Aquí no hay Faraones : Memorias de un egipcio en tierras aztecas ( y VI)

26/07/2011 | Cuentos y relatos africanos

Abraham nació en el Palmore. El servicio de salud es muy bueno aquí, pero allá en mi tierra como hay muchos médicos la consulta te cuesta como 10 pesos, además en Egipto un medico después de terminar su carrera debe estar cinco o seis años bajo la tutela de otro médico (mayor y con experiencia) para aprender mejor el oficio; allá para que un médico se gane la confianza de la gente debe de tener más o menos unos 40 años y, aquí me he fijado que hay médicos muy jóvenes, de 22 e incluso estudiantes de medicina que andan dando consulta y recetas. Pero gracias a Dios Abraham vio la luz de este mundo sin mayor problema.

Fayka, mi madre, tiene 21 nietos y 7 u 8 bisnietos, Abraham es el número 18. Ahora ese pedacito de carne era el motor principal para seguir adelante, para poner todo mi empeño y dedicación, debía de conseguir buenos frutos.

Esa nueva tarea que me había impuesto fue sencilla y difícil a la vez y, es que como en todos lados, en cualquier país o en cualquier continente hay gente extremadamente maravillosa e interesante y gente que no. Había que ajustar pequeños detalles.

Comencé a ver algunas diferencias entre las dos culturas. Por ejemplo, yo estoy acostumbrado a que si doy mi palabra la tengo que cumplir; si digo que estaré en un lugar a una hora determinada debo de cumplir. Aquí, para algunas personas si lo que dices no está escrito no vale nada, mientras que en Egipto tu palabra es una cuestión de honor. Recuerdo que teníamos un carro al que le fallaba constantemente la transmisión, entonces un compañero de Gaby le dijo que se lo llevara a su taller y que estaría como nuevo en tres días; yo aleccionado de ese mal hábito le dije “bueno tú me estás diciendo que en tres días lo tienes listo pero mejor te voy a dar 5 días”. Y él fielmente siguió esa fea costumbre, fui al quinto día y nada, el carro aún estaba mal y, casi como la canción del Sabina y me dieron 5 días y otros 5 días y otros 5 días; cansado ya de esa actitud fui a verlo a su taller y él de lo más tranquilo, como si no pasara nada malo y todo marchara bien, desfachatadamente me dijo “dame el resto del dinero”. Esa tremenda petición en verdad me enojó mucho, pero firme le dije “no te voy a dar nada porque si hacemos cálculos tú me vas a quedar debiendo, tú dijiste 3 días, imagínate todo lo que yo gasté en taxis y demás”.

Un amigo de migración me dijo que la postura que había tomado fue la correcta y, me dio un sabio consejo, el cual siempre aplico “aunque tu seas extranjero tienes derecho a exigir lo justo, solo no insultes a nadie” Por eso digo – en todos lados hay gente buena y gente mala-. Afortunadamente ha sido más la gente buena, bondadosa y divertida que me he encontrado en Chihuahua.

Decidido a que el negocio del Pasito fuera mucho mejor, me enteré que habría un evento de ropa de productores de León, Guanajuato en el gimnasio de La Salle y, mi esposa con su incondicional apoyo se fue a repartir volantes para promocionar el negocio. Creo que Gaby al repartir uno a uno esos papelitos sabía que algo bueno sucedería; de pronto uno de los organizadores se le acercó y tajantemente le dijo que no podía repartir volantes, pero Gaby con su gran simpatía le explicó nuestra condición y además le hizo saber que yo venía de Egipto. Así como lo mexicanos se ayudan entre si cuando hay una desgracia pues igual los árabes; los muchachos organizadores del evento eran de origen libanés y, no sólo nos dejaron repartir los volantes sino que nos dieron una pequeña mesita para que vendiéramos las artesanías. Gracias a Dios se acabó toda la mercancía. Y esa gratificante experiencia hizo que empezara a vender mis productos en eventos y exposiciones.

Mis primeros clientes fueron señoras y señores que buscaban buena suerte, esperanza o fortuna; yo creo que por eso la idea de vender artesanías no me convencía del todo. Sentía que la gente se engañaba corriendo tras la buena suerte y yo no creo en eso.

