África necesita más mercados libres y menos tiranos

31/07/2008 | Opinión

La hambruna en Níger no es una sorpresa, perdida de tierra por el desierto, langostas y décadas de gobierno marxista mantienen al país en el segundo puesto por la cola de la lista de los más pobres del mundo. Las hambrunas en los climas fértiles del sur y este de África, sin embargo, parecen más escandalosas. Pero existe una amenaza común: el gobierno del estado centralizado, incompetente en el mejor de los casos, marcado por la corrupción y mantenido por la ayuda internacional. Estos son los grilletes que mantienen a los africanos pobres: Estaría bien que la Unión Europea y los Estados Unidos quitasen las barreras mercantiles en las conversaciones sobre el mercado, que se celebran en diversas conferencias mundiales, pero las exportaciones son una noción distante del 75 % de los africanos que viven de la tierra.

Níger ha sido poco bendecido por la naturaleza, pero también ha pasado su época colonial probando varias formas de gobierno fracasadas, con el marxismo, que ha durado más que ninguno. Un cuarto de la población, de 2.5 millones de personas, podría morir de hambre.

Países más templados del sur y el este de África están al borde de la hambruna, también, con 10 millones de afectados sólo en el sur de África. De nuevo, encontramos el mismo perfil económico: Zimbabue, Malaui, Zambia, Mozambique, Suazilandia y Lesoto carecen de libertad económica y derechos de propiedad, todos tienen economías mal administradas por los estados, todos dependen de la ayuda.

Todos estos países tienen una historia de proyectos utópicos que fracasaron a la hora de producir el eterno maná. Granjas estatales, Consejos de mercado, redistribución de la tierra, control de los precios y enormes tarifas regionales que daban muy pocos incentivos u oportunidades de expansión a los agricultores de subsistencia. A pesar de los torrentes de ayuda, estos crueles experimentos sociales no podían convertir la arena en verde o evitar que se pudrieran los graneros del sur y el este de África.

El Primer Ministro de Etiopía, Meles Zenawi cree que permitir a los etíopes poseer su propia tierra hará que la vendan a las multinacionales. Parece haber pasado por alto un principio básico del mercado: hace falta un vendedor dispuesto a vender y un comprador dispuesto a comprar para acordar un precio. Si ese precio hace que merezca la pena vender, el agricultor podría tener algo de dinero para reinvertir en alguna otra parte; si ese precio hace que merezca la pena comprar, el comprador debe tener planes para hacer que esa tierra sea rentable. Si no se produce la venta, los propietarios pueden tener un incentivo para invertir en su propia tierra y futuro, teniendo, al final, el aval de la tierra para pedir un préstamo.

Tras décadas de socialismo, el sector agrícola de Etiopía, el pilar principal de la economía, es menos productivo per cápita que hace 20 años, cuando la orquesta de la ayuda intentaba vencer la hambruna. Aunque el 60 % de la superficie del país es cultivable, sólo el 10 5 ha sido cultivada. Etiopía depende enteramente de las donaciones, pero en lugar de comprender la realidad, el señor Zenawi, miembro de la Comisión para África, del señor Blair, está obligando a 2.2 millones de personas al reasentamiento.

En Zimbabue, los asesinos cleptócratas del régimen de Robert Mugabe niegan que la incautación de la tierra haya empujado a su rico y fértil país al hambre: alrededor de 3 millones de personas se enfrentan al hambre hoy.

Mientras tanto, el profesor Jeffrey Sachs, el consejero principal de las Naciones Unidas sobre los Objetivos del Milenio, cree que África necesita más dinero efectivo para una “Revolución Verde” africana, una pálida imitación de la muy diferente revolución agrícola asiática de los años 60 y 70. La clave está en el equivalente a cerca de 40 euros por aldeano en ayuda, según el profesor Sachs. Su Revolución Verde gastará ese dinero en mejorar las infraestructuras agrícolas, los nutrientes del suelo, la calidad del agua y la capacidad de las semillas para sobrevivir a las inclemencias del tiempo y a los insectos, y en unas mejores infraestructuras agrícolas. Estos, sin embargo, son los beneficios que dan los derechos de propiedad, que también inspiran la motivación para invertir en mejorar y preservar la tierra, motivación que no proviene de la ayuda, el control central y la servidumbre del estado.

