Análisis de prensa 23-07-11 / 28-07-2011

28/07/2011 | Análisis de Prensa 2011-2013

28-07-11

Los dirigentes del desastre

La República del Sur Sudan es el último Estado en hacer parte de la ONU.

Por K. Salim

Muchos son escépticos sobre el porvenir de este nuevo Estado, incluso si los Occidentales le prometen maravillas. Pero el Sudan, que no se le designa del Norte, está bajo el mando de Omar el Bachir que está gobernando de manera caótica desde hace 22 años. Aquí tenemos el típico representante de una casta de gobernantes que no ha sabido hacer de una geografía heredada de la ocupación una nación y que ni siquiera se da cuenta que el responsable de un terrible fracaso histórico
.
El Sudan encarna ese monstruoso sistema árabe autoritario donde los dirigentes no dan cuentas a nadie. Cuando un presidente asiste a la amputación de una parte del territorio y hace perder a su país reducido una parte substancial de sus riquezas, nos esperábamos que dijera adiós. A falta de ser juzgado por los Sudaneses o por el CPI, Omar el Bachir hubiera podido mostrar la decencia de hacerse olvidar, de retirarse a alguna parte –en Arabia Saudita por ejemplo – para meditar sobre el desastre del ejercicio del poder autoritario, ciego y sin visión.

En este gesto, los Sudaneses hubieran visto a lo mejor un acto de contrición silencioso e incluso podían haber encontrado algunas excusas. Pero esta retirada no ha tenido lugar. Omar el Bachir se agarra al poder y, colmo de la ironía, ha anunciado la entrada del resto del país en la “segunda república”. Con el mismo dirigente y el mismo personal, esta república se anuncia tan desastrosa como la que le precede.

Cara al exterior, Omar el Bachir juega al bueno, al que ha aceptado la independencia del Sur y ha respetado sus compromisos. Esta experiencia del fracaso monumental no va mejorar el sentido político de un hombre que durante 22 años de poder no ha hecho más una política de huida hacia adelante. Omar el Bachir intentará de permanecer en el poder, haciéndose el propagandista de una aplicación “estricta” de la charia.
No va a resolver el problema del Sudan. No puede más que agravarlo. Y en el caso del Sudan el fracaso se traduce por la escisión del país.

El nacimiento del Estado del Sur Sudan es ante todo el fracaso de una casta de dirigentes sin clase ni ética. La independencia del Sur Sudan ha sido inevitable, porque esta casta que ha heredado de una geografía ha sido incapaz de visión. Omar el Bachir y los suyos no piensan – son incapaces mental y éticamente – más que hacer del resto del país una nación. En vez de dejar el país reconstruirse sobre nuevas bases, estos dirigentes listos a hacer cualquier cosa con tal de quedarse en el poder.
Proclamar la charia o perder otra parte del territorio, esto parece que no les da demasiado fastidio. Encarnan perfectamente el sistema árabe, es decir, el de la inseguridad nacional.


23-06-2011

La ‘sharía’ en un Egipto no confesional

Los egipcios hicieron su revolución para liberarse de la tiranía y no van a aceptar que se les cambie el despotismo político por uno religioso. Esto no impide que los islamistas puedan presentar sus propuestas

Por Allaa el Aawani

Si usted es egipcio y le interesa el futuro de su país, tiene, según algunos, dos opciones: apoyar a los Hermanos Musulmanes y los salafistas para que obtengan el poder o, si no está de acuerdo con ellos, soportar las acusaciones de hostilidad hacia el islam. Sobhi Saleh, el miembro más destacado de los Hermanos, ha dicho que no existen los musulmanes progresistas ni los musulmanes de izquierdas, solo los musulmanes y los infieles. Eso significa que la ideología de los Hermanos es la única que representa el islam, y cualquiera que discrepe es un infiel. El jeque Al Mahallawi lo ha afirmado con claridad: «Quienes reclaman un Estado aconfesional en Egipto son infieles y adoradores de ídolos». Ni más ni menos.

