “desde hace dos siglos, la democracia constituye la perspectiva evidente del bien político”. Y según cree Pierre Rosanvallon, “la aprobación de los gobernantes por parte del pueblo es (…) la característica principal de un régimen democrático. La idea de que el pueblo es la única fuente legítima de poder se impuso por lo evidente que era”. Desde hace dos siglos, la legitimidad política en Occidente procede del principio electivo y no, como antiguamente se hacía, por medio de Dios o por herencia. La violencia no es una vía de acceso al poder. La legitimación del poder la confiere el pueblo soberano. A partir del siglo XIX “el sufragio universal es, desde ese momento y en adelante, la piedra angular obligatoria de todo sistema político, hasta el punto que incluso los mismos regímenes totalitarios o las dictaduras militares no se atreven a rechazar esta idea en público. Prefieren manipularlo antes que prohibirlo; y si lo prohíben, se apresuran a destacar el carácter provisional de la medida y proclaman, con insistencia, su intención de volverlo a instaurar de una forma más libre y más auténtica para el pueblo”.

El Occidente moderno priorizó una expresión más libre y auténtica del pueblo por medio del sufragio universal (o por medio de oposición o examen). La manipulación de esta expresión conduce a patologías (denigradas) de la democracia como el totalitarismo y la dictadura. Por lo tanto, comparado con el Occidente moderno, África es un caso patológico.

¿Son estas patologías que François Mitterand quería salvar durante la cumbre de La Baule de junio de 1989, cuando condicionaba toda la ayuda dedicada a varios países africanos a que estos se encaminaran hacia un sistema democrático?

La petición de la cumbre, lejos de ser una terapia para estas patologías del poder representativo africano, marcaba el tono del proceso de tropicalización de la democracia a la que los ex-dictadores, los clientes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial se adherirían, no para recrear el pacto de confianza roto un día después de la independencia de los distintos países africanos entre ellos y los pueblos, que se volvieron a solicitar por parte de las Conferencias Nacionales Africanas; sino para responder a las exigencias de la telecracia: el marionetismo mantiene la dependencia por completo de las metrópolis, de sus multinacionales y de las instituciones financieras internacionales. Esta teledirección tiene grandes implicaciones en el establecimiento de procedimientos jurídicos y administrativos para legitimar el poder. “Hace falta aceptar la adaptación estructural que recomienda el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Contiene cláusulas que condicionan los préstamos de apertura democrática y la buena gestión de los negocios públicos (16)”.

En los años noventa, la tropicalización de la democracia exigida por los “jefes del mundo” y promocionada por la publicidad de los medios del Norte había terminado por obtener una respuesta favorable en los corazones y en las almas de las masas africanas fanáticas de Radio France Internationale, de la BBC y de la Voice of America. “Si en los países de los gobernados corrientes, la democracia se viste de las ventajas oníricas que, como por arte de magia, abrirá las puertas de las cuevas del sésamo político e instaurará la edad de oro del desarrollo y de la convivencia nacional. Para nuestros gobernantes inteligentes y estrategas se hace referencia unas veces a las modalidades de gestión política del poder tradicional (democracia “a la africana”) para ocultar las lógicas y las prácticas autocráticas denigradas por la población; y otras veces a las prácticas occidentales consensuadas cuando el descontento, interno o externo, pone en una situación incómoda a los que apoyan firmemente la monopolización, absoluta y permanente, del poder”.

La transición democrática africana de los años noventa, fruto de la tropicalización de la democracia occidental, perdura. Salvo algunas excepciones, la violencia es el modo de acceso al poder en África. “Los que hacen la paz” tanto en Oriente como en Occidente están ávidos de materias primas estratégicas para crear refuerzos militares africanos que el sufragio universal avale después de mucha corrupción. Sin embargo, si la democracia como régimen tiene dificultades para instaurarse en África, la idea de democracia sigue su camino en el seno de una sociedad civil cuyos vínculos entre las fuerzas sociales a lo largo del mundo parecen llevar esperanzas de cambio.

En línea con estas ideas, esta constatación de Pierre Rosanvallon viene muy bien expresada cuando escribe “Lejos de referirnos a una giro hipotético de la “voluntad” de un estado que dominaría a los hombres y que transcendería más allá de sus diferencias, hace falta partir de una constatación más clara sobre la verdadera sociedad que da lugar a las interacciones de la sociedad civil”.

