¿A esto le llaman crisis en España? Tan solo un perfil, por Nuno Cobre

2/10/2012 | Bitácora africana

ODIO CORRER. ODIO CORRER POR CORRER. Preferiría tener una pelota entre mis manos, una raqueta, y entonces sí, no me importaría correr, sudar. Los domingos vamos a correr. Me habían insistido en que me uniera al grupo desde hace unos meses. “Vente, somos muchos, y al final siempre nos vamos a tomar cervezas y no paramos de reírnos”. El primer día que fui, corrimos principalmente por el centro, bordeando las embajadas, las sedes de las organizaciones internacionales y otros organismos. Éramos unas treinta personas de todas las edades, nacionalidades y razas corriendo detrás de un monitor africano a un ritmo irregular e inundado de risas y cachondeos. Sólo en África.

Subiendo a pie por la cuesta del olvido he divisado a una mujer e inconscientemente, he dicho, “amo a esa mujer”. Son las tres de la tarde, quiero que pasen cosas. Tan solo me ha bastado verle el perfil dentro del Toyota Land Cruiser, su pelo rubio lacio, almibarado, su rostro germánico girándose para verme por el espejo retrovisor. Ella me mira, yo la miro. Y cada vez que estamos en frente el uno del otro, ella no me mira, yo tampoco la miro. Y sólo cuando nos vamos nos volvemos a mirar. A la semana siguiente, se suele repetir la situación. Desde hace tiempo ya, me he dicho que esta mujer no es para mí. Debe estar claro. Pero mi imaginación, las tres de la tarde y nuestros cruces visuales, alargan la esperanza imaginaria con una fe precavida y surtida de alternativas. Ya saben. Es importante querer levantarse un día más. ¿Será posible que un perfil contenga tanta belleza? ¿Será posible que un ser humano, una mujer tenga más poder que todos los países del mundo, que todos los libros leídos? Tan solo ha bastado un segundo, y el hechizo, la obra. Que yo recuerde, hemos hablado tal vez dos o tres veces. Diálogos vacuos, entrecortados en medio de músicas ensordecedoras y que no deben haber llegado a los veinte y tres segundos. Nos hemos sonreído más de tres veces. Incluso el día después de aquello.

Acabo diciéndome que esta mujer no es para mí. Incluso he pensado que puede ser un poquitín tonta, un pelín infantil, con su ocasional toque colegial. Pero he pensado también que las mujeres que vienen a África no suelen ser de las tontas. Las que aterrizan aquí, suelen ser diferentes. Además, la gente con la que se rodea, me consta, también atesora experiencias interesantes para contar. Con ellas y ellos, te sientes ¿me entiendes? No se conforman. Es por ello que me gustaría conocerla mejor, tal vez. No me preocupa mucho tampoco. La pereza. Las tres de la tarde acaba rindiéndose.

Sé que ella ha sufrido ya varios ‘ataques’ masculinos como es lógico. Y por lo que he podido observar, al final todos acaban arrojando la toalla y convirtiéndose en lo peor: en amigos. La cabeza hay que rellenarla no sólo con preocupaciones, estupideces y tiros al poste. Por ello, he pensado que esa mujer y yo no podríamos estar juntos. He pensado que si quedásemos para cenar algún día, o bien se presentaría con tres amigas plastas y rompe cullons o bien nos quedaríamos sin saber que decirnos al poco. Ella me diría que es alemana, que lleva tanto tiempo en África, que ha estado aquí y allá, que su trabajo consiste en esto y en lo otro, y miraría a otro lado, como si no estuviese allí.

Yo le diría lo que llevo en África, en que consiste mi trabajo, y a continuación me quedaría bloqueado frente al plato de arroz, rogando porque la energía positiva fluya a nuestro alrededor. En el restaurante, desfilarían varios conocidos, ellas mirarían con curiosidad, ellos no podrían evitar unos celos incontrolables. Yo trataría de levantar la conversación en varias ocasiones con sonrisas y tonos optimistas. Evitaría por todo los medios hablar de uno mis temas favoritos: la literatura. Porque cada vez que hablo de literatura con mujeres me siento aburridísimo, cada vez que alguien me habla de literatura, quiero darle un sopapo, mandarlo a callar y obligarle a que me escuche él, ella a mí. Quiero contarle a alguien muchas cosas, lo que me parecen muchos libros, muchos escritores, pero nunca lo hago. Siempre me lo trago todo, guardando un teórico tesoro para una futura e inviable ocasión que nadie escuchará.