¿Cuál es su programa? ¿Que Suecia se convierta al islam como propugna el jeque El Howeini?

Acusar a las personas de ser infieles es un asunto serio en el islam, y tiene consecuencias tan graves que se ha dicho que, si existen mil motivos para tachar a alguien de infiel y uno solo para llamarle creyente, el islam le considerará creyente y se abstendrá de llamarle infiel. El profeta Mahoma advirtió en contra de que se acusara a quienes no eran infieles de serlo: «Si alguien llama infiel a su hermano, la acusación será válida para uno de los dos. Si la acusación es falsa, se volverá contra el acusador». Y, sin embargo, no hay semana en la que no oigamos alguna declaración de un salafista o un Hermano Musulmán que llama infieles a quienes están en desacuerdo con ellos.

El problema es que esta oleada de acusaciones no se limita a los dirigentes islamistas: se extiende también a los predicadores. He recibido muchas cartas de lectores con historias de predicadores que dedican sermones enteros en sus mezquitas a atacar a quienes piden un Estado no confesional y a acusarlos de ateísmo. Es decir, nos enfrentamos a una fuerza política que explota los sentimientos religiosos de la gente y cree que es legítimo emplear cualquier método para derrotar a sus rivales y llegar al poder, aunque eso implique acusar a devotos musulmanes de ser infieles. Hasta ese punto puede llevar el ansia de poder de algunas personas a engañar a la opinión pública en nombre de la religión. Lo curioso es que, de manera deliberada o por ignorancia, esta espantosa campaña para calificar de infieles a los partidarios de un Estado aconfesional confunde conceptos políticos totalmente diferentes. Quizá sería útil repasar varias definiciones.

Un Estado aconfesional democrático es aquel en el que la soberanía reside en el pueblo y en el que todos los ciudadanos son iguales ante la ley independientemente de la religión de cada uno.
Un Estado religioso es aquel en el que el gobernante asume el poder en nombre de la religión, no del pueblo. La historia de la humanidad ha conocido dos tipos de Estados religiosos: los Estados teocráticos en los que el gobernante se considera el representante de Dios en la tierra y manda por derecho divino, intransferible y sin tener que rendir cuentas a nadie; y los Estados en los que este forma una alianza con los clérigos para gobernar en nombre de la religión y considera que cualquiera que se le opone es un hereje.

Nunca ha existido un Estado religioso que tuviera un Gobierno bueno y justo; siempre ha estado asociado a la injusticia y el despotismo. No tenemos más que comparar cualquier Estado democrático contemporáneo con países como Arabia Saudí, Irán y Sudán para ver los peligros del Estado religioso y las consecuencias negativas que tiene para las libertades de las personas.

Si observamos estas definiciones, podemos ver lo absurda que es la batalla política que está librándose en Egipto, porque las cartas están repartidas con el propósito de explotar los sentimientos religiosos de la gente sencilla y llevar a algunos islamistas al poder. Dividir a las personas entre islamistas e infieles crea una dicotomía falsa e injusta. Los que discrepan de las ideas de los islamistas no están en contra del islam en sí. Los partidarios de un Estado aconfesional no son necesariamente ateos. Pueden ser musulmanes devotos que valoran su religión, pero se niegan a que se utilice como excusa para Gobiernos despóticos.

Desde el comienzo del siglo XX, el pueblo egipcio ha luchado por tener un Estado aconfesional democrático. Un Estado aconfesional democrático no es ateo, sino que se mantiene equidistante de todas las religiones y respeta a todos los ciudadanos por igual.

