Argelia, mala noticia

3/03/2008 | Editorial

La noticia de la detención de un sacerdote católico en Orán por haber rezado fuera de un templo con un grupo de subsaharianos cristianos procedentes de Camerún es una mala noticia, sobre todo, para todos los que estamos comprometidos en el diálogo interreligioso y cultural. El gobernador de Orán no ha hecho más que aplicar de manera estricta la ordenanza-ley que prohíbe el ejercicio del culto fuera de los edificios aprobados por las autoridades de la nación.

No se trata aquí de rasgarnos las vestiduras por esta condena injusta que, desgraciadamente, puede encontrar idénticas aplicaciones en otros ámbitos religiosos fuera del Islam. Pero las injusticias no se justifican porque otros actúan de la misma manera. Lo que está mal está mal en todas partes.

Tratándose de Argelia, el problema es más complejo de lo que parece. Argelia no ha conseguido curar las heridas de los años 90. El extremismo islámico sigue vivo en importantes zonas rurales y urbanas del país, presionando a las poblaciones que están bajo su influencia, para seguir las normas de la charia según su interpretación más estricta. Para ellos, el fenómeno de las conversiones de algunos musulmanes al cristianismo en algunas regiones de Argelia es un motivo más de escándalo, sobre todo, cuando estas conversiones llevan el cariz de un proselitismo de mal signo, que en algunas ocasiones se amparan en reivindicaciones políticas. Uno adivina, sin duras penas, el escándalo que producen estas conversiones en la mente de los musulmanes, acostumbrados a vivir en una sociedad mayoritariamente musulmana. La prensa, haciéndose eco y amplificando el malestar social que crean estas conversiones, contribuye a la desconfianza y a la crispación hacia los cristianos. No hay dificultad para pensar que la ley, prohibiendo el ejercicio del culto fuera de los recintos sagrados homologados por el Estado tenía como objetivo poner un límite a las actividades proselitistas de algunos predicadores evangélicos. La ley incluye en esta prohibición a las actividades culturales de todos los grupos cristianos sin excepción, dejando su aplicación a la interpretación de los gobernadores locales, presionados por la opinión pública.

La Iglesia católica lleva muchos años en Argelia y ha demostrado su compromiso por el bien común del país, tanto durante la guerra de la independencia como después, al margen de todo objetivo proselitista y pagando un alto precio por ello. Así se expresan los obispos de Argelia: “Ciertos periódicos escriben ahora, que nuestras actividades de ayuda son un medio para conseguir conversiones. Una vez más queremos decirles que la vida en seguimiento de Jesús significa la gratuidad del servicio. Nuestra alegría se manifiesta allí donde podemos acogernos unos a otros respetando nuestras diferencias”.

El mundo ha cambiado y se construye en torno a los derechos y a las libertades fundamentales de las personas y de las sociedades. En ellas se incluyen la libertad de culto y de conciencia. Las religiones, el Islam entre ellas, encuentran dificultades para entrar en estas nuevas perspectivas. Pero, lo que no debe hacer ninguna religión es pedir derechos en un lugar, que luego no otorga en otros lugares. El derecho a escoger una religión y de participar en sus actividades culturales debe estar garantizado por las leyes. Estos dos derechos proporcionan la base para una vida de paz y de concordia entre personas, pueblos y religiones.

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