Blade Runner, por Rafael Muñoz Abad

12/04/2018 | Bitácora africana

Ten piedad Señor de aquellos que se quejan en referencia a la indigestión que les genera el humor british pues cuando sobrelleven el especial retorcimiento del “me parto la caja” made in Southafrica, el ayuno les parecerá trivial. Créanme. Vamos al tema. Si los señores Verwoerd o Vorster levantaran sus duras cabezotas, aparte de romperse sus angostos pensamientos contra el travesaño del ataúd, morirían de un infarto al ver como en la “nueva” Sudáfrica es una jueza negra la que ha sentenciado a un white a la cárcel. Aunque evidentemente Pistorius no es cualquier blanco. El hombre biónico es un “producto” publicitario de un país que alterna la más profesional delincuencia de aceras – depende de quien lo cuente o más bien la sufra – con la más afilada de las tecnologías.

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El día de San Valentín del año 2013, como colofón a una bronca monumental, Oscar Pistorius disparó cuatro tiros a su novia encerrada en el baño a la que confundió con un ratero…En los Bottle Stores de los Townships o suburbios negros se comentaba que este crimen pasional es un asunto de blancos ricos y que si la rubia le puso los trastos, pues se las arreglen entre ellos y que si Pistorius fuera negro, hace tiempo que ya estaría empapelado. Cosas del juicio popular.

El atleta fue defendido por un equipo de letrados que encofraron una autentica obra de ingeniera jurídica para ganarse a la jueza, al jurado y por consiguiente inclinar el veredicto. Se buscaba la libre absolución, la pena en forma de servicios sociales o la menor cantidad de años en algún regimen de prisión menor. ¿Y la trama? Pistorius, al supuestamente confundirla con un ladrón que se había colado en el chalet de la pareja, cosió a balazos a su novia, la modelo Reeva Steenkamp. Un escándalo mediático que trascendió los límites de la prensa del corazón sudafricana y que incluso bajo el cruel juego de palabras Man…Superman…Gunman, sería portada de la revista TIME. A nivel de España, es como si Piqu le vaciara el cargador del revolver a la Shaki. ¿Imaginan la que se habría armado en Spañistan con lo que le pone la gente un drama? Los especiales de Sálvame serían por temporadas.

El Cape Times, que viene a ser algo así como El País de Sudáfrica, abrió bajo el siguiente titular: El caso Pistorious examinará al sistema judicial sudafricano ante el mundo. La vista, que fue la más mediática desde los sumarios de la Comisión para la Reconciliación y la Verdad, cuyo objetivo fue devolver la dignidad a las miles de víctimas del apartheid a través del arrepentimiento público [sin carga penal] de aquellos que las perpetraron, provocó que se vomitaran ríos de tinta y las redes sociales hirvieran. Alejado de la opinión popular, el otro frente escenificó cual sería el grado de “igualdad” que el renovado sistema judicial sudafricano, tradicionalmente jurisprudenciado y versado en torno a la resolución de la violencia y la teatralización del apartheid, herencia de años de represión, podría ofrecer para un caso tan mediático. La “justicia” del apartheid era un viejo damero cuya vil virtud residía en un entramado que sólo era garantista para las casillas blancas. El nuevo edificio judicial sudafricano se cimienta bajo uno de los textos constitucionales más vanguardistas ya no sólo de Africa sino del planeta. Un sistema cuyo principal cliente no ha cambiado en décadas: la violencia. El juicio se convirtió así en un serial que mantuvo a los sudafricanos de todos los colores absortos ante la televisión.

Pistorius y sus extremidades inferiores de carbono nacidas de la ciencia se tornaron de inmediato en un producto de modernidad en una tierra donde los contrastes son brutales. Su impactante imagen robótica, vendida como un ejemplo de superación personal, se tornó en un poderosísimo icono publicitario que aglutinaba todo tipo de anuncios y patrocinadores; los mismos que le retiraron sus apoyos para que la sangre y una salud mental en tela de juicio no les salpicaran. El fenómeno Blade Runner, como también es apodado con burla, quizás habría sido más predecible en un equilibrado estado nórdico que en la bella y a la vez cruel Sudáfrica. No obstante, no es menos cierto que estos paradigmas también son muy de ahí abajo y que el implantado haya sido un blanco, quizás boga a favor de aquellos que piensan que pese a la nueva bandera, las series de televisión interraciales y abogados negros en BMW, muy pocas cosas sustanciales han cambiado en el país. Y no están equivocados.

Volviendo al atleta, es incuestionable que el acusado era amigo de las armas de fuego y de su exhibición pública. Aunque esto en un país donde la cultura de las armas está lejos de ser una rareza para formar parte de la herencia cultural de los afrikáner, no debe extrapolarse cual simple catalizador del homicidio; nada más lejos. La sentencia inicial fue de cinco años de cárcel y se convirtió en la vista más mediática de Sudáfrica desde los tiempos de la corte de Rivonia o la liberación de Mandela.

El proceso sigue generando un sinfín de opiniones y parece que acabará en el cine. A la par, testó el grado de equidad del poder judicial de un país que a ojos de muchos ha sido el más disparatado e injusto de la faz de la tierra y donde la cultura de la violencia ya es marca registrada. Pistorius, que no sólo se enfrentó a los cargos de asesinato, sino a la poderosa inercia fractal del complejo trasfondo cultural e histórico de una sociedad extremadamente heterogénea cuyas barreras sociales aún son una realidad de facto, puede convertirse [paradójicamente] en la mejor campaña publicitaria para demostrar que todos los sudafricanos ya son [un poco más] iguales ante la ley. Las sentencias fueron evolucionando pues la inicial del 2014 exigía una pena máxima de cinco años; por su parte, el jurado pidió tres años de servicios a la comunidad a dieciséis horas por día como pena y, finalmente la acusación, que clamaba por los quince años que como mínimo recoge la ley. En diciembre de 2015 la Corte Suprema condenó a Pistorius por asesinato esgrimiendo que [él] debía saber que disparar a través de una puerta, mataría a la persona que estuviera al otro lado con independencia de que este supiera o no quien era. La defensa de Pistorius siempre esgrimió que se trataba de un intruso y que el acusado nunca supo que era su novia quien estaba encerrada en el servicio. Con posterioridad, el 16 de junio de 2016, la jueza Thokozile Masipa – con fama de buenista – le condenó a seis años de prisión por la “prueba de amor eterno” que Pistorius Blade Runner tuvo hacia su amada en tan señalada fecha; una sentencia escandalosamente blanda para un país donde hay más armas de fuego que microondas. Finalmente, el pasado mes de noviembre la sentencia se modificaría a trece años.

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL.

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Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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