Adiós a Tony Allen, el genio del ritmo, por Javier Mantecón

4/05/2020 | Bitácora africana

La primavera de 2020 está siendo especialmente cruel con las artes africanas. A los fallecimientos de Manu Dibango, Sarah Maldoror o Aurlus Mabelé, se añade el de uno de los estandartes de la música del continente, el batería nigeriano Tony Allen.

Aunque contara ya con prácticamente 80 años, su desaparición significa un grave mazazo. Su envidiable estado de forma y su capacidad creativa le han acompañado hasta el final, firmando una década septuagenaria difícilmente superable que tiene como canto de cisne el excelente disco “Rejoice”. Este trabajo, realizado mano a mano con otra leyenda, Hugh Masekela, y completado de manera póstuma tras el fallecimiento de éste en 2018, cierra con un broche de oro su ejemplar carrera musical. Su fallecimiento nos deja huérfanos de un genio irrepetible del ritmo.



La mayoría descubrimos a Tony Allen a través de los discos de su más célebre compañero de batallas: Fela Kuti. Tras los solos y el carisma frenético de Kuti, sonaba una base rítmica casi militar que no entendíamos por qué no terminaba de explotar en ningún momento, siempre al servicio de la música, pero que nos introducía en las venas un ejército de hormigas africanas que no llegábamos a comprender. Volábamos con los lunáticos solos de Fela, pero bailábamos sin remedio y sin saberlo con la batería de Tony Allen. Sus ritmos telúricos fueron la puerta de entrada para muchos oyentes (entre los que humildemente me incluyo) a una nueva dimensión polirrítimica, a la percusión africana lisérgica, profesional y bien entendida. El afrobeat ya nos había inyectado su endiablado veneno para el resto de nuestras vidas.

La sombra del indomable Kuti acompañó a Allen durante toda su vida, tanto es así que para muchos siempre será “el batería de Fela”. Fela y Tony Allen, el dúo explosivo, se conocieron en Lagos a finales de los años 60. Allen ya había comenzado a adaptar por su lado el bebop de moda de la época vía Max Roach y Art Blakey a los ritmos locales, ya no sólo yorubas sino de otras partes de Nigeria o Ghana, en grupos como los Cool Cats.

Fela Kuti, que volvía de Reino Unido y Estados Unidos con un bagaje musical basado en el jazz, el funk y el highlife, unió su visión artística a la de Allen formando uno de los grupos definitivos de la música universal: Afrika 70. Durante diez años, el grupo funcionó a un nivel casi divino en el que sus excelentes discos y sus incendiarios directos dejaron con la boca abierta a medio mundo. Paul McCartney, Brian Eno o Ginger Baker se tuvieron que desplazar a Nigeria para comprobar de primera mano que la música que escuchaban era ejecutada por humanos reales.

Pero, harto de la situación financiera del grupo y viendo que el importante papel que jugaba en el grupo era menospreciado, Allen decide abandonar el barco en 1979, concentrándose en su carrera en solitario que ya había comenzado a dar sus frutos durante sus años de liderazgo de Afrika 70. Los mayores clásicos de Fela Kuti se grabaron durante este periodo, en el que Allen fue una pieza fundamental para construir el sonido del afrobeat, que aún hipnotiza a las generaciones actuales.
Allen ya había comenzado una andadura que le llevaría más lejos que al propio Kuti con su segundo disco en solitario “Progress” (1977). En él ya intuíamos a un Allen extremadamente abierto a sonoridades ajenas, mirando cara cara al funk, al disco o el soul e incorporándolos a su registro, por lo que desligarse del proyecto Afrika 70 parecía el camino correcto a seguir.

Tras grandes obras como “No Accomodation for Lagos” (1979) o “N.E.P.A” (1984), en la que la música de club empieza a hacerse presente en su propuesta, la figura de Allen como líder de su proyecto en solitario comienza a desdibujarse tras el escaso éxito que cosecha. Este periodo de su vida se cierra cuando se traslada a París, donde se residirá el resto de sus días. En este momento de su carrera, Allen se centra en ser batería de estudio para músicos de la talla de Ray Lema, Manu Dibango o King Sunny Adé, pasando al ostracismo durante más de una década.
Paradójicamente fue tras la muerte de Fela Kuti y la divinización de su polémica figura cuando Allen decide reactivar su carrera en solitario, con el estupendo “Ariya” (1998). La paulatina reivindicación del legado de Fela por músicos de todo el mundo y la publicación de la compilación benéfica contra el SIDA (enfermedad de la cual falleció Kuti), “Red Hot + Riot: The Music and Spirit of Fela Kuti” (2002), en la que participa activamente, lo ponen de nuevo en el ojo del huracán. Aunque hubieran decidido continuar cada uno su propio camino, Tony y Fela continuarán siendo amigos hasta la muerte del Black President.