El profesor Sachs tiene razón en cuanto a las semillas más fuertes, pero no en cuanto a más ayuda. Según sus propios cálculos, “de cada dólar de ayuda dado a África, se calcula que un 16 % va para las consultorías de los países donantes, un 26 % va para operaciones de ayuda de emergencia y socorro, y un 14 % va para amortizaciones de préstamos”. El profesor no pudo calcular qué cantidad del restante 44 % es desviado por los oficiales corruptos, ni tampoco pudo explicar por qué 400.000 millones de dólares en ayuda, durante los últimos 30 años han dejado al africano medio más pobre de lo que era.

El Presidente de Ruanda, Paul Kagame, dijo al periodista ugandés Andrew Mwenda, “Aquí hay proyectos por valor de 5 millones de dólares y cuando miro las expensas, veo que un millón de dólares va destinado a comprar estos coches, cada uno de ellos a 70.000 dólares; otro millón de dólares va para comprar muebles de oficina, un millón más para reuniones y entretenimiento, y otros millón más para los salarios de los expertos técnicos, dejando sólo un millón para los gastos de la verdadera actividad de reducción de la pobreza. ¿Es esta la manera de luchar contra la pobreza?”.

La única manera de proporcionar seguridad alimentaria a los 200 millones de africanos subsaharianos es darles herramientas, no confiar en más y más ayuda y en la mala gestión del Gobierno. La producción mundial de comida se ha incrementado con la población en un 90 % en los últimos 50 años, el precio real de la comida ha descendido en un 75 %. Pero África no tiene ninguno de los factores que han hecho esto posible: una mayor productividad agrícola, libertad económica interna y comercio internacional.

Lo que podría proporcionarnos semillas resistentes a la sequía y altamente productivas es la biotecnología. La experiencia ha demostrado que las cosechas genéticamente modificadas podrían aumentar la producción en un 25 % y costar menos que las técnicas de la Revolución Verde. Pero los alimentos genéticamente modificados se enfrentan a la prohibición en los países más ricos, especialmente en la Unión Europea, utilizando protocolos no científicos de “bio seguridad” bajo la apariencia de protección medioambiental. Esta clase de histeria hizo que Zambia, Angola y Zimbabue rechazasen ayuda alimentaria porque el maíz de Estados Unidos y el de Suráfrica no pudieron certificar que no estaba genéticamente modificada. Los africanos, por tanto deben esperar a que Estados Unidos, Canadá y Argentina ganen su caso contra las barreras europeas a las cosechas de alimentos modificadas genéticamente. La Organización Mundial de Comercio decidirá a principios de 2006.*

Hay que presionar a los líderes africanos para que reduzcan la intervención económica, permitan el establecimiento de mercados financieros libres, quiten los obstáculos burocráticos para el establecimiento de empresas, implanten los derechos de propiedad e impongan una ley de contratos. Estas son las fuerzas que liberan la energía empresarial. Pero las camarillas de poder de África no harán nada de esto a no ser que se vean obligadas a hacerlo, como condición para recibir ayuda.

El modelo de ayuda de Sachs ha financiado a tiranos y corruptos durante 40 años, dejando a los africanos en la indigencia. Los encuentros de Comercio Internacional escucharán gritos que pidan “justicia en el mercado” para África, representando más proteccionismo y más proyectos dirigidos por el estado y por la ayuda. Lo que realmente necesitamos es libertad económica y el Estado de Derecho en los países africanos. Somos perfectamente capaces de mejorar nuestra situación so nos dejasen hacerlo.

Franklin Cudjoe

africanliberty.org

* La OMC determinó en febrero de 2006 que la Unión Europea violó las reglas de comercio Internacional cuando suspendió la importación de alimentos modificados genéticamente, respaldando la queja interpuesta por Argentina, EEUU y Canadá. El debate sigue vigente. Europa es reacia a admitir este tipo de alimentos, por lo que impone obligaciones en cuanto a certificaciones y etiquetado a cada uno de estos productos.

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