Abriendo la caja de Pandora: La intervención militar de la OTAN en Libia

26/09/2011 | Opinión

Cuando Gadafi comenzó a hablar de sus ciudadanos como “ratas y cucarachas”, (2) muchos pensaron que era un anticipo. Tales declaraciones, junto con el aumento de víctimas mortales causadas por las fuerzas a su mando (en marzo se estimaban en 1.400) (3) provocaron en la comunidad internacional una reacción bastante fuerte en comparación con casos similares como el de Ruanda, donde fue necesario un mayor revulsivo para dar una respuesta como esta. La ONU fue inusualmente rápida en tomar medidas contra el “Coronel” y junto con la OTAN consideró positivo comenzar la intervención militar en Libia. La intervención tenía como base proteger a la población civil libia de las fuerzas armadas de Gadafi. (4) Seis meses después la pregunta que nos hacemos es si la intervención de la OTAN es verdaderamente legítima o mejor dicho, ¿bajo qué circunstancias está justificada una intervención militar? En este artículo se indicarán las incoherencias actuales que tiene una intervención militar, particularmente en el caso de Libia.

Antecedentes

Los libios tomaron las calles en febrero de 2011 para protestar por los 42 años de gobierno de Gadafi. (5) Desde el comienzo de las protestas el gobierno mostró su intolerancia antes tales acciones y advirtió de las graves consecuencias si los manifestantes no cejaban. La violenta reacción gubernamental se produjo rápidamente, lo que provocó que el Consejo de Seguridad de la ONU dictaminase la Resolución 1970, instando al gobierno libio al cese de hostilidades contra la población. (6) La violencia continuó y aceleró la publicación de la resolución 1973, por la que se autorizaba a la OTAN a tomar “todas las medidas necesarias” (7) para proteger a la población y las áreas civiles.

La causa para la intervención

En un escenario anárquico donde no existe gobierno o regulación en el comportamiento del estado, tal derecho corresponde a la comunidad internacional en general. Los cambios de las leyes internacionales y el desarrollo de la civilización han llegado a un punto en el que es impropio permanecer como testigo de la larga escala de atrocidades sin actuar para pararlas. Recordemos la intervención de la OTAN en Bosnia Herzegovina en julio de 1995. Allí las fosas comunes de diversas zonas del país (como en el Valle del Drina de Bosnia) se llenaban con un promedio de 3.000 muertos al día. (8) Sabiendo que en aquel tiempo la bárbara afirmación y el firme propósito del gobierno de la República Srpska era que se necesitaba “limpiar” la zona, (9) existía una clarísima posibilidad, al continuar las atrocidades, de que si no hubiera intervenido la OTAN en el momento que lo hizo, las cifras se hubieran incrementado. En 1994 en Ruanda jamás se olvidará que aproximadamente 800.000 ruandeses (10) fueron brutalmente masacrados – un verdadero desastre humanitario – y sin embargo, en lugar de intervenir para parar el caos, la comunidad internacional prefirió mantenerse como espectador, para una vez pasados tres meses, llegar y ayudar en la excavación de las fosas comunes.

Los retos inherentes en una intervención militar

Una intervención humanitaria es una cuestión compleja con criterios que no contempla el derecho internacional y salvo un puñado de casos, no se ha probado que sea la respuesta ideal a situaciones reales de inestabilidad. Esta falta de criterios significan tres cosas: primero, es difícil determinar cuándo una situación se puede calificar en realidad como “desastre humanitario” (11) que necesita de intervención; segundo, la práctica en sí misma es difícil de regular en el derecho internacional y tercero, la acción se presta fácilmente a toda forma de abuso y doble rasero cuando se utilizan móviles políticos en lugar de objetivos humanitarios.

La intervención también es problemática pues viola una de las normas básicas del orden internacional, el respeto a la soberanía de los Estados. De hecho, a veces puede ser necesario limitar el alcance de la soberanía para casos potencialmente extremos de desastre humanitario, tales como los genocidios y la limpieza étnica, (12) tal y como lo describe el incipiente concepto legal de la “responsabilidad de la protección”. Este principio, en teoría noble, es vago en su concepción y en la práctica real no están suficientemente cotejados sus inconvenientes que de manera inevitable aparecerán si este concepto se convierte en una norma legal.

¿Qué dice el derecho internacional?