Pese a que se cree que los egipcios somos muy supersticiosos, la verdad es otra, allá nadie cree en la buena o mala suerte, por eso a mi me molestaba un poquito ese trabajo porque sentía que traicionaría a la gente. Pero ¡en fin! Vender artesanías era una forma honrada de llevar el pan a casa.

Una vez, yo y un amigo que vendía cosas de feng shui, amuletos para la suerte, vibras y esas cosas, fuimos a la feria de Santa Rita; en esa ocasión yo no vendía nada de nada y él parecía que estaba regalando todos sus productos, toda su mercancía se vendía como pan caliente. Como buen amigo se me acerco y me dijo “mira Kamal, si sigues vendiendo artesanías egipcias no vas a vender nada, toma, prueba con estas pulseras”, agradecido con su buena intención me las lleve a mi puesto; la gente comenzaba a acercarse y me preguntaba “esta pulsera para qué es”, pude decirles que servia para ganar la lotería, para tener un marido rico o simplemente para pasar un examen, pero no podía engañarlos.

Así que desde esa feria en Santa Rita y en donde estuviera, a las señoras y señores que se acercaban a ver mis productos y me preguntaban “y esto cómo funciona” simplemente les decía –mire si la quiere para la suerte le dará suerte y si la quiere para adorno será adorno-

Y así, entre artesanías, buena suerte y el mal de ojo, era un egipcio que se abría paso y oportunidades en Chihuahua; aunque cabe reconocer que no siempre ha sido fácil.

Algunas personas ignoran muchas cosas de mi país y eso es normal. Creo que el problema es quedarse con una imagen estereotipa de todo el mundo; no importa si eres egipcio, mexicano, ruso o español a veces no nos damos el tiempo para ponernos en los zapatos del otro. Recuerdo que en la Feria de Santa Rita me tome una foto, yo vestido con un colorido sarape, agarrando a un gallo, Abraham vestido de revolucionario y Gaby con su reboso; cuando mostramos esa foto allá en Egipto mi mamá ya quería que me regresará. Este simpático ejemplo me invita a reflexionar siempre, me digo – Kamal no te dejes etiquetar ni tampoco juzgues a la gente, mejor conócelos y luego opina-.

De la experiencia de La Salle conseguí un localito en el Centro de Convenciones y estuve allí como 3 o 4 años. Mi negocio estaba prosperando y es que siempre había de cuatro a cinco convenciones al mes. Yo era casi el único que vendía artesanías y gracias a Dios siempre me iba de maravilla, pero los problemas no tardaron en llegar. Lo malo de aquí es que la gente copia mucho, si ven que tienes un carrito de hamburguesas y te va bien, entonces en todos lados hay carritos de hamburguesas. Exposición a exposición todo mundo comenzó a vender mis mismos productos.

Sólo en dos ocasiones he tenido problemas por ser árabe, la primera vez fue con un hombre, quien injustamente me hizo una fuerte acusación, me dijo “ah los árabes nos están quitando el trabajo” y en otra ocasión me gritaron en la cara “ustedes los árabes han venido aquí a quitarnos la comida y el dinero” a lo cual le conteste –yo soy más mexicano que tú… trabájale más duro que yo-

Nada grave, pero a veces alguna gente se quiere aprovechar de que somos extranjeros y quieren hacer su voluntad, y nosotros tenemos que estarnos defendiendo. Siempre pongo en práctica el consejo de mi amigo de migración.
¡Bueno! extranjero o local, hay gente que quiere aprovecharse de otra gente. Por ejemplo cuando estaba en el localito del Centro de Convenciones, a mí y los demás locatarios nos estaban cobrando 5 mil pesos de renta y, si estabas vendiendo bien sin decir agua va te subían la renta y, como mucha gente quería entrar a vender en ese lugar o te aguantabas y pagabas o te ibas. Casi todo lo que ganabas se iba en renta.

Recuerdo que en la exposición de la Mueblería Portillo comencé pagando cinco mil pesos y de repente el dueño vio que tenía más gente que los demás expositores, de un jalón me subió la renta a 15 mil pesos. Y la verdad me dije -yo no voy a regalar mi trabajo, no es el chiste nomás estar pagando renta-. Casi trabajaba gratis.

