Artículo de fondo: La mundialización iconoclasta

8/07/2012 | AfroIslam

Le Monde 07/07/2012 Por Caroline Fourest*

Un montón de piedra sin alma ni forma. Es lo único que queda de la puerta de una de las mezquitas de centenarias de Tombuctu, violada y destruida por la locura de grupos que se autodefinen como “defensores del islam”. Su furia iconoclasta recuerda a aquella otra que desfiguró los budas de Bamiyan. Sin embargo esta furia ha franqueado nuevas balizas.

En Afganistán, los fanáticos se atacaban a símbolos de otras religiones. En Mali, las subastas vas hasta destruir la entrada de una mezquita, a golpe de picachón, sencillamente porque contiene símbolos de la artesanía ancestral y por consiguiente no únicamente islámica de Tombuctu. Ayer, era necesario destruir mausoleos musulmanes a golpe de “Allah Akbar” porque abrigaban el culto a los santos.

¿Dónde va a parar esta locura? Jamás han tenido razón. No tiene ni fronteras ni límites. La “mundialización del yihad” y su odio de la cultura tiene por objetivo abiertamente la “uniformización del islam” por la destrucción. Haciendo desparecer cualquier sutileza cultural y evidentemente espiritual, es decir cualquier matiz del mundo islámico.

La guerra declarada a los Occidentales y a las otras religiones no es más un pretexto, sangriento, para ocultar la otra, en realidad en primer lugar, la que se está librando contra los musulmanes laicos y ateos, pero también contra otros creyentes que practican otro islam. Basta con mirar la suerte reservada desde hace décadas a los Zikri, a los Hazara o a los Hamadi en Pakistán.

Todos practican, cada uno a su manera, un islam piadoso y devoto, pero que no es el islam político dominante, y lo están pagando caro. Setecientos Hazara masacrados. Lugares de culto destruidos. Leyes contra la blasfemia que sirven para justificar que los lleven a la cárcel. Su libertad religiosa está siendo violada pero, claro está, es contra la laicidad a la francesa que una delegación del Pakistán protesta desde hace años… Una laicidad que protege sin embargo –mejor que cualquier otro sistema- el equilibrio entre mayoría y minorías religiosas. No es el más pequeño éxito en una época donde abundan conflictos políticos que pisotean las minorías confesionales y su cultura en los cuatro puntos del horizonte del planeta, bajo pretexto de defender la identidad o la religión dominante.

Incluso en Túnez, la furia iconoclasta nos recuerda que estamos hundiéndonos cada día más en la oscuridad. En La Marsa, uno de los cuadros más figurativos, habiendo provocado violentos motines, muestra un salafista furibundo, con humo saliéndole de las orejas. Así pues, habiendo amenazado a todo el que se atreva a representar al profeta Mohammed, ahora vemos a unos grupos furiosos destruyendo una exposición de pintura sencillamente porque se burlan de los fanáticos… Se podría pensar que se toman verdaderamente por Dios y su profeta. ¿No sería la peor de las blasfemias?

Ya es hora que se ponga fin a esta locura erradicatriz y uniformizadora. Protegiendo estos valores universales como son la libertad de expresión, la libertad de conciencia y la libertad religiosa. Salvando estos tesoros culturales –que son también universales- que los yihadistas quieren hacerlos desaparecer de nuestras memorias y de nuestra historia común.

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