Carne de mono, por Rafael Muñoz Abad – Centro de estudios africanos de la ULL.

25/09/2014 | Bitácora africana

Sí. En referencia a la segunda repatriación de un misionero español contagiado por el letal virus que azota Africa occidental, la eficiente Fuerza aérea española también está para estas cosas. Sí. No me escondo. Me parece de justicia ética que con mis impuestos se cubra este operativo y los que hagan falta para trasladar a casa ya no a un compatriota, si no a cualquier ser humano. El panorama en Freetown – capital de Sierra Leona – o Liberia, es desolador. Un escenario apocalíptico que se retroalimenta por la carencia de medios sanitarios y en el que urgen ayudas como la que recientemente anuncio la Casa Blanca. Un contexto donde los contagiados se apilan en hospitales sin servicios y las familias se llevan a sus miembros a casa catalizando con ello, a causa del contacto directo, la correa de transmisión viral.

Una vez más, me descubro ante la labor de esos hermanos anónimos que entregan su vida a los que han tenido el infortunio de nacer en quizás dos de los países más insalubres de Africa; invitándoles al ver el documental “Monkey Meat and the Ebola outbreak in Liberia” de la excelente productora Vice que retrata los hábitos alimenticios de los habitantes de Monrovia y analiza de cerca la cadena alimenticia animal–humano como [tal vez] la causa huésped de la propagación del ébola. El reportaje nos muestra los mercados de Liberia y las opiniones de sus gentes respecto a si es peligroso o no comer carne de mono o de murciélago. El hambre del liberiano contrasta con la escrupulosidad del occidental; merece la pena verlo.

Cuando la vida te ha dado la oportunidad de haber viajado algo por el continente vecino, el sentimiento de admiración hacia los cooperantes, en cualquiera de sus vertientes, se agranda. Emoción que se torna en ganas de dar un par de cintazos a los muchos malnacidos, que esta semana balarán poniendo en tela de juicio el dineral empleado en mover un Hercules C-130 hasta el purgatorio en la Tierra para salvar a un cura. Con los mejores deseos hacia Manuel García y con el padre Pajares aún en el recuerdo, me siento orgulloso de que nuestro ejército tenga esta vocación y disponga de la logística para llevar a cabo este tipo de misiones sin recurrir a Francia en cuestiones de índole africana. Y es que España, con Canarias como vanguardia, debe ser un referente para estas operaciones; no tratándose ya de meras cuestiones humanitarias si no una vertiente más de la imperante necesidad, tanto por cercanía geográfica como por motivos geoestratégicos, de convertirnos en un país con proyección en Africa.

@Springbok1973

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Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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