Antisemitismo en Francia. El fin no justifica los medios

3/05/2018 | Opinión

En enero de 2006, tras ser torturado durante tres semanas, Ilan Halimi, judío francés de origen marroquí, fue asesinado por un grupo de musulmanes extremistas que se autodenominaban “Banda de los bárbaros”. En lo que se conoce como los “atentados de marzo de 2012”, con el mismo modus operandi (tiros en la nuca tras llegar al lugar conduciendo una Yamaha TMAX), Mohammed Merah, franco-argelino de 23 años, actuó tres veces. El día 11 asesinó en Toulouse a Imad Ibn Ziaten, militar de origen marroquí. El 15 en Montauban, al grito de Allahu Akbar, mató a dos militares, ambos de origen argelino, el cristiano Abel Chennouf y el musulmán Mohammed Legouad. Y el 19 de marzo irrumpió en un colegio hebreo, el Ozar Hatorah de Toulouse, asesinando a cuatro personas, dos de ellas niños. El 9 de enero de 2015 se produjo la toma de rehenes en una tienda de productos judíos en Paris en la que fueron asesinadas cuatro personas. Su autor, el musulmán maliense Amedy Coulibaly, decía actuar en nombre del Estado Islámico y pedía la liberación de los hermanos Kouachi, rodeados en ese momento por los gendarmes en Dammartin-en-Goële, a 30km de París, tras haber asesinado dos días antes a doce personas en el atentado contra el Charlie Hebdo. El 4 de abril de 2017, en el barrio parisino de Belleville, Kobili Traoré, bajo los efectos del cannabis, entró en el piso de su vecina Sarah Halimi, judía ortodoxa, jubilada de 65 años, le dio una paliza mientras la insultaba llamándola “sheitan” (“demonio”) y la tiró por la ventana ante los ojos de los gendarmes que estaban llegando alertados por los vecinos. Según los jueces, el desequilibrio mental había reforzado el carácter antisemita del crimen. Y el pasado 23 de marzo de este año, en su piso incendiado de Paris apareció el cuerpo acribillado a puñaladas de la anciana Mireille Knoll. Nacida en 1932, había logrado escapar milagrosamente con su madre a las redadas antijudías del Vel d’Hiv (Velódromo de Invierno) de 1942. Las autoridades, que han calificado el asesinato de “antisemita” han detenido a dos sospechosos, Yacine Mihoub (28 años) y Alex Carrimbacus (21 años).

Se diría que el asesinato de Mireille Knoll ha sido la gota que ha desbordado el vaso. El 21 de abril Le Parisien publicó un “Manifiesto contra el nuevo antisemitismo” firmado por 250 intelectuales, artistas y políticos, en el que se anunciaba para el siguiente miércoles 25 de abril, la aparición del libro “Le Nouvel Antisémitisme en France”. Entre los firmantes del manifiesto estaban el expresidente Nicolas Sarkozy, el exministro de cultura socialista Jack Lang, la filósofa y psicoanalista Julia Kristeva, Philippe Val, cofundador de Charlie Hebdo, el imam de Drancy, Hassen Chalgoumi (conocido como muy liberal) y Joseph Doré, obispo emérito de Estrasburgo. El libro anunciado en el manifiesto es producto de la colaboración del “Comité Verdad y Justicia para Sarah Halimi” y de la asociación internacional interuniversitaria “Shibboleth – Actualité de Freud”, lo que explica lo variopinto de sus autores. Entre ellos los ensayistas Pascal Bruckner y Luc Ferry, los psicoanalistas Daniel Sibony y Michel Gad Wolkowic, y el escritor argelino Boualem Sansal.

manifiesto_contra_antisemitismo.jpgComo suele ocurrir a menudo con los manifiestos, el publicado por Le Parisien proclama verdades, silencia otras o las dice sólo a medias, y se mete a veces en camisa de once varas. De ahí la polémica. “El 10% de los judíos de la región de Île de France, unas 50.000 personas, han tenido que salir de allí porque no se sentían seguros y porque sus hijos ya no podían asistir a la escuela pública republicana”. “Al viejo antisemitismo de la extrema derecha se le añade ahora el de una parte de la izquierda que utiliza el antisionismo para transformar a los verdugos de los judíos en víctimas de la sociedad”. Y es que la izquierda sabe que con cuatro millones de musulmanes en Francia “el voto musulmán es diez veces superior al judío”. El texto habla de “depuración étnica silenciosa” y de “antisemitismo musulmán”. Reconoce que éste es minoritario, pero lo suficientemente activo como para hacer que reine su terror aún entre los mismos musulmanes de Francia. Y el texto termina pidiendo que “los versos del Corán que piden la muerte y el castigo para judíos, cristianos e infieles, sea declarados obsoletos por las autoridades teológicas”.

Las preguntas que se hacía Chris Den Hond en el último número de Orient XXI (24 de abril) resumen bien las reacciones suscitadas por el Manifiesto contra el nuevo antisemitismo. ¿Ha aumentado el antisemitismo en Francia? ¿Quiénes son hoy los antisemitas? ¿Es antisemita el criticar a Israel? ¿Habría que reescribir el Corán?

Anouar Kbibech, vicepresidente del Consejo Francés del culto musulmán, que calificó la iniciativa del Parisien de “justificada”, se quejaba sin embargo de sus “expresiones excesivas” y de la “amalgama falsa entre islam y antisemitismo”. De hecho el antisemitismo ha existido en Francia cuando no había musulmanes, y está resurgiendo en países con raíces católicas como Hungría y Polonia. En Gran Bretaña, durante 2017, ocurrieron 1.382 incidentes antisemitas, y, salvo excepción, no fueron provocados por musulmanes. Anouar Kbibech, secretario general de ese mismo Consejo Francés del culto musulmán ha considerado inaceptable la petición de declarar obsoletos algunos versos del Corán. Precisamente son hoy musulmanes franceses los que más se esfuerzan para fomentar una contextualización del Corán que lleve a una interpretación actualizada. “¿Por qué se cuestiona sólo al Islam y a los musulmanes?”, se preguntaba el periódico comunista L’Humanité. “Dad gracias al Señor, porque es bueno… El hirió a los primogénitos egipcios, porque es eterno su amor”, recitan los sacerdotes católicos. ¿Habría que reescribir el 20%, el 40% o hasta el 80% de la Biblia judeocristiana?

Dalil Boubakeur, rector de la Gran Mezquita de París se ha quejado de la “acusación injusta y delirante de antisemitismo hecha a los musulmanes franceses”. Y ha insistido en que hay que “hacer de la lucha contra el antisemitismo y el racismo antimusulmán un objetivo nacional y erradicar así un veneno muy nocivo que hace peligrar nuestra unidad nacional”. El periodista Claude Askolovitch, citado por L’Humanité, lo resume a la perfección: “No se puede hacer que avance una causa justa fomentando el odio y utilizando mentiras peligrosas”.

Ramón Echeverría

Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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