Antagonismos étnicos en África: génesis de un cáncer socio-político

9/01/2012 | Opinión

La violencia étnica es padecida por todas partes en el mundo. Se trata de una forma de agresiones físicas o morales de los grupos étnicos “diferentes” o cercanos con respecto a sus miembros, teniendo como base percepciones y comportamientos negativos ligados a prejuicios hostiles. Se tiene tendencia a asociar etnicismo y conflictos políticos dentro de la ciencia política africanista mayoritaria en Europa. Una relación simplista que mediatiza la mayor parte de los medios de comunicación llamados occidentales.

Sin embargo, la realidad nos muestra que este fenómeno afecta también, y a veces en medida importante, a países como la India, el Reino Unido, Italia, China, Paquistán, Rusia, Méjico, etc.

De hecho, una de las explicaciones más difundidas de este fenómeno es atribuir sus causas y su persistencia a las élites políticas en ejercicio. Efectivamente, en el contexto africano esta tesis puede defenderse con la condición de no ocultar el lejano origen del mal. Ciertos dirigentes se han apoyado en su etnia para llegar al poder. Una vez ahí, sólo han gobernado en interés de los suyos, suscitando un descontento en los grupos excluidos. Por lo tanto, es esta frustración la que en muchos casos ha sido politizada y exprimida por la violencia. La etiqueta étnica es el producto histórico de intereses político-económicos y sociales. En África podemos citar la violencia étnica entre “hutus contra tutsis en Ruanda y Burundi, kikuyus contra luos en Kenia, betés contra doulas y baoulés en Costa de Marfil, bamilekes contra betis en Camerún”.

Las lejanas causas de la violencia étnico-política en África deben buscarse en la política de manipulación de las etnias administrada por el poder colonial, sea alemán, belga o británico. Según una teoría de las invasiones sucesivas preconizadas por el explorador John Speke en 1863 en el marco del mito hamítico, los administradores coloniales, fuertemente apoyados por los misioneros, clasificaron las poblaciones de manera muy jerarquizada: hamitas, bantús y pigmeos [1]. Esta teoría se puede resumir en el pensamiento del colonizador francés el Mariscal Lyautzey: “Si hay hábitos y costumbres que respetar, también hay odios y rivalidades que desenredar y utilizar para nuestro provecho, enfrentando unos con otros, apoyándonos sobre unos para mejor vencer a los otros”.

¡Volvamos a los ejemplos más famosos!

En Ruanda y Burundi, las primeras señales de divergencia entre los diversos componentes de la sociedad aparecieron en los años 30, cuando Bélgica con su política de administración indirecta decidió apoyarse en los tutsi. Consignó en los carnés de identidad las menciones étnica y de clan. Durante una amplia reforma administrativa que abarcó el período de 1929 a 1933, destituyó a todas las autoridades tradicionales hutu. La nueva élite medró nutriéndose del mito hamítico que produjo en unos un complejo de superioridad y en los otros un complejo de inferioridad. De ese modo, el colonizador persuadió a los tutsi de que eran más inteligentes que las otras etnias. Esta política de “dividir para reinar mejor” es una de las lejanas causas del genocidio ruandés [de 1994], el cual comenzó en Burundi.

Desde entonces, es incumbencia de los gobernantes africanos el tomar conciencia de estos demonios étnicos creados pieza a pieza, y gobernar con una lógica de diversidad sociológica y antropológica para servir al interés nacional consolidando los lazos fraternales en el seno de los pueblos. Este trámite debe basarse en una filosofía del consenso africano que consiste en respetar la alteridad etno-cultural.

Los demonios étnicos planean y persiguen a los espíritus por el aire, hasta el punto que en algunos países se ha abandonado el censo demográfico: Líbano, Paquistán, Kenia y Nigeria, por únicamente citar estos. En estos países se teme la cohabitación por la reivindicación de derechos basados en la mayoría étnica. Gobernar en África trascendiendo la trampa etnicista: numerosos jefes de Estado lo comprenden pero no siempre lo consiguen. He aquí uno de los mayores desafíos de nuestras sociedades.

En ciertos países como Senegal, se utilizó el “parentesco de broma” para anticipar los riesgos de fisuras etnicistas. Este mecanismo es una forma de mediación que se ha aplicado en la resolución de los conflictos de Casamance, al sur del país.

No obstante, en la región de los Grandes Lagos los mecanismos propuestos para prevenir, gestionar y regular los conflictos y actos violentos tienen dificultad para dar sus frutos, ya que esta parte del continente sigue siendo víctima de su enorme potencial económico, pero sobre todo les cuesta exorcizar este Mal para mirar hacia un futuro mejor.

Por lo demás, ciertos personajes importantes implicados en estas crisis se obstinan en negar los crímenes de guerra y otros genocidios que gangrenan esta parte de África. Otras tantas actitudes peligrosas frente a una crisis endémica que está lejos de ser “un detalle de la Historia”…

Correspondencia de: Diouf Pape

Publicado en Senrevolution.com (El conocimiento es un arma)

[1] http://www.codesria.org/IMG/pdf/05_Gahama.pdf

Traducido para Fundación Sur por Juan Carlos Figueira Iglesias.

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