El derecho internacional sólo permite el uso de la fuerza bajo circunstancias específicas. Para usar legalmente la fuerza en contra de un estado soberano se debe actuar en legítima defensa (13) o estar autorizado a usarla por el Consejo de Seguridad de la ONU (14). La Carta de las Naciones Unidas, Capítulo VII, trata sobre el uso de la fuerza cuando se amenaza la paz o la seguridad internacional. En el caso que tratamos se debe tener en consideración que por muy escabrosas que sean las acciones de Gadafi, el asunto es puramente interno y como tal, otros estados no tienen base legal para interferir. Este principio ha sido completamente ignorado por la ONU y por ciertos países de la OTAN, a pesar de estar firmemente asentados en el derecho internacional (15). Además la responsabilidad de probar que las acciones libias eran una amenaza a la seguridad y el orden mundial (las cuales pueden ser una prueba de base necesaria) no ha tenido una clara exposición.

Bastante preocupante es la falta de voluntad por parte de la ONU, que ni siquiera intentó demostrar de qué forma estaba justificada esta intervención. Obama hizo un leve intento de justificación cuando enfatizó sobre la situación de los refugiados libios y su potencial impacto en los estados vecinos del norte de África (16). Quizás esto tenga algún mérito, pero uno contempla estos argumentos con un cierto grado de circunspección ya que se ha visto en otros casos un desprecio absoluto hacia la “situación de los refugiados”, como en el de Siria, donde se estima que hay 21.000 refugiados de ese país desperdigados sólo en Turquía (17). De todos los conflictos internos acaecidos en el continente africano en los últimos tiempos, desde Liberia a Sierra Leona o a Uganda, nunca se ha visto una respuesta de esta naturaleza por parte de la comunidad internacional. Tales formas de actuar en asuntos preferentes así como el uso selectivo del derecho internacional abre la puerta a preguntas relacionadas con los motivos que oculta la intervención.

Alimentando una Guerra civil

Otra razón para desconfiar de la intervención militar es la posibilidad de alimentar una catastrófica guerra civil. Por ello uno haría bien en examinar el caso de Somalia durante el régimen de Siad Barre y posteriormente el papel del Gobierno Federal de Transición (GFT). En sus respectivos periodos, ambos, Barre y el GFT, recibieron generosamente por parte de otros estados armamento, el cual luego fue utilizado contra la población, cuando el país cayó en una guerra civil, no una vez, si no varias en el espacio de 20 años (18). Si bien puede ser verdad que el suministro de armas no conduce necesariamente a la guerra, no se puede subestimar el modo en el que la presencia y el fácil acceso a ellas facilita la continuidad de los conflictos.

Esto es un duro golpe para los movimiento de no proliferación de armas, especialmente en África donde la no proliferación debería ser una gran prioridad. Además hay que tener en cuenta que la guerra civil no es lo apremiante para una sola nación, si no que afecta a la región entera. En este sentido una mayor responsabilidad y una visión de futuro deberían ser ejercidas por algunos estados como Gran Bretaña y Qatar (19) que, por armar a los rebeldes libios, aparecen demasiado dispuestos a alimentar el conflicto actual sin tener en cuenta las futuras implicaciones.

En el corto espacio de seis meses Libia se ha convertido en una zona fuertemente militarizada y además de los rebeldes, la población civil se ha armado también de forma holgada. Cuando la OTAN comenzó a bombardear los arsenales, las fuerzas gubernamentales se vieron forzadas a huir. Dichos arsenales fueron abandonados y ahora están expuestos al saqueo. Los contrabandistas junto con fuerzas civiles acceden sin control a una vasta relación de armas, desde pequeño armamento hasta cohetes y granadas (20). Al no existir gobierno no hay autoridad para controlar esta preocupante tendencia y no hay plan viable para resolver el problema en el futuro (21).

La delgada línea entre asistencia e interferencia

Específicamente cuando llega un cambio de régimen, la interferencia externa es inaceptable; sin embargo casi siempre es parte de la intervención militar. En el año 2006 los EEUU orquestaron una intervención militar etíope en Somalia para proteger la “legitimidad internacional” del Gobierno somalí, el GFT, de supuestos islamistas radicales, aunque no se presentó ninguna evidencia sobre esa “radicalidad” (22). No se tuvo en cuenta el hecho de que el Gobierno no había ganado ni legitimidad, ni el propio consenso por parte del pueblo somalí y que los “radicales islamistas”, la Unión de Tribunales Islámicos, que realmente sí era una fuerza legítima, había obtenido un gran apoyo popular después de alcanzar la ciudad de Mogadiscio la paz y el orden por primera vez en 15 años (23).