Un poco cansado de esa situación y habiendo juntado un dinerito, mi mirada se enfocó hacia algo mucho mejor. Recordé una vez en que Gaby y yo entramos en una cafetería allá en Egipto, recordé los sueños y esperanzas que allí nos dijimos, nos prometimos que algún día tendríamos una cafetería árabe.
A mi me gusta trabajar por mi cuenta, no me gusta tener un jefe y así ha sido toda mi vida. Me gusta tener algo propio para trabajar. Y así fue, con Gaby y el apoyo de la familia montamos nuestra cafetería estilo árabe. Ya llevamos un año y medio y, dicen que los dos primeros años son los más difíciles, pero ya tengo mi clientela y todo ahí va; poquito a poco.

Al principio fue un poco difícil meter el concepto árabe en esta ciudad, probar algo egipcio egipcio era algo distinto. La gente esperaba algo árabe pero a la mexicana, como se dice ‘una revoltura’; me pedían flautas, hamburguesas o enchiladas, eso si muy árabe (je) y pues les decía -ese no es el chiste-. Hemos batallado con los estereotipos.

Otra cosa con la que he tenido que lidiar mucho es con el alcohol; la gente constantemente me pide una cerveza o un trago y, no es que tenga problemas con ello o con la gente que bebe. Pero yo tengo un fuerte concepto de la familia, casi como aquí y, la forma en que me educaron influye mucho en que yo no venda alcohol; si mi familia se enterara que aquí me tomé o vendo cerveza se enojaría muchísimo. Siento que una cafetería es un lugar para conversar sobre las cosas más sencillas y lindas de la vida no para embrutecer al cuerpo.

También, de vez en vez, los tenores de la mala o buena fortuna llegan a la cafetería, me insisten que traiga gente que lea la mano o el café, pero como yo no creo en eso y nunca creeré, pues ni modo; sólo me quedaré con clientes que vengan a comer algo o tomar algo – bienvenidos- pero si sólo vienen a leer la mano y el café pues no los quiero.

Qué más puedo decir de mi humilde persona, qué más puedo decir de de este egipcio que le gustan las tortillas con sal; si soy inmensamente feliz.

Hoy, con Gabriela, Abraham, mi nueva familia y los deliciosos aromas del café puedo ver la película de mi vida, película que espero todavía no llegue a su fin; y es que esta tierra mexicana me ofrece tanto y tanto.

Tengo muchas cosas por hacer. Con el favor de Dios, ahora si que quiero aprender Derecho, aprender de política no para trabajar sino para saber, esto en unos cuatro o cinco años, nada más que se consolide la cafetería. También me gustaría conocer y viajar por todo México, quiero que los ojos se me salgan de tanto asombrarme con su historia y con su gente. Desde que llegue aquí ¡bendito Dios! He estado trabajando y trabajando.

Sentado en esta cafetería y recordando a Nakarifa, a mis viejos y todo lo bueno que me a pasado no siento la necesidad de pedir la nacionalidad mexicana, no porque no ame esta tierra o me sienta ajeno, sino simplemente aquí en Chihuahua vivo a gusto y nadie me molesta.
Cuando voy a Egipto soy totalmente egipcio en todo y cuando estoy aquí trato de ser mexicano que el mole. Porque no me gusta que la gente cuando se va a vivir a otro lugar olvida todo lo de su lugar de origen. Por eso a Abraham le hablo de mi tierra y su gente; si decide irse a vivir a Egipto pues nos vamos todos, a lo mejor nos vamos a otro país, quién sabe y, quién sería yo para detenerlo, a mi nadie me detuvo.

Una vez una persona del INAH me dijo “aquí no hay faraones” y hoy puedo sacar a ese hombre de ese gravísimo error, desde esta cafetería llena de ricos vapores y sueños de amor, puedo decir que si hay faraones, a diario los veo tomando café, platicando, caminando por la calle; los veo orgullosos de su tierra, orgullosos de Chihuahua.

Que Dios bendiga esta tierra que me ha dado tanto y un poco más.

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