África exporta videntes

12/09/2017 | Opinión

He recibido en mi buzón la publicidad de “Drame, profesor vidente africano. Ayuda a gente que tiene problemas (Amor, divorcio, recuperación de pareja, trabajo, suerte limpieza, mala suerte, negocios, impotencia sexual). Protección para mala gente y mal carácter de tu pareja. Todo es posible. Resultados garantizados”. Sigue la dirección en Pamplona y un número de teléfono móvil. Se trata de un hecho banal, no de una noticia. Leyendo las reacciones a un artículo aparecido en tarotygratis.com, noto que a “Marineta” le pusieron propaganda del profesor Tigrake en su coche en Requena (Valencia) y a “Luis Alberto” en Segorbe (Castellón). Y “SPO” escribe: “Acaban de poner un papelito parecido a todos los coches del parking donde trabajo. Parece que están por Guipúzcoa (en el papel pone que la consulta está en Eibar)”. Ya en 2006, en un artículo publicado en El País Álvaro de Cózar escribía: “Magos, astrólogos, brujos y videntes africanos de todo tipo proliferan en la zona sur de Madrid”.

Noticia sin embargo es lo mucho que la profesión ha cambiado en los últimos cincuenta años. En un estudio publicado en 2013 Liliane Kuczynski describe la llegada a Francia en los años sesenta del siglo pasado de los primeros morabitos. Provenían de África Occidental, y como los otros emigrantes, venían buscando trabajo. Cuando en algunas ocasiones ejercían de consejeros, guías espirituales o videntes, lo hacían siguiendo las costumbres de sus países de origen (Senegal, Níger, Costa de Marfil…), como un acto religioso, gratuito, aunque aceptaran algún regalo como agradecimiento. Representaban una forma popular del Islam que favorecía la oración propiciatoria y en la que los textos del Corán se utilizaban como talismanes y amuletos. A partir de los años ochenta una serie de factores contribuyeron a que cambiara la posición social y la actividad de los morabitos. Entre otros: Se debilitaron los lazos que los unían a sus cofradías sufíes de origen (a menudo la Tijaniyya y la Qadiriyya) y se democratizó la baraka, aumentando el número de self-made morabitos; el morabitismo fue atacado por los puristas del Islam; aumentó la clientela no musulmana que los consultaba; comenzaron a notarse las influencias del vudú, religión oficial en el Benín, aunque el 30% de sus habitantes se considera musulmán. Consultando la página web actualizada grand-marabout-voyant-medium.com, aunque la mayoría de los que allí se anuncian tienen apellidos árabes o arabizados, sólo uno se presenta como “marabout”. Los demás son mayoritariamente “Professeur” o “Maître”, y tres llevan sencillamente el título de “Monsieur”. El artículo de tarotygratis.com muestra la publicidad en español de una decena de videntes, de los cuales 9 se presentan como “profesores” y uno como “maestro”. Siete de los diez tienen apellidos árabes o arabizados.

Un detalle curioso. De las numerosas reacciones al artículo de tarotygratis.com “El fraude de los videntes africanos” (¡se diría que al tarot no le gusta la competencia!) la mayoría están de acuerdo. Pero hay también quien defiende a los videntes. Así “María”: “No todos los videntes son “falsos“. Yo tenía un problema muy grave y un vidente africano me ayudó hace dos años. Gracias a Él soy una mujer feliz”. Y “Sara”: “Pues yo misma acudí a uno de Barcelona y debo decir que a pesar de mi incredulidad me ayudó muchísimo en el plano laboral hace ya casi dos años”.

“Sara” y “María” no están solas en su confianza en los videntes. Para decidir sobre la guerra del Golfo, el tratado de Maastricht o las relaciones con Rusia, el presidente francés Miterrand solía pedir consejo a la vidente Elisabeth Teissier, que el año 2000 hizo públicas las grabaciones de algunas de esas consultas. A la muerte de Nancy Reagan, en marzo del año pasado, Los Angeles Times, comentando sobre su importante papel en la casa Blanca escribía “Para proteger a su marido, Nancy Reagan recurría a la astrología”. En Corea del Sur Choi Sool-sil, consejera de la destituida presidenta Park Geun-hye, utilizaba bolsos de seda mágicos. Y Ne Win, longevo dictador de Burma (ahora Myanmar), hizo cambiar los billetes de 75 kyat por otros de 45 y 90, porque estos eran divisibles por 9, el número que le daba suerte.

Evidentemente, nuestros políticos y dirigentes nos representan bastante bien. Un corresponsal del The Economist observaba cómo en las calles de Seúl abundan los videntes, lectores de cartas, adivinos que predicen tu futuro a partir de tu fecha de nacimiento. La ley lo prohíbe, pero a menudo se ven coches oficiales que vienen a buscar a los “mejores” adivinos para consultarlos. En Tailandia, donde se mezcla el Budismo oficial con las artes de la adivinación, ningún acto oficial se lleva a cabo sin consultar primero a los astrólogos. Y ya más cerca de nosotros, según Nick Squires, corresponsal en Roma del The Telegraph, los italianos habrían gastado en 2009 (¿a causa de la crisis?) unos 5.000 millones de libras en astrólogos, adivinos, videntes y lectores de cartas.

No puedo no pensar en el dramaturgo camerunés Eric Essono Tsimi cuando escribía hace algunos años en SlateAfrique.com “¿Y si Europa resultara ser más supersticiosa que África? Porque en cuanto a supersticiones, Occidente no tiene nada que envidiarle, ¡al contrario!”. Su juicio es sucinto: “Los blancos son supersticiosos como consecuencia de un progresivo abandono de la religión, consecuencia a su vez del capitalismo que consagra una civilización materialista”. Y “los africanos son creyentes, forzados a ello por la penuria en la que viven”.

Essono no está muy seguro de la calidad cristiana de los africanos, sólo aparentemente inculturados: “A los niños africanos se les dice: «Podéis pintar a Jesús de negro, y decir que José, en vez de carpintero, era un cazador…´´ A eso lo llaman inculturación, pero es sólo un negacionismo soft. Sirve para que con la excusa de la inculturación la gente se haga inculta”.

El hecho es que, siempre según Essono, “los africanos se han convertidos en los portadores de agua de las religiones cristianas que están en plena crisis en sus países de origen”. De ahí que parezca normal el que África exporte sus sacerdotes a las diócesis de Europa que ya no tienen sacerdotes. Y cabe preguntarse: si África exporta sus sacerdotes, ¿por qué no sus videntes?

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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