Numerosos estados han reconocido rápidamente a la fuerza rebelde libia como el legítimo gobierno del país (24). Ya en julio de 2011 y antes de que el régimen de Gadafi haya sido derrocado, Francia e Italia acordaron levantar el embargo de activos del mandatario libio por valor de 350 millones de dólares estadounidenses para entregárselos a los rebeldes. Tal acción se llevó a cabo fuera del mandato de la campaña de la OTAN en Libia y sin constatar que la mayoría libia había aceptado la autoridad de los rebeldes. Esto pone en cuestión si se trata de un reconocimiento internacional o del consenso popular que debe conferir verdadera legitimidad al movimiento. La interferencia es contraria a los derechos de la nación y a su autodeterminación, el derecho a elegir libremente el futuro político de ella es un principio arraigado en el derecho internacional y de especial significado en el contexto africano debido a la historia colonial del continente.

La historia reciente nos ha enseñado que tales acciones no finalizan con la intervención militar, dejando así una verdadera posibilidad de que una especie de intervención ideológica se imponga al pueblo libio. El problema es que aparte de los libios no debe de haber nadie que decida sobre ellos mismos, los occidentales del tipo de “talla única para todos” no tienen la mínima consideración para el país y sus particulares necesidades. Libia es un país de naturaleza muy tribal, con sólidos antecedentes socialistas, con una gran cantidad de riquezas naturales y también muchas armas. Después de 42 años de gobierno con instituciones no democráticas sería absurdo asumir que este país va a evolucionar de manera pacífica a un nuevo sistema, concretamente un sistema de democracia liberal que al parecer es la opción a la que juegan las potencias de la OTAN. Además no hay evidencia que apunte a que las masas en general estén a favor de ese tipo de régimen político después de venir de un sistema socialista donde una considerable parte de la riqueza nacional ha servido para ofrecer asistencia sanitaria, educación y las necesidades más básicas como la alimentación, de forma universal.

Impacto en África

La OTAN ha mostrado un desprecio total por los estados, instituciones y opiniones de África. Las voces africanas se desvanecieron en el fondo, desde los primeros momentos cuando la comunidad internacional buscaba una solución para la crisis libia. Nos recuerda, otra vez, a Somalia en el año 2006, cuando las llamadas de la Unión Africana (UA) y de la Autoridad Inter-Gubernamental para el Desarrollo (AIGD) para que Etiopía se retirase de Somalia, fueron ignoradas por las potencias occidentales lideradas por Estados Unidos.

Otro dato que merece la pena mencionar es que mientras el Tribunal Penal Internacional puede haber justificado muy bien su decisión para acusar al Coronel Gadafi, hay que decir que si los Gadafi y los Bashir de este mundo se enfrentan a acusaciones judiciales y a una condena global, aquellos culpables de las mismas atrocidades y en algunos casos peores, también deben rendir cuentas ante la justicia (25). Puede parecer que los días del imperialismo han terminado, podemos poner énfasis en la igualdad, la cooperación y el respeto. Incluso podemos entronizar estos ideales en nuestros sistemas legales, insistiendo en que todos somos iguales ante la ley. Pero cuando los líderes o los estados no son medidos por el mismo rasero, da la impresión que no hemos progresado nada. Es el momento para que Occidente renuncie a su posición auto designada de director, policía, juez y jurado con el fin de permitir que el continente africano despliegue sin trabas su propia identidad política, económica y social.

La amenaza de la radicalización

El mundo occidental alabó la “Primavera árabe”, opinando que las diversas revoluciones traerían nuevas ideologías y renovarían las relaciones con occidente. Se sostuvo que el crecimiento de las libertades políticas significaba un descenso en la radicalización del mundo musulmán. La intervención de la OTAN en Libia podría muy bien traducirse como un paso atrás en los términos arriba indicados. La presencia occidental en Afganistán e Iraq, los ataques de aviones no tripulados en Pakistán y Yemen, así como el apoyo de los EEUU a Israel conducen a una profunda aversión contra la autoridad occidental en todo el mundo musulmán. Constantemente Washington habla de su preocupación por el terrorismo y las potenciales amenazas que surgen de estas partes del planeta, pero falla al no tener en cuenta que, mientras una parte de los libios está a favor de la intervención, hay un gran número que está en contra. Una guerra más en un país musulmán sólo servirá para alimentar el problema de la radicalización, no solo dentro de Libia si no también en todo el mundo musulmán.