Ella sale a veces con una preciosa holandesa. Una holandesa que alguna vez cenó conmigo. Y la conversación con la holandesa salía fluida. Y. Entonces me pregunto que es lo que falla. ¿Por qué cada vez que llegamos a rozarnos tímidamente, a acercarnos, intuyo que no hay nada que hacer? Y hasta me da igual. Otros peces. Como dije, creo que hemos hablado unas tres veces. La primera, ella acababa de llegar y no tengo ganas de decir lo que nos dijimos. La segunda le pregunté si había estado últimamente en el terreno. “Yes, but not anymore”, me dijo. Luego le conté una especie de chiste que ni siquiera sé si llegó a escuchar. Un desastre. La tercera, le pregunté como se decía buenas noches en español. Por fin. Ella miró al techo de rafia del Fikt con sus dos ojos azules, expectante, como la niña que quiere jugar a la adivinanza. Por fin. “Bon soirée”, me dijo. “Eso es francés”, le dije yo, y no sé por qué, mi mano le rodeaba la cintura, y por primera vez la energía fluía, y de repente me dijo, “buenas noches”. No podía creérmelo. Entonces pasó aquello. Esto no es una película.

Al domingo siguiente, vuelvo a correr. Estoy enganchado al grupo. Esta vez y durante los domingos siguientes, cambiará sin embargo el paisaje. Seguimos corriendo y nos vamos metiendo por barrios laberínticos, escondidos y atestados de gente desnutrida, gallinas magras, suciedad, niños, pobreza. ¿El recibimiento? Sonrisas, música. “En África si el puente se construye, la gente baila. En África si el puente no se construye, la gente también baila. En África la gente siempre baila”, me dice un amigo. Por eso, al ver a todos los indignados españoles lozanos que veo día sí y día también en Facebook, pienso que a pesar de todo, lo de España no deja de ser una crisis burguesa. El 15 M es necesario, darle una patada a los políticos fascistas y caraduras, es una medida que apoyo, pero también confío en el trabajo, en el optimismo y en salir adelante si realmente si quiere. Por favor, basta mirar un poco en la cantidad de gente que superó la adversidad. ¿Cómo es posible que la gente no sé de cuenta en España de que puede comer, de que tiene tiempo para colgar frivolidades y gilipolleces en Facebook a diario, o que puede sacarse fotos en playas paradisíacas o ir a conciertos? ¿Acaso tú, niñato, niñata estás desnutrido? Trabaja, protesta, trabaja y trabaja. Y cállate ya.

Lo siento pero. Para los que estudiamos la carrera que yo estudié y no teníamos a un papaíto que nos podría enchufar, siempre hubo crisis, paro. Crisis burguesa desde luego, ahora lo corroboro, pero crisis. Por eso me fui de mi país hace tiempo, porque no quería frustrarme. Durante un tiempo, también eché pestes de todo lo que se movía, apoyaba todas las reivindicaciones, las sigo apoyando, pero siempre traté de que nadie dirigiese e influyese mi vida o me cerrasen las puertas, menos una tal Merkel, Sarkozy o Berlusconi. Mi vida la decidía yo y nadie más.

Pero ahora todo el mundo se queja y los vagos ya tienen la excusa perfecta para justificar su inmovilidad. Mucha gente tiene razón. Pero cuando corro todos los domingos en medio de los escombros, la desnutrición y la sonrisa, no puedo evitar relativizar radicalmente los ‘problemas españoles’ que se reducen a una reducción de ingresos, a un paro y otras ¡sí! Nimiedades. Créanme, tener problemas de dinero no es tan grave, y lo digo además, como un afectado más de la crisis española por motivos que al lector no le incumben. A mí también me jode todo eso. Sin embargo, ver a esta gente saltar de alegría mientras pintan un muro de blanco, abriendo las manos al son de una música enorme que sale de un coche desvencijado, mientras una chica rasta acompaña con saltos sobre el piso, sólo me invita a sonreír, a llenarme de energía. A las tres de la tarde. Y a pensar sí, que ya falta poco, para que ella y yo nos sentemos en la misma mesa. Entonces, pediremos vino blanco. Y lo que pasará después, ustedes ya lo saben.

Original en : Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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