Como tigrino, mi vínculo con Etiopía se siente destrozado

3/02/2021 | Opinión

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Nos han dicho que la guerra no es con los tigrinos comunes. Sin embargo, mientras miles sufren y nuestros compatriotas permanecen en silencio, eso es lo que se siente.

Cuando era niño y crecía en la entonces ciudad etíope de Asmara, en la década de 1980, mis padres solían preguntarme qué quería ser cuando fuera mayor. Mi respuesta siempre fue que quería ser piloto de combate o general del ejército. La razón era simple. Mi padre era soldado en el ejército etíope bajo el régimen del Derg y yo también quería matar a los «enemigos» de la nación.

Al crecer en esa época de guerra, los sonidos de cohetes y balas proporcionaron la banda sonora mi de vida y los medios controlados por el estado proporcionaron el guion para dar sentido al mundo. Me enseñaron a ver el conflicto en blanco y negro, con buenos patriotas etíopes de un lado y los odiosos rebeldes del otro. Memoricé canciones de guerra y escribí poemas para honrar a los héroes de guerra. En los últimos días del brutal régimen del Derg en 1991, recuerdo vívidamente haber llorado mientras sostenía en alto la bandera verde, amarilla y roja de Etiopía.

Lo que no sabía entonces es que los «enemigos» con los que mi padre había estado luchando, incluían sus primos y los hijos de nuestros vecinos. La guerra civil cortó profundamente los lazos sociales y culturales de los muchos grupos étnicos de Etiopía, enfrentando, a menudo, a miembros de las mismas familias entre sí. Mi padre, de la región de Tigray, había estado luchando contra miembros de su propio grupo étnico en el rebelde Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF) y el Frente de Liberación del Pueblo de Eritrea (EPLF).

Para mi familia, era un momento crítico para ser tigrino y etíope. Entre los partidarios del régimen del Derg, nosotros no éramos de fiar debido a nuestra etnia y se sospechaba que éramos agentes del TPLF. Entre los tigrinos se nos veía como traidores de nuestro pueblo por ponernos del lado del gobierno. Como miles de otras familias, recibimos abusos de diferentes lados mientras tratábamos de hacer malabarismos con nuestras identidades étnicas y nacionales.

En 1991, el represivo régimen del Derg fue derrotado. El TPLF se posicionó como un líder de Etiopía y el EPLF tomó el control en Eritrea, que se convirtió en un país independiente. Mi familia se fue de Asmara a Addis Abeba, donde vivimos en un campo de refugiados durante los siguientes diez años. El nuevo gobierno no tenía prisa por ayudar a las familias de los soldados que habían luchado contra él.

Todo en Etiopía había cambiado pero nuestras cuestiones de pertenencia seguían siendo tan complejas como siempre. Como refugiados de Eritrea éramos considerados forasteros, pero como tigrinos éramos vistos como beneficiarios del nuevo gobierno dominado por Tigrinos.

Durante los siguientes 27 años, la coalición gobernante liderada por el TPLF gobernó el país y persiguió una forma de federalismo étnico que ha llevado a una creciente conciencia étnica y a un debilitamiento de la identidad panetíope. Sin embargo, con el paso del tiempo, la resistencia popular a la dominación de Tigray y su gobierno antidemocrático llevó a su desaparición en medio de enormes protestas. En 2018, la coalición gobernante seleccionó a un nuevo líder, Abiy Ahmed, de la región de Oromía, que asumió el cargo prometiendo esperanza, paz y unidad. Esto no duró mucho. Sus relaciones se rompieron con los antes poderosos oficiales del TPLF que se retiraron a su región de origen. El 4 de noviembre de 2020, Abiy declaró la guerra en Tigray.

El conflicto en curso ha provocado otro ajuste de cuentas sobre lo que significa ser tigrino en el más amplio cuerpo político de Etiopía. La guerra se está llevando a cabo en un contexto de resurgimiento del panetiopianismo que ha enmarcado al TPLF como su archienemigo. El gobierno ha descrito sus acciones como una «operación de reforzamiento de la ley» contra el TPLF y no como una guerra contra el pueblo de Tigray, y sin embargo, es así como muchas personas lo han experimentado.

Muchos tigrinos apoyan al TPLF, como se vio en el resultado de las elecciones regionales de septiembre de 2020, que el gobierno federal consideró ilegales. Además, en el marco de la actual «operación de reforzamiento de la ley» lanzada para capturar a los principales líderes del partido, miles de personas comunes y corrientes han sido asesinadas o desplazadas. Mientras tanto, muchos no tigrinos celebraron la captura de Mekele, la capital de Tigray, y guardaron silencio cuando el gobierno obstruyó la ayuda que llegaba a sus compatriotas. Los perfiles étnicos y el acoso a los tigrinos van en aumento.

Algunos amigos y familiares, a los que conozco desde hace mucho tiempo, han apoyado la guerra a pesar de haber causado la incalculable devastación y miseria de innumerables familias. Mis lazos sociales se han vuelto cada vez más débiles. Frente a la emergente crisis humanitaria que afecta a la población de Tigray, el deliberado intento del gobierno de negar la ayuda y el silencio y el apoyo de la mayoría de los etíopes han erosionado el sentido de pertenencia e identificación que tuve con Etiopía.

Uno de los aspectos más dolorosos para mí es que mi padre, que siempre ha sido un orgulloso etíope, ha sido, una vez más, condenado al sufrimiento y aislamiento por parte del país por el que había sacrificado 28 años de su vida. Personalmente, se me hace imposible en la situación actual sentirme a la vez tigrino y etíope. Debido a la guerra y a las respuestas de muchos de mis compatriotas al sufrimiento de los tigrinos, el vínculo que tenía con Etiopía parece roto sin remedio.

Temesgen Kahsay

* Temesgen Kahsay es profesor asistente en la Escuela Noruega de Liderazgo y Teología.

Fuente: African Arguments

[Fundación Sur]


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