Sentando un peligroso precedente

Si se da legitimidad a la intervención libia, sin duda se abre una caja de Pandora desencadenando un peligroso precedente y podría servir para que los estados poderosos abusasen. Ya los EEUU actúan unilateralmente con su rechazo a finalizar las respectivas ocupaciones de Afganistán e Iraq a pesar de que estas guerras han perdido la legitimidad desde hace tiempo, aunque es dudoso que esas invasiones hubieran sido legítimas cuando comenzaron. Esto aumenta las posibilidades de nuevas, selectivas e ilegítimas intervenciones y la pregunta que surge es ¿Quién va a detener a la OTAN o a los estados que lleven a cabo acciones unilaterales en el futuro? Teniendo en cuenta la renqueante economía de los EEUU, junto con otras tantas de Europa, sorprende que tales naciones optaran por participar en otra guerra más de grandes costes. Más sorprende que esta medida se tomara en momentos de protestas públicas masivas por tales guerras, aparte del aumento de los costes económicos y de las violaciones de los derechos humanos, en estos mismos países. La indiferencia de los estados occidentales muestra y destapa muchas falacias, una de ellas es que el consentimiento popular y la democracia son ideales respetados en los estados liberales occidentales.

Gadafi es una presa para occidente, uno más para añadir a la vitrina de trofeos, donde se muestran con orgullo otros de la talla de Saddam y Bin Laden. Con su derrocamiento acaecido en un corto espacio de tiempo uno se pregunta si esto acaba aquí o si el triunfal golpe servirá para que occidente afronte las supuestas amenazas a la paz mundial con mayor audacia. Es importante destacar la manera en que Gadafi ha recuperado rápidamente su estatus de paria en la comunidad internacional. Quizás uno de los más impactantes hechos que se ha descubierto durante el conflicto sea la evidencia que indica la estrecha relación entre la República Libia y las agencias de inteligencia americana y británica. Al parecer los estados que ahora condenan a Gadafi por violaciones de los derechos humanos son los mismos que participaron en la perpetración de muchos de esos abusos (26).

Actuando fuera del ámbito legal

El último punto y el más pertinente es que la OTAN ha excedido su mandato en Libia:

• Se estima que unos 1.100 civiles (los mismos civiles a los que la operación pretende proteger) han sido asesinados por la OTAN (27) y más de 4.500 heridos (28). La OTAN ha reconocido “fallos de los sistemas armados” y asesinatos accidentales de rebeldes. La OTAN ha declarado que “lamenta profundamente” (29) tales incidentes; pero evidentemente no lo suficiente como para tener más cuidado en evitarlos. Lo que aún es más preocupante es que, debido a estas acciones que se llevan a cabo bajo las sanciones de la ONU, existen pocas posibilidades de que se pidan cuentas a los responsables de estas atrocidades, del bando de la OTAN, más adelante, dando otro golpe al ya frágil estado de derecho.

• El mandato de la OTAN solo permite presencia aérea sobre Libia. Sin embargo se han visto tropas de tierra en zonas del país (30).

• La ONU tuvo fallos de responsabilidad desde el comienzo de la operación al no ofrecer un marco de actuación con un cronograma de la intervención. Ahora se ha llegado al punto de cercar a las fuerzas de Gadafi, ya dominadas en gran media y los rebeldes han mostrado un alto grado de autosuficiencia. A pesar de ello, la OTAN continua su agresiva campaña sin ofrecer un plan de futuro o una indicación de cuál será su papel en los próximos meses una vez que el régimen quede completamente desmantelado.