Esta última idea, debido a la crítica sobre las disfunciones del mercado ultra-liberal y por el lugar preferente que otorga a la idea de democracia como interacción, hace que se esté constituyendo como una fuerza con la que el mundo tendrá que contar. A través de ella “la democracia tiende así a traspasar el ámbito nacional para la que fue concebida y trata de imaginar la emancipación y la justicia a escala mundial”. Poco a poco pero con paso firme, el espacio público se mundializa e Internet y los redes humanas transfronterizas tienen mucho que ver en eso. La mundialización del espacio pública anima al establecimiento “de formas inéditas de vigilancia y control. El periodo de emancipación será igualmente y como consecuencia más largo. La elaboración, seguramente difícil, que da constancia de las normas internacionales y los derechos humanos”. Si la tropicalización de la democracia erró al creer en una reconstrucción pura y simple de formas democráticas traídas de Occidente en territorio africano, sin tener en cuenta en absoluto las luchas políticas, sociales, culturales, espirituales y epistemológicas de las cuales surgieron; Pierre Rosanvallon nos lleva por un camino de pistas metodológicas y una aproximación a la democracia representativa cargada de esperanza para nuestro continente.

Propone una desoccidentalización de la democracia. La revisión que hace sobre la historia de la democracia se hace desde un punto de vista comparativo. Estudia las experiencias pre y posdemocráticas tanto de su país como de otros lugares (Países Bajos, Gran Bretaña, China, Estados Unidos, África, etc.). Al estudiar la desconfianza política de manera comparativa constata, por ejemplo, que “en muchos casos, la vigilancia y la resistencia han constituido una primera etapa de emancipación humana”. Señala que “la contra-democracia” existió antes y después de la democracia electoral representativa. Esta constatación lleva a romper con las historias lineales tradicionales de la democracia que sobreentienden la realización progresiva de un “prototipo ideal”, una salida lenta de un régimen de sumisión que encontraba su culminación en una autonomía realizada”. A lo largo de la historia de la democracia hay una alianza y/o una tensión permanente entre “lo viejo” y “lo nuevo”. Las luchas sociales van a la par con la historia institucional de la democracia, de ahí “que siempre parezca inconclusa, no solamente allí donde se realiza tímidamente o se caricaturiza de mala manera. Es también en sus lugares de origen, en Europa y en Estados Unidos donde ha sido más consensuada y celebrada, donde parece, a su vez, incierta”.

Rosavallon lleva a cabo una aprehensión muy singular de la historia y de la vida de la democracia. Para él “en efecto, la historia (…) se debe entender como el laboratorio en funcionamiento de nuestro presente, no sólo la luz de lo que se ve por detrás. La vida democrática no está hecha únicamente de su confrontación con un modelo ideal: es, en primer lugar, la investigación de un problema que está por resolver”. Esta aproximación toma en cuenta la complejidad de la política real y de su dimensión aporética. Su punto de partida está en romper con la idea de un “modelo original” y acabar con la democracia que la experiencia contemporánea vendría contradiciendo. Los ejemplos históricos de política real no son solamente teóricos. También dan constancia de la historia “como campo de experimentación y de prueba de la representación del mundo”. Esta aproximación vincula la curiosidad meticulosa del historiador con el rigor del filósofo político.

Esta aproximación considera la política como un “espacio de experiencia y, al partir de los problemas para que la democracia los resuelva, hace posible el estudio de las experiencias políticas tanto nacionales como internacionales.

La democracia: un trabajo de humanización recíproco

Esta manera de actuar, que es de lo que se trata nuestra tercera hipótesis, puede facilitar el estudio comparativo de la “democracia representativa de los demás” y aportar una idea de la democracia como trabajo interminable. Esta aproximación de la democracia como trabajo tiene la ventaja de que pone de relieve, una vez más, su dimensión cognitiva: es el lugar de aprendizaje en común, de préstamos y de intercambios. Es el lugar del mestizaje político, epistemológico, intelectual y cultural. Da sentido a las redes transfronterizas asociando solidaridad y aprendizaje con y a partir de los demás en otros lugares donde se respeta la diversidad identitaria como riqueza.

Hace posible ir más allá del marco de solidaridad humanitarizada en otros lugares donde se producen luchas comunes de humanización en la reciprocidad, estos espacios donde los problemas quedan todavía por resolver pueden ser también los que sirvan de unión.

J. –P. Mbelu

Publicado en Le Potentiel, Congo R. D. el 9 de marzo de 2009.

Traducido por Raquel Barrajón, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

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