Caminando por el infierno de Monrovia, capital de Liberia – (9) de (14) “¿Qué se siente al recorrerse más de 130 países?“ , por Nuno Cobre

5/11/2015 | Bitácora africana

Han sido cuatro horas las que he estado fuera y hoy más que ningún día me he sentido exhausto. No sabía que Bushrod Island era tan grande. Sospechaba que sí, de que se trataba de una isla estresante, loca, frenética, pero no imaginaba que llegase a sentirme tan agobiado en ella. En algunos momentos me he olvidado casi de donde estaba, ha llegado un momento que no veía nada. Tan solo caminaba como un autómata, abriéndome paso ante lo que fuera o fuese, tratando de llegar a casa cuanto antes.

Como desde que he empezado esta ruta por Monrovia, no tenía ganas de recorrer la excursión de hoy. No me apetecía caminar por Bushrod Island porque sabía que me acabaría quemando, estresando, cansando. Pero sabes que si no camino por una ciudad en la que estoy, me da algo, así que me puse en pie un día más. Salí.

Me levanté a las diez de la mañana, aunque a las 8 menos cuarto me había despertado una llamada telefónica. Me llamó más tarde también la misma persona: Sebastián el trotamundos con su voz casi ingenua. El pasado fin de semana le dije que me llamase, que haríamos algo. Sin embargo, el hecho de medio quedar con él, ya me había estresado un poco. Trataba de concentrarme por la mañana en mi metodología para retomar las clases de francés, pero me costaba porque sabía que tenía algo así como un compromiso.

Cuando hablamos, había quedado con Sebastián en que me llamase más tarde. Cuando me llamó más tarde, le dije que saldría sobre las tres, tres y media y ahí el tío perdió la paciencia. “Bueno si no, no pasa nada”, me dijo. Sebastián se ha recorrido 130 y pico países. Hay que decirlo otra vez: 130 y pico países. Una auténtica paaaasaada. El tipo puede recorrerse todos los países del mundo antes de fallecer. Sin duda, Sebastián es un tipo interesante, especial, como son la mayoría de los españoles que pasan por aquí como aventureros, sin vínculos con las organizaciones internacionales.

Me he pasado unas buenas horas hablando con él estos días, preguntándole, escuchando, intercambiando impresiones. Todo me ha parecido muy constructivo, muy reconocible y en algún momento dado me he dicho que vine a Liberia, que me dediqué a este mundo, para conocer precisamente a gente como esta. Sin embargo, es curioso comprobar como Sebastián que por cierto, ha escrito también un libro sobre sus andadas, es un tipo lleno de prejuicios y tendente a generalizar. Curioso después de haber visto tanto ¿no?

Y luego hay algo en su energía que no me convence. Tiene un lado cutre, un toque medio guarrillo en su áurea que no me acaba de entrar. El pasado finde en la discoteca Emassy ya noté como nuestra energía no acababa de congeniar. Algo ahí. Total que el tío me colgó el teléfono, pensando tal vez que soy un tanto friki o un poco capullo. Pero me da la sensación de que este nota es un gorrón de campeonato que se aprovecha a la mínima haciéndote por ejemplo llamadas perdidas para que tú lo llames y bastantes más detalles por el estilo. A pesar de todo, yo esperaba la llamada de Sebastián que al fin y al cabo no me hubiese importado que se viniese. Pero no pasó.

Como el otro día en Sinkor, salí con pantalones largos y la mochila donde dentro estaba mi cartera con la identificación internacional. Me puse además la camiseta de SAPO National Park para ir de tipo buen rollito con Liberia y tal.

He subido por Randall y me he encontrado de nuevo con un escenario ultra comercial y al llegar al final, casi cuando estaba en Ashmun Street, me he dado cuenta de que llevaba la mochila abierta. Concretamente el bolsillo pequeño. Afortunadamente no llevaba nada ahí dentro. Me he dado cuenta ipso facto de que he sido un ingenuo al recorrerme toda esta concurrida calle con la mochila a mis espaldas ¿a quién se le ocurre?

A la altura de King Sao Bosoe Street, me he parado para pensar en frente de un banco, creo que el de Ecobank. Ríos de personas iban y venían. Y tras pensar un poco, he llegado a la conclusión de que la mejor solución era ajustarme la mochila al pecho en lugar de dejarla intemperadamente a mi espalda. La lógica empleada ha sido la misma que un día me formulé en Sierra Leona: más vale quedar de desconfiado y un poco capullo, a que me roben la cartera, los discos duros etc. Así que mi mochila se ha colocado en mi pecho, apretándome por cierto demasiado mi cuello. Pero he continuado adelante como siempre.

Original en : Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

Más artículos de Nuno Cobre