A partir de ese momento, Tony Allen reivindica su figura a través de discos brillantes como “Lagos No Shaking” (2006) o “Secret Agent” (2009), en los que la electrónica, el jazz, el funk y cualquier música imaginable pasan por su particular batidora rítmica mostrando a un músico curioso, inquieto y cuyo inconfundible toque crece en cada grabación. Tony Allen demostró con el tiempo, tanto en el estudio como en directo, que era un músico total. Sus directos, en los que cambiaba constantemente de formación, además de sumarse a infinidad de proyectos que le hacían crecer aún más como músico, mostraban a un músico seguro de sí mismo, disfrutando y retando a sus compañeros de escena a buscar nuevos caminos en tiempo real.

Se unió también a músicos occidentales como Jeff Miles, Damon Albarn y Paul Simon en el fantástico proyecto «The Good, the Bad and the Queen» o con Flea en «Rocket Juice & Moon», demostrando una vez más su versatilidad y curiosidad por otras músicas. Y por si fuera poco, editó durante la década de los 2010 tres obras mayúsculas: “Film of Life” (2014), “A tribute to Art Blakey and the Jazz Messengers” (2017) y “The Source” (2017) que fue disco del año en Afribuku. En ellos ofrecía una suerte de revisión de su propia carrera, volviendo la vista al jazz con el que creció, pero desde una óptica que sólo una vida de experimentación y continua búsqueda podían otorgar.

Tony Allen nos deja en lo más alto de su carrera y por eso su pérdida duele aún más. La inmaculada trayectoria del nigeriano no parecía tener fin, sólo la muerte ha podido acabar con el que, para muchos, ha sido el mejor batería de todos los tiempos. Su creatividad, su dinámica, su técnica polirrítmica, su afán de investigación, su curiosidad (tal y cómo pudimos comprobar cuando le entrevistamos), su generosidad con otros artistas y sus canciones serán imposibles de emular. Su estilo colorista, profundo, mareante, ancestral, hipnótico y al mismo tiempo marcial, sólido, estructurado, contemporáneo y limpio es producto de una inteligencia musical y rítmica irrepetibles.



Es imposible contar la cantidad de ocasiones que muchos nos hemos frustrado intentando reproducir sus patrones rítmicos en la intimidad; ni las que hemos bailado su música volviendo solos de madrugada con los auriculares puestos por las desiertas calles de los pueblos. Tampoco las veces que sus ritmos nos han hecho comprender lo que significa la dinámica de un monumental atasco de una capital africana, en época de calor, y sin aire acondicionado en el coche (si pueden, hagan la prueba con sus ritmos de fondo); ni las que hemos perdido la cabeza en una pista de baile con sus desarrollos o las que su faceta jazz nos ha acompañado conduciendo por la noche en la gran ciudad. Confieso que estas son experiencias totalmente autobiográficas, seguro que cada uno tendrá las suyas.

Lo cierto es que, a muchos, Tony Odalipo Allen nos ha acompañado en tantas ocasiones especiales de nuestra vida, que nos resulta difícil disociar nuestra existencia de la suya. Su partida nos rompe el alma, porque con él se van también momentos irrepetibles, mágicos, chamánicos que ya sólo podremos volver a disfrutar gracias a su monumental obra discográfica.

Se nos ha ido un genio absoluto, aquel que nunca alzó la voz, ni quiso hacer solos infinitos para demostrarnos su virtuosismo (nunca lo necesitó, ya lo sabíamos todos), ni buscó el camino fácil en lo musical, ni comprometió su arte. Un maestro del ritmo imposible de remplazar y uno de los artistas que más he admirado.

Se fue el verdadero jefe.

Mi batería favorito.

Gracias, Tony.

Javier Mantecón

Original en: Afribuku

Autor

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