Los Hermanos Musulmanes ahora han inventado un nuevo lema que reclama un Estado aconfesional con un «punto de referencia» islámico. Es una formulación extraña, porque es imposible que exista un Estado aconfesional con un «punto de referencia» religioso. ¿Qué quiere decir exactamente «punto de referencia» islámico? Si significa principios islámicos como justicia, libertad e igualdad, esos son también los fundamentos del Estado aconfesional, así que no serían necesarios más «puntos de referencia». Si significa establecer unos principios sagrados que no puedan discutirse e imponerlos al pueblo en nombre de la religión, entonces nos encontraríamos ante un Estado religioso despótico con un nombre distinto.

La cuestión es: ¿se puede implantar la ley de la sharía en un Estado aconfesional democrático? La respuesta es sí, siempre que sea por decisión y libre voluntad del pueblo. Si existe un partido político islamista que considera que las leyes egipcias no cumplen los principios de la sharía, tiene derecho a tratar de instaurar lo que parezca apropiado, pero entonces debe proponer con claridad un programa electoral que explique las leyes que piensa aprobar para implantarlo, y, si ese partido obtiene la mayoría en unas elecciones libres, tendrá derecho a materializar el programa por el que le votó la gente. Ahora bien, si el partido islamista se hace con el poder y entonces piensa que tiene el deber de imponer su versión de la sharía sin consultar al pueblo, volveríamos a encontrarnos con un Gobierno represor que utiliza la religión como excusa para el despotismo.

Algunos pueden decir que el resultado es el mismo en los dos casos, pero la diferencia de método es importante, porque, cuando el gobernante se somete a la voluntad del pueblo, aplicar la ley es legítimo, pero, cuando impone a los ciudadanos lo que considera la verdad, está usurpando su derecho a escoger las leyes que quieren que rijan sus vidas.

Además, la imposición de una forma de gobierno religiosa varía en función de la mentalidad de la persona que la impone. Pensadores progresistas como Tarek el Bishri y Ahmed Kamal Aboul Magd tienen una concepción muy distinta de lo que es instaurar lasharía de la de los jeques salafistas. El jeque Abu Ishaq el Howeini, por ejemplo, cree que todas las mujeres que estudian en las universidades egipcias son pecadoras, porque lo hacen en las mismas aulas que sus colegas varones. El jeque El Howeini posee también una solución excelente para los problemas económicos de Egipto: invitar a varios países no musulmanes (por ejemplo, Suecia) a convertirse al islam. Si el Gobierno sueco rechaza el islam, Egipto declararía la yihad contra Suecia, y si derrotase al país nórdico y lo invadiera, ofrecería a sus ciudadanos la opción de convertirse al islam o pagar el impuesto de la yizia. La yizia aportada por los suecos estimularía, sin duda, la economía egipcia. Y, si los suecos se negaran tanto a convertirse como a pagar la yizia, continúa, Egipto tendría derecho a hacerlos esclavos. Los esclavos suecos trabajarían a cambio de ropa y comida. Los amos egipcios tendrían derecho a adueñarse de las mujeres suecas, famosas por su belleza, como concubinas, sin necesidad de ningún contrato de matrimonio ni de testigos, porque serían propiedades. Si un egipcio tuviera una concubina sobrante o de la que se hubiera cansado, podría venderla en el mercado de esclavas y gastarse el dinero.

Estas extraordinarias opiniones del jeque El Howeini están grabadas, con imagen y sonido. ¿Qué podríamos esperar de un hombre que piensa así si llegase al poder en Egipto y nos impusiera su visión de la religión?
La revolución egipcia se llevó a cabo para liberar a los egipcios de la tiranía y la opresión, y los egipcios no van a aceptar jamás que les cambien el despotismo político por un despotismo religioso. Si los islamistas quieren llevar a cabo su programa político, deben presentárselo con claridad a los ciudadanos, que en un sistema democrático poseen la soberanía total. Si los votantes escogen el programa islamista, será la voluntad del pueblo. Pero si la gente lo rechaza, nadie tendrá derecho a imponerlo, sean cuales sean sus razones y justificaciones.
La solución es la democracia.

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