El 20 de julio pasado Francia declaró que Gadafi podría permanecer en Libia en el caso de que “dejase la política” (31) Dos cuestiones cruciales deben ser expuestas aquí: primera, ¿el estado creado tiene realmente autoridad para hacer tales aseveraciones? Y segunda, ¿no se muestra flagrante desprecio para el Tribunal Penal Internacional y su decisión de emitir una orden de detención contra Gadafi? Preguntas como estas es mejor dejarlas para que se decidan dentro de la justicia internacional. Ciertamente, no corresponde a los estados individuales hacer aseveraciones sobre si los infractores de la ley tendrán consecuencias y cuáles serán estas. En el mismo sentido, llamadas más recientes que iban dirigidas a la captura de Gadafi “vivo o muerto” son también inaceptables. Continuando con su irresponsabilidad, la comunidad internacional no ha hecho ninguna declaración en contra de estas manifestaciones, a pesar de ser la antítesis de los ideales democráticos que ellos dicen defender. Condenando a los líderes a cualquier destino, en ausencia de un juicio justo, estamos regresando realmente a la edad media, oscuros tiempos en los que la ley no tenía lugar.

• La operación de la OTAN rápidamente ha devenido desde la protección a la población civil a dar asistencia directa militar a un grupo armado (clasificados como combatientes bajo el derecho internacional) que intenta dar un golpe de estado. Las razones superficiales que han dado para este cambio han sido aceptadas y no ha habido ninguna investigación ni condena sobre ello, destacando el problema mencionado al principio de este artículo, que con una intervención militar “Todo vale” debido a la clara falta de pesos y contrapesos que deben regular estas acciones.

Conclusión

Desde cualquiera de los lados que uno elija en este debate, un hecho que ambas partes deben reconocer es que esta no es una misión humanitaria. Es dudoso que tales misiones altruistas actualmente tengan lugar. Las potencias de la OTAN, con EEUU al frente, no tienen problemas con la autocracia. Solo se tiene que examinar la actual relación de los Estados Unidos con los gobiernos de Arabia Saudí o Yemen para entenderlo. Tampoco estas potencias tienen escrúpulos por las vidas perdidas a causa de la represión política. Conocemos esto a causa del listado creciente de situaciones extremas que ellos deciden ignorar. Si debemos aceptar la premisa de una misión humanitaria, entonces los ciudadanos sirios junto con los de Bahrein son igualmente dignos de esta protección. Y quizás incluso más que los libios que disponen de una fuerza organizada para combatir la violencia de Gadafi. La intervención de la OTAN finalmente se ha burlado del derecho internacional. Si su apoyo es ofrecido para intervenciones de este tipo, la ley se convierte entonces en una herramienta que puede ser utilizada contra los oponentes políticos, estados débiles y países económicamente vulnerables. Esto significa que los estados occidentales están confortables con la seguridad de que son inmunes ante la ley y están por encima de ella.

Además esta intervención genera dificultades para tener fe en la ONU después de que se haya sancionado una intervención sin bases legales, llegando al punto de crear leyes para satisfacer las necesidades de naciones en particular. Una vez más, si la ONU hubiera puesto objeciones a la intervención, probablemente habría sido incapaz de evitarla (véase Kosovo en 1999). Esta impotencia indica como la organización puede ser rehén del poder de algunos estados, dejándonos con la sensación de que no podemos confiar en la ONU para preservar el derecho internacional o prevenir la guerra, aunque estos fueran unos de los principios fundacionales de dicha organización.

Con toda probabilidad el mundo aún no ha visto el final de líderes como Gadafi, déspotas que son capaces de radicalizarse con tal de aferrarse al poder. Tampoco hemos visto el fin de líderes como Obama, auto designado mesías del mundo, que prometen erradicar el mal y hacer un mundo más seguro para todos. La pregunta que debemos hacernos es si, dadas estas circunstancias, las acciones militares son el mejor camino para llevar la política exterior en el futuro. Los estados occidentales durante los últimos 10 años han estado prestos para iniciar la violencia en tierras ajenas, con procedimientos que crean fuertes desestabilizaciones, cuyas consecuencias sufrirán durante décadas las poblaciones de esos países. El estatus de superpotencia de esas naciones significa que de ellos se espera una mayor responsabilidad y moderación.

Para todos nuestros discursos sobre civilización y progreso, es bastante lamentable que sólo décadas después del retórico y repetido “nunca más” del fin de la segunda guerra mundial, parece que el lenguaje de guerra es el único que hablamos. Por último, es indudable que los ciudadanos son los que más sufren durante las luchas prolongadas. Una enorme tarea espera a los libios al final del conflicto, con pérdidas de vidas humanas, con destrucción de infraestructuras, con asuntos relacionados con el desplazamiento de civiles. Una tarea que no será más fácil por la intervención de la OTAN en Libia.

Raeesah Cassim Cachalia

(1)

Publicado en Consultancy Africa Intelligence, el 16 de setiembre de 2011.

Traducido por Juan Carlos Solís Santander.

Notas

(1) http://www.consultancyafrica.com/

(2) ‘Gaddafi calls protestors “rats”’, PressTV, 22 February 2011, http://www.presstv.ir.

(3) Ibid.

(4) United Nations, 17 March 2011, http://daccess-dds-ny.un.org.

(5) ‘Libya forces “open fire” at funeral’, Al Jazeera, 19 February 2011, http://english.aljazeera.net.

(6) United Nations, 26 February 2011, http://daccess-dds-ny.un.org.

(7) United Nations, 17 March 2011, http://daccess-dds-ny.un.org.

(8) Fisk, R., 2001. Freedom: Pity the Nation (3rd ed.). Oxford, Oxford University Press.

(9) ‘Prosecutor v. Vujadin Popovic, Ljubisa Beara, Drago Nikolic, Ljubomir Borovcanin, Radivoje Miletic, Milan Gvero, and Vinko Pandurevic’, United Nations, 26 September 2006, http://www.icty.org.

(10) Amy Bennet, ‘Mourning the Rwandan genocide 14 years on’, UNICEF, http://www.unicef.org.

(11) Dugard, J., 2001. The Use of Force by States. International Law: A South African Perspective.

(12) Michael J. Arnold, 2008. Intervention, Contemporary Security and Strategy (2nd ed.). United Kingdom, Palgrave.

(13) Article 51 of the U.N Charter, http://www.un.org.

(14) Article 42 of the U.N Charter, http://www.un.org.

(15) Dugard, J, 2001. The Use of Force by States. International Law: A South African Perspective.

(16) ‘Obama’s Libya Speech: The Doctrine Is Clear, but the Mission Isn’t’, Time, 29 March 2011, http://www.time.com.

(17) Kim Sengupta and Justin Vela, ‘Turkey feels racial tensions as flood of Syrian refugees goes on’, The Independent, 15 June 2011, http://www.independent.co.uk.

(18) Hartley, A., The Zanzibar Chest. London: Harper Perennial; ‘Somalia’, Amnesty International, 2009, http://www.amnesty.org.

(19) Lutfi Abu-Aun, ‘Russia: Arming Libya rebels is “crude violation”’, Reuters, 30 June 2011, http://www.reuters.com.

(20) ‘Libya’s abandoned stockpiles attract smugglers’, Reuters, 1 July 2011, http://www.reuters.com.

(21) While Libya’s Transitional National Council (TNC) has mentioned “buy-back” programmes in order to coax civilians to give up their arms, they have not given attention to smugglers or militant groups who have also been stocking up on such arms.

(22) Samatar, A.I., 2007. Ethiopian Invasion of Somalia, American Warlordism and AU Shame. Review of African Political Economy, 34 (113), pp. 111-121.

(23) Ibid.

(24) ‘West prepares to hand rebels Gaddafi’s billions’, The Independent, 16 July 2011, http://www.independent.co.uk.

(25) ONG como Human Right Watch y Amnistía Internacional han pedido que se investigue a George W. Bush por crímenes como tortura y “rendición extraordinaria” o procedimientos ilegales, entre otros. Sin embargo, las peticiones de este tipo no han sido reflejadas por la comunidad internacional, dando paso al aumento de la cultura de impunidad entre los estados occidentales.

(26) ‘UK delivered anti-Gadaffi Libyans to him’, PressTv, 5 September 2011, www.presstv.ir.

(27) ‘Libya: Nato dismisses claims of civilian casualties’, The Independent, 15 July 2011, http://www.independent.co.uk.

(28) Ibid.

(29) ‘NATO admits civilian deaths in Libya raid’, Al Jazeera, 19 June 2011, http://english.aljazeera.net.

(30) Julian Borger and Martin Chulov, ‘Al-Jazeera footage captures “western troops on the ground” in Libya’, The Guardian, 30 May 2011, http://www.guardian.co.uk.

(31) Dina al-Shibeeb, ‘France says Qaddafi could stay in Libya if quits politics; Libyan official in Moscow’, Al Arabiya News, 20 July 2011, http://english.alarabiya